Reflexión a propósito de los saqueos en Córdoba

Nosotros, los negros de mierda

“pueblo despierta del mal sueño

pueblo de abismo remotos

pueblo de pesadillas dominantes

pueblo noctámbulo amante del trueno furioso

mañana estarás muy alto muy dulce muy

crecido

y a la marejada tormentosa de las tierras

sucederá el arado saludable con otra tempestad”

Lejos de los días pasados

Aimé Césaire

Este texto lo tenía pendiente, estaba por escribirlo. El empujón me lo dio una expresión que hacía tiempo no leía (ya la había escuchado muchas veces en Argentina): “Negros de mierda”. La misma la vi escrita en el muro del Facebook de un conocido cordobés. Lo peor es que quién escribió sobre los “negros de mierda” saqueadores en la red social es homosexual: un excluido, excluyendo. No pude menos que indignarme ante tal desafuero; inmediatamente lo eliminé del Facebook.

Digo que es un texto que estaba por escribir por una razón esencial: nunca entendí cómo en un país latinoamericano este tipo de expresiones está tan naturalizada. Lo confieso: el texto que sigue no está exento de resentimientos, pues yo también soy un negro de mierda; es más, soy un maldito negro de mierda (valgan las sobre adjetivaciones). Me indignó de todas las formas decibles la expresión. Sentí un puntapié en la ingle cultural, me dolió en lo latinoamericano.

Viví en Argentina. Es un país hermoso. Tuve la oportunidad de conocer a su gente, sobre todo intenté entender el espíritu del bonaerense, sus formas de ser, sus maneras discursivas (hasta me compré mi respectivo Diccionario de Lunfardo de Gombello). Traté de comprender cómo es que aún el mito de lo europeo continúa siendo fundamental en el imaginario ideo-cultural de buena parte de los argentinos, sobre todo los porteños; cómo esa visión permea no sólo a las capas medias de la sociedad argentina, sino que en la lógica aspiracional-deseante de las clases subordinadas, aún está presente este ideal europeizante. Aún retumba en mi cabeza aquella introducción que hiciera Borges a propósito de un libro sobre Buenos Aires: “No tenemos eso que solemos llamar color local”. No sé, pienso que sí, que sí existe “un color local” argentino; una argentinidad profunda y maravillosa que palpita en los intersticios suburbanos del propio Buenos Aires, pero sobre todo se expresa en las provincias, allí donde la gente te mira afablemente, sin auscultarte con la mirada; son esos lugares “no oficiales” donde bullen formas culturales que están más allá de los ideales-aspiraciones europeas; o donde esas maneras y lógicas europeas se hibridaron, se confrontaron, se disputaron espacios con aquello que ya “estaba allí”; en suma, eso también va constituyendo “el color local” que no reconoce el autor de Ficciones.

Es un país, como todos por estos lares latinoamericanos, de contrastes, de asimetrías sociales que aún esperan por saldarse. Mantengo contacto a través de las redes sociales con algunos buenos compañeros argentinos. Me decanto por los más politizados, por quienes tienen la posibilidad de discutir con sólidos argumentos posturas discordantes sobre un mismo asunto, so pena de transitar los mismos marcos ideológicos y políticos. De pronto, mi alma izquierda (no tengo otra), se siente bien en la discusión con el camarada Roque González, sociólogo argentino de cepa, animoso confrontador, un tipo que te la pone difícil, que no rehúye al debate; así me gusta la gente: confrontativa, vivaz, siempre dispuesta a cuestionar lo dado, sin darle tregua a las posiciones conservadoras y reaccionarias, sobre todo de derecha. Lo interesante de todo esto es que las ideas del camarada Roque y las mías, más de las veces, no se deslizan las unas en las otras, a veces-¡enhorabuena!-nos distanciamos en cuanto a nuestras apreciaciones de un mismo asunto político-social; es que no podía ser de otra forma; la izquierda discute, pone en cuestión lo que otros naturalizan; son ideas tensadas al fragor de la dialéctica.

