Chile: El pueblo no estuvo en la Concertación. ¿Lo estará en la Nueva Mayoría?

Por las venas del cuerpo político de Chile sólo circulan los apellidos de siempre, emparentados ya sea mediante la consanguinidad o a través de la asociación en el negocio, el lucro y el bolicheo. Es el ‘familisterio’.

CORRÍA EL AÑO 1989 cuando mi amigo y colega Pancho Worlitzky Mella me invitó a participar en una reunión del naciente referente político instrumental llamado PPD (Partido por la Democracia), cuyo apadrinamiento por parte de Ricardo Lagos Escobar constituía –en ese entonces- una verdadera joya política, así como un anzuelo difícil de evitar.
En aquellos años yo aún seguía en la brega -y en la riña- por otorgarle a sindicatos y federaciones una plusvalía que jamás alcanzaron pese a mis esfuerzos y a los trabajos inigualables de dirigentes como Walter Antognini y Jorge Millán. No obstante, llegué esa tarde –con puntualidad inglesa- a la reunión de marras en una calle aledaña al Parque Forestal y al barrio Bellavista.

Me decepcionó constatar que en aquella ocasión la sala de reuniones, así como el antejardín y el patio, se repletaba de gente que no era precisamente ‘pueblo’, en el sentido ortodoxo del término. Peor aún, muchas (no ‘algunas’, sino ‘muchas’) personas me eran conocidas. Un sentimiento de sorpresa me invadió, ya que ellas –y esto lo digo con absoluto conocimiento de causa- nunca habían mostrado siquiera un ápice de opinión favorable al retorno de la democracia y a la lucha contra la dictadura durante los diez o quince años en que les conocí a través de relaciones profesionales y laborales. Por el contrario, la mayoría había coadyuvado al gobierno militar en la lucha contra el sindicalismo, en especial contra el Comando Nacional de Trabajadores, en quien yo reconozco una labor heroica y pionera para la desestabilización de la tiranía y la construcción de las verdaderas bases que permitieron el retorno al sistema democrático.

Pronto descubrí que el nuevo referente llamado Concertación de Partidos por la Democracia llevaría a efecto –haciendo piel- el viejo pensamiento de los liberales europeos del siglo pasado: gobernar por el pueblo, para el pueblo, pero sin el pueblo. Ello, además, contaba con el visto bueno (o la vista gorda) del pinochetismo que se había adueñado de gran parte de la derecha política y de la totalidad de la derecha económica. Años después, investigando y aprendiendo, a través de un artículo (*1) que fue publicado por muchos medios electrónicos, logré constar que ese referente político, la Concertación, había sido un engendro ideado, propuesto y avalado por uno de los ministros de la dictadura, Sergio Onofre Jarpa. El artículo de marras nunca fue desmentido.

(*1) http://old.kaosenlared.net/noticia/quien-fue-realmente-padre-concertacion
Hay un hecho irredargüible, cual es que la gente detesta reconocer haber sido engañada, embaucada y utilizada por quienes ella misma eligió en calidad de representantes. Estoy seguro que muchos de mis amigos concertacionistas (hoy, miembros de la Nueva Mayoría) sienten indignación cuando alguien les enrostra el servilismo y pusilanimidad de ese bloque político ante las esferas del poder económico transnacional. ¿Se indignan? Claro que sí, pero más allá de aquel incómodo sentimiento nada pueden hacer, ya que los hechos fríos, la dura realidad, les juega en contra, por mucho que arguyan “haber caminado sólo por la ruta que era posible”. Sin hacerlo explícitamente, al guardar silencio otorgan veracidad a las acusaciones, pero al reiterar su actitud en los asuntos políticos y continuar legislando y gobernando en beneficio principal de los intereses económicos de grupos y familias que ven a Chile cual si fuera este una gran bodega, dejan estampada en la Historia nacional aquella impronta de “mayordomos” de la derecha, o más grave aún, de traidores, corruptos y pusilánimes.

¿En los niveles de lineamientos y dirección de esa coalición proto neoliberal, ayer llamada Concertación y hoy rebautizada como Nueva Mayoría, está o ha estado alguna vez el verdadero pueblo? Dificulto que haya estado, ya que no es característica de nuestro pueblo la traición, ni tampoco el amor a la corruptela. Esos elementos pertenecen más bien a la correcta descripción de un sector de la clase media -el arribista-, como también a una significativa parte de la clase alta chilena.

Parafraseando al poeta Gonzalo Rojas, habría que preguntar a los dos bloques del duopolio binominal: “¿Para quién se gobierna cuando se gobierna?”, porque ni Alianza ni concertación han gobernado para el pueblo, para la gente, para un país llamado Chile… sino que lo han hecho fundamentalmente para incrementar las ganancias de grupos económicos criollos y transnacionales, en los que tienen fuerte participación unas escasas familias que, aprovechando su número y sus redes, han dado nacimiento a un hecho sociológico lamentable y procaz, “el familisterio”, el cual no es atributo derechista solamente, pues la Concertación -alumna aventajada de los predadores neoliberales- lo ha tomado en sus brazos como si fuese hijo pródigo. En materia política y de administración pública, las venas y arterias de Chile están bloqueadas, cerradas. Por ellas sólo circulan los apellidos de siempre, emparentados ya sea mediante la consanguinidad o a través de la asociación en el negocio, el lucro y el bolicheo.

