El Ché Guevara en Bolivia

Hace ya 46 años que en la entonces hostil selva boliviana era vilmente asesinado Ernesto Guevara de la Serna, inmortalizado como el Che. Su muerte nos produjo el más hondo de los vacíos, una orfandad revolucionaria inconmensurable para lo cual habían océanos que pudieran cubrirla, una orfandad como la que él tuvo en todo su periplo en Bolivia. Una parte de nuestras vidas se inmoló con él. Lloramos amargamente, aún los que apenas despuntábamos a esa realidad tan dura. Recuerdo una vez que un periodista argentino, en una televisión en blanco y negro, realizaba entrevistas y reportajes, casi seis años después de su muerte, siguiendo el martirologio último que había vivido en Bolivia. Los rostros, como piedra, se sucedían nuevamente y la traición de alguno de ellos aparecía como una fotocopia en todos los rostros. Pero con todo y esto parecía un sueño - pensaba, siempre pensaba que no había muerto. Lo encontraría en una esquina o en uno de esos laberintos que la vida teje. Leímos su diario, aspirando, -no se como-, que pudiéramos enmendar algún error, unir las columnas, refugiarlo en algún lado, paralizar esa bala final, en fin, decirle unos meses antes de ese insuceso: Bolivia no. Aprendimos de su valerosa y sentida carta última, de la que era difícil escapar sin llorar, de los instantes previos a su fusilamiento: Aquí muere un hombre. Fuimos conociéndolo paulatinamente en todos los recovecos de partidos, militancias, movimientos, facciones, líneas y contralíneas. Después, un mundo tan diverso y heterogéneo se apoderó de él. Lo arrebató la voraz sociedad de consumo y fue un cartel para la venta. Tal vez una muerte más que le deparó el destino, un nuevo disparo artero del capitalismo Made in USA que, como el Rey Midas, todo lo que toca lo torna en mercancía. Apareció, también, como el símbolo más aglutinante del siglo. En todas las manifestaciones de todos los continentes se congregaba, llegaba puntualmente a ellas y nunca perdía una pisada. No fue en vano.

Pero cuando terminaba el 2005 todo parecía tener los ribetes de causalidad. Bolivia sí, tarde pero sí. Sospecho, ahora, que sabía que ese país era el corazón de Latinoamérica y que su pueblo, esos rostros de piedra, no seguiría en la servidumbre eterna. Con esos visionarios ojos previó otro futuro para el continente y para ese país de su último suspiro. No puede ser gratuito que luego de todos estos sucesos Evo Morales sea su presidente y que la primera visita luego de la elección lo guiara a la tierra adoptiva del Che. Además que, luego de la reciente salida en falso con los lacayos europeos, Evo, el Presidente Evo Morales, representando la dignidad latinoamericana y la de los pueblos del mundo, propuso, en la conferencia de la ONU de 2013, someter a juicio al imperialismo norteamericano y a su títere visible de ahora, que aparece como premio nobel de “paz” y juega a la guerra permanente. Esa máquina de guerra y ese horripilante personaje, con lista en mano, que deciden sobre la vida y la muerte de los ciudadanos del mundo, deben ser enjuiciados por el mundo no sólo por lo que han hecho hoy sino por lo que, desde hace más de dos siglos continuos de terrorismo. Dos siglos de masacres, de bombas atómicas (al menos 2 con más 200 mil muertos), de asesinatos, de bombas de napalm y otras bombas, de exterminio de pueblos (empezando por los indígenas), de apoyo a dictaduras y asesinos en todo el mundo, de campos de concentración contra los palestinos, de atentados a la libertad de prensa, de expoliación, de bloqueos, de devastación del ambiente, de secuestro, de apropiación de territorios, de ataque a civiles, de desapariciones forzadas, de hambre y de devastación, de invasiones, de persecuciones, de torturas, de espionaje, de ataque a la dignidad del ser humano y, en general, de vulneración de todos los derechos humanos que están en las múltiples declaraciones. El Che lo dijo en su intervención en el mismo escenario en 1964.

¿Hasta cuándo este rampante terrorismo sin juicio alguno?

La noticia en este momento es que el Che Guevara no murió en Bolivia; entró a la eternidad. Ahora está palpitando en ese lugar que escogió para inmortalizarse. Allí también reside ahora.


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