Argentina forma parte de mis adentros, la llevo prendada al corazón. De allí que siempre esté pendiente de lo que le suceda. Me llagan noticias de los saqueos en la provincia de Córdoba. Lamentables acontecimientos. Los saqueos son rebeliones masivas que tienen que ver, también, con expoliaciones, injusticias y asimetrías sociales que se fueron cociendo a fuego lento en el largo y fatídico sueño neoliberal. Me preocupó sobremanera la expresión “negros de mierda” para aludir a los saqueadores. Quisiera detenerme en esta expresión para analizar algunas cosas que tienen que ver con el tipo de sociedad que vamos siendo.

De suyo, esa expresión (negros de mierda), reaccionaria a más no poder, es apenas la parte visible (y audible) de formas potentes de racismo; la fase material de una idea que se hace discurso, pero que en términos generales es apenas un enunciado que, seguramente, condensa toda una visión de mundo. Si aceptamos que la ideología es un discurso performativo (Eagleton dixit), entonces tenemos que admitir que la expresión no se puede pasar por alto, no es un enunciado falto de contenido; por el contrario, ese tipo de expresiones van de la mano con formas de mirar, de saludar, gestos, formas escriturales, maneras de hablar.

El problema es que este tipo de expresiones (amén de lo reaccionarias que son) es que terminan siendo muy ajenas a lo latinoamericano; porque además la negritud (ya se sabe) es parte esencial de lo que fuimos y seguiremos siendo. Nuestro devenir está hermosamente coloreado por la negritud y por lo indígena; no hay forma de zafarnos de esos cuños culturales. Recuerdo aquella expresión vindicativa de lo negro en Zitarrosa cuando decía: “la milonga es hija del candombe, así como el tango es hijo de la milonga”. Lapidaria frase para quienes intentan expurgar lo negro que hay en el tango. Tamaña ironía para quienes dicen “negros mierda” en Argentina. Es decir, lo que define musicalmente a los argentinos en el mundo, tiene sus antecedentes (y no hablo de un antecedente nubloso, perdido allá en los anales de la historia) en una expresión musical y dancística de los negros de mierda, nada más y nada menos.

Supongo que la elaboración discusiva intenta dar cuenta de aquellas actitudes vandálicas en Córdoba. El denuesto transformado en frase infame (negros de mierda) tiene carácter externalista, puntual, objetivista; nunca es un análisis histórico, nadie se pregunta por la historia de vida que hay detrás del maldito negro de mierda saqueador y mal viviente. Todos afirman la crítica desde lo inmediato y puntual; acusan al delincuente, pero ni por asomo, este “amigo” del Facebook tuvo el mínimo gesto para comprender las condiciones materiales y simbólicas que oprimen al negro sucio y maldito que saquea. No, es negro porque saquea (aunque sea de tez muy blanca y ojos claros); de tal forma que lo negro no es sólo un asunto de tez, sino de actitudes.

Sus actitudes son de negro de mierda, maldito, sucio y mal viviente; esas mismas que lo distingue de las clases blancas, pensantes, honradas, dignas…superiores. Es muy fácil señalar a los negros de mierda, sobre todo desde las consecuencias y no desde las causas. Se señala el hecho puntual: el saqueo, pero nunca se hace balance del por qué saqueó, cómo deviene violento. Se sanciona el hecho externo, el hecho puntual. ¡Mata al delincuente que robó la TV de plasma! Ni por asomo te preguntes por qué es así. Qué procesos culturales hacen que sea un maldito negro de mierda hijo de la re-mil puta.

Claro que creo en la igualdad: Qué hermoso sería para todos vivir en un mundo de iguales, pero blancos, con pelo rubio, ojos claros y apellidos muy largos y complicados de pronunciar; como bien pudiera decir Micky Vainilla, forma humorística magistralmente ejecutada por Capusotto e hipertrofiada con afectaciones gestuales y un bigotito al modo de Hitler. Después de todo, el gran humorista argentino no hace más que tomar los elementos de una parte reaccionaria y conservadora, sobre todo porteña, e hiperboliza, desde una finísima ironía, algunas de estas manifestaciones profundamente anti-latinoamericanas.

