México: Política desde abajo

He notado una preocupante reducción de los comentarios a mis artículos semanales, lo que no tiene más explicación que el hecho de haber caído en una especie de inanidad en lo que escribo; durante años usé la trinchera que mis amables editores me brindan para apoyar el Proyecto Alternativo de Nación, así como a Andrés Manuel López Obrador como su principal postulante. En el fragor de la lucha política mi aportación como periodista de opinión merecía la felicitación o la denostación de los lectores, con frecuencia recibí comentarios valiosos fuese en acuerdo o en desacuerdo con lo escrito; ello me indicaba que, de alguna manera, el esfuerzo de escribir valía la pena. La ausencia del comentario retroalimentador me obliga al cuestionamiento respecto de la pertinencia de insistir en el empeño. Reconozco que mi talante (que no talento) al escribir refleja el empantanamiento en que siento que hemos caído muchos de quienes pensamos y actuamos por la izquierda, principalmente por la razón del agotamiento de la alternativa electoral como instrumento para el cambio trascendente.

En algún momento llegué a considerar oportuno el retirarme de la actividad. No puedo hacerlo; es la única aportación que puedo dar al esfuerzo colectivo para la transformación de la ominosa realidad que nos agobia. Creo tener una experiencia de vida que, a lo mejor vanidosamente, me permite contemplar la realidad desde un escalón ligeramente más alto que el común y visualizar las alternativas del cambio con mayor amplitud. Sin que esto signifique una patente de tener razón, me propongo esforzarme para ser más didáctico y convincente en mis argumentaciones, por lo menos hasta en tanto mis editores me sigan publicando.

Lo importante, creo yo, es el impulso al Proyecto Alternativo de Nación, no sólo como el programa de un gobierno progresista, que está lejos de concretarse, sino como un anhelo que asuma la sociedad, el pueblo pues. Hacia ese objetivo tendrían que orientarse todos los esfuerzos progresistas: implica la formación y la propagación de la conciencia colectiva para tomar en sus manos el propio destino, con o sin apoyo gubernamental. Importa aclarar que sin tal conciencia popular será imposible la elección de un gobierno progresista, por lo que sería absurdo intentar un gobierno progresista para, desde ahí, proveer a la concientización.

La toma de conciencia no se da en las aulas ni con discursos, ni siquiera las marchas de protesta son suficientes para lograrla. El proceso educativo se da en la práctica misma, en la acción de emprender la solución a los problemas de una comunidad de manera comunitaria, tanto en el campo como en la ciudad. La cultura capitalista moderna ha pretendido reemplazar a la sociedad de su función creadora para que la cumplan empresas de lucro: para qué hacer las cosas cuando pueden comprarse hechas. El fantasma de hambre y miseria que recorre el mundo es la resultante de tal cultura, inmersa en la competencia y el individualismo. Es preciso darle la vuelta a la tortilla para que renazca la solidaridad y el actuar comunitario; vencer a las fuerzas de la manipulación lucrativa y la enajenación social; recuperar la vitalidad de la naturaleza y al ser humano dentro de ella. Especialmente, vencer al escepticismo que supone imposible tal propósito.

Me ha tocado vivir experiencias que confirman la viabilidad de esta forma de concebir la acción comunitaria. Me refiero, por ejemplo, a la construcción de Ciudad Nezahualcoyotl, en la zona conurbada de la Ciudad de México. Contra viento y marea, al margen de la ley y, en no pocas ocasiones, en contra de ella, la gente necesitada de un lugar para vivir se hizo de la tierra y construyó su ciudad, precaria si se quiere, pero suya. Luego intervino el gobierno para regularizar lo que se hizo de espontáneo y para controlar el proceso, no sin la correspondiente dosis de corrupción. En otro momento, en un proceso que me tocó en suerte conducir desde el gobierno, se reprodujo la experiencia mediante la oferta de tierra para vivienda en lo que se llamó fraccionamiento social progresivo, para que fuese la propia gente la que construyese la urbanización y la vivienda mediante el trabajo solidario y en comunidad. Ciudad Cuauhtémoc y Chimalhuacán son casos ejemplares, ambos en el Estado de México. Por cierto, la gente pedía maestros, la escuela la construyeron los padres de familia y es de propiedad de la comunidad. Con el neoliberalismo la experiencia se canceló para dar lugar a que Casas Geo lucrara con la necesidad de vivienda de los más jodidos y para joderlos más.

Desde luego hay muchas otras experiencias valiosas, muchas en plena marcha actual, como son los Caracoles Zapatistas, que confirman que vale la pena insistir en la alternativa comunitaria.



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Gerardo Fernández Casanova


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