Una querida amiga, Michele Drouilly, hermana de mi compañera de trabajo y colega profesional Jacqueline Drouilly (*2) –que fue detenida, torturada y asesinada por los esbirros del dictador Pinochet- hizo un perfecto resumen respecto a cómo el aún nonato segundo gobierno de Michelle Bachelet está marcado a fuego por las situaciones ya referidas, tanto como está embadurnado por la política predadora del neoliberalismo.

(*2) http://www.lashistoriasquepodemoscontar.cl/qmato.htm

A ello me permito agregar otra opinión candente, asertiva… la del periodista y agente cultural Álvaro Garrido, quien critica mordazmente los recientes patinazos experimentados por el nada riguroso equipo asesor que propuso a Bachelet los nombres para cargos de relevancia, algunos de los cuales resultaron ser dueños de un pasado que les impide, judicialmente en ciertos casos y moralmente en todos ellos, asumir responsabilidades de dirección pública, lo que obliga a preguntarse si en la Nueva Mayoría, políticamente hablando, existen personas que sean honestas, honradas y también coherentes con las demandas del electorado. La opinión de Garrido es clara y contundente:


Por todo lo ya expuesto, vuelvo a preguntar: ¿está –o ha estado- el pueblo en los niveles de propuestas y toma de decisiones en alguno de los bloques del duopolio? ¿Lo estará algún día? La última vez que el pueblo fue partícipe de un gobierno, la derecha, aliada con sectores yanaconas de clase media arribista y beata, decidió bombardear el centro de la capital del país y llevar adelante una saga de crímenes, robos y torturas que no tiene parangón en toda la América latina.

Sin embargo, la esperanza sigue enhiesta, firme, pero hoy se encuentra casi exclusivamente en las huestes juveniles, ya que los adultos, sin importar condición ni clase, están subsumidos en el consumismo, en el engendro neoliberal que les carcome conciencia y alma. Es por ello que el recuerdo de Allende y el trazado de las viejas-nuevas-eternas luchas por la democracia, la justicia y la solidaridad, hacen nido en las almas jóvenes, tal como lo demostró Nicolás Grau, cuando era presidente de la FECH, en el ex Congreso Nacional al celebrarse el natalicio de Salvador Allende el año 2009. En parte de su alocución, dijo:

"Por eso es que Allende es sinónimo de futuro; por su rectitud ética y moral, por su apuesta por la masividad y la democracia radical, por su compromiso con la superación de la pobreza de la humanidad, por su capacidad de encarnar la apuesta del socialismo de su época. No en vano fue el presidente de los jóvenes, porque dar su discurso de triunfo desde el balcón de la FECH fue sólo la expresión de la confianza que los jóvenes tenían en Allende y también de la confianza que Allende tenía en los jóvenes".

"Desde entonces han cambiado muchas cosas, al parecer, en la política actual, ya no se disputa el sentido de la vida y los jóvenes no son tan importantes como para que un presidente electo haga su discurso desde una de sus organizaciones. Pero a partir de las últimas movilizaciones ha quedado demostrado que justamente, por la poca profundidad y la falta de lucha por el sentido que ha tomado la política, es que los jóvenes parecen estar ausentes. Porque cuando nosotros mismos somos capaces de levantar nuestras críticas estructurales a las actuales formas de vida, cuando queda claro que están en juego los valores de la sociedad, los jóvenes vuelven a hacer actores relevantes en política y la política, también, vuelve a ser relevante".

"Y si ninguno de los últimos presidentes electos ha hablado desde el balcón de la FECH, no es sólo porque la FECH importe menos que en los 70, sino porque además aquellos presidentes no tienen ni tenían nada que decir a los jóvenes. Allende tenía algo que proponer, un mundo por el cual valía la pena luchar, su discurso era una apuesta de días mejores, con ideales y expresión concreta de la posibilidad de un Chile distinto. Salvador Allende era y es una apuesta de futuro, por eso fue y será el Presidente de la juventud".

Releo esta parte del discurso de Nicolás Grau y mi mente me lleva de nuevo a aquella tarde del mes de abril de 1989, cuando Pancho Worlitzky me invitó a participar en una reunión del naciente referente político instrumental llamado PPD (Partido por la Democracia), que más rápido que lento se transformó en el epítome de la Concertación: una especie de ‘cajón de sastre’ donde cupieron antiguos izquierdistas cristianos, seudos guerrilleros que se reunían en el café Haití, liberales arrepentidos pero no tanto, liberales vivarachos, socialistas despistados, pinochetistas fugados del Opus y del club de oficiales, etc., etc.

Ese conjunto de ex enemigos gobernó Chile durante dos décadas. Hoy regresa a gobernar cuatro años más… esta vez con la anuencia y participación del Partido Comunista de Teillier y Carmona. ¿Está allí también el pueblo?



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Arturo Alejandro Muñoz


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