Los negros de mierda a los cuales aludía mi ex amigo del Facebook no vienen de la nada; son el producto de décadas de marginación social. Este ex amigo se interrogaba: “¿Por qué si tenían hambre no saqueaban comida sino televisores plasma y heladeras?”. Obviamente, su reducida forma de ver el mundo le impedía pensar que los imperativos de la sociedad del consumismo demandan más y más consumo de cosas inútiles o por lo menos no tan trascendentes. Es la misma “historia universal de la infamia”: castigar al castigado, joder al jodido. Es lo que se impone, lo “natural”.

Cuando pensamos en un país, por lo general solemos quedarnos, cuando estamos en nuestros países de orígenes, con lo que denomino “imagen postal”, la imagen que de forma general encontramos en las estampillas de correo, en las anécdotas de “alguien” que una vez estuvo en ese otro país, en la visión que tenemos de algún autor famoso de esa nación; en definitiva, es una visión remota, ora idealizada, ora intervenida por la mirada del otro que, finalmente, se impone. Ahora bien, llegado el momento, la imagen borgeana que tenía de Argentina, sobre todo de Buenos Aires, sufrió cambios radicales; sobre todo al escuchar expresiones como: cabecita, mal vivientes, negros de alma, negros de mierda.



Por un lado está esa nación que aún se encuentra a la “deriva” de un continente al cual cree no pertenecer; no es un sentir uniforme, claro está, como no lo es ningún sentir, pero sí existe alguna añoranza por un cierto “brillo” de antaño, por una cierta imagen argentina (muchas veces forjada/formada por el mito de lo “europeo”) que denuesta, en muchas oportunidades, de lo latinoamericano. A un buen amigo venezolano un porteño le preguntó: “¿Che, cómo nos ven desde Latinoamérica?”; claro, si se atiende al hecho de que quien pregunta está culminando una maestría en Estudios Latinoamericanos, el asunto adquiere ribetes de escándalo. Existe esa “otra” Argentina que es la que solemos ver en las máquinas mediáticas.



Hay mucho que discutir sobre estos temas. Como dije al inicio del texto, mi escritura estará guiada por el resentimiento, toda vez que me identifico con lo negros de mierda de Córdoba, así como una vez me identifiqué con los negros de mierda que salieron a reclamar cambios urgentes en Venezuela el 27 de febrero de 1989, aun siendo yo un pre-adolescente. Es más, no existe tal identificación, soy el mismo maldito negro de mierda de siempre que escribe estas líneas y que demanda que este tipo de actitudes cesen porque no hacen más que tributar a la lógica de dominio. Pero que además, terminan por desdecir de lo que somos y seguiremos siendo como producto de hibridaciones culturales traumáticas. En definitiva, habrá que hacer esfuerzos para por lo menos iniciar un proceso que invite a reflexionar sobre estas actitudes que distan mucho de ser sólo elaboraciones discursivas reaccionarias.

Finalmente, Mandela murió. El grueso velo de la infamia imperial intentó alisar el accidentado transitar del Mandela luchador social. Trataron de “blanquear” su imagen, no pudieron. Más allá de los flashes y las marquesinas, hay un Mandela que sobrevive en todas las causas justas. Un Mandela antiimperialista que luchó en contra del apartheid y por lo cual fue condenado a 27 años de prisión. Es el Mandela negro que no pudo ser teñido de blanco, como tampoco lo pudieron hacer con Martin Luther King. Ellos también, en su momento, fueron tildados de negros de mierda por las blancas bocas y azulados ojos que hoy envían notas de condolencia por la muerte del gran luchador africano. Son muchos los negros de mierda que lucharon por un mundo mejor: El Che, Gandhi, Jesús, Martí; todos ellos fueron negros de mierda que en su momento dieron su vida por las más nobles causas.

La infamia no está en crisis, la boludez menos.

Johan López

(Otro maldito negro de mierda mal viviente)


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