El movimiento contra la intervención puede ser una ventana de oportunidad para el martirizado pueblo sirio

La repentina decisión del Presidente Obama de consultar con el Congreso de los EE UU su decisión de atacar Siria, como castigo por la supuesta utilización de armas químicas por las tropas de Al Assad en varios barrios de Damasco el pasado 21 de agosto, ha abierto una ventana de oportunidad para relanzar el movimiento internacional contra la guerra en Oriente Medio.

El Congreso de los EE UU no comienza su trabajo hasta el 9 de septiembre. Aunque desde 1973 los presidentes de los EE UU pueden ordenar la participación de las fuerzas militares bajo sus ordenes en operaciones exteriores que no superen los dos meses sin tener que solicitar autorización del Congreso, Obama ha tomado esta decisión ante la falta de consenso internacional y en los propios EE UU. El rechazo del Parlamento británico a la propuesta del primer ministro Cameron de participar en la operación de castigo contra el régimen de Al-Assad, con los votos no solo del Partido Laborista, sino también de una importante minoría conservadora, ha puesto de relieve los efectos retardados de un "síndrome de Irak". Como en la Segunda Guerra del Golfo, cuyos efectos devastadores en todo Oriente Medio siguen estando muy presentes, ahora también se alega la existencia y utilización de "armas de destrucción masiva" por un "régimen genocida".

Sin embargo, las pruebas están lejos de ser concluyentes, por no decir verificables. Médicos sin Fronteras ha denunciado la utilización de gases en los recientes combates en los suburbios de Damasco (https://www.msf.es/noticia/2013/siria-miles-pacientes-con-sintomas-neurotoxicos-son-atendidos-en-tres-hospitales-apoyad), pero también el uso intencionado y manipulador de su informe para justificar un ataque de castigo por parte de la Administración Obama ( https://www.msf.es/noticia/2013/siria-reaccion-msf-al-uso-su-informacion-por-parte-gobiernos). La misión de Naciones Unidas que se ha desplazado a Damasco tiene como misión verificar el uso de gases y el origen del ataque. No ha tenido aún tiempo de presentar sus conclusiones al secretario general de NN UU, Ban Ki Moon, ni este de trasladarlas al Consejo de Seguridad. Pero Ban se ha pronunciado ya contra cualquier ataque de castigo contra el régimen de Al Assad.

La Administración Obama ha distribuido cuatro folios con lo que considera pruebas incontestables (http://estaticos.elmundo.es/documentos/2013/08/30/informe.pdf) y lo mismo ha hecho Hollande (http://www.lejdd.fr/International/Moyen-Orient/Actualite/Armes-chimiques-les-services-francais-ont-des-preuves-626796). Lejos de establecer una cadena causal, las supuestas pruebas plantean en realidad un silogismo: el régimen de El Assad tiene armas químicas, se han usado armas químicas en Siria, luego solo puede ser responsabilidad de Al Assad. Pero la misma verosimilitud merecen las afirmaciones de la diplomacia rusa de que tiene pruebas de que los dos cohetes empleados fueron disparados desde territorio en poder de las milicias islamistas o, para el caso, las teorías conspirativas que apuntan al Principe saudí Bandar como el responsable de la operación de provocación para justificar la intervención occidental en la guerra civil siria (http://original.antiwar.com/Dale-Gavlak/2013/08/30/syrians-in-ghouta-claim-saudi-supplied-rebels-behind-chemical-attack/). En ningún caso se hacen publicas "pruebas" en un sentido procesal, solo "certezas morales". Es más, aunque la memoria sea corta, estas mismas "certezas morales" se hicieron presentes hace menos de tres meses, como denunció Robert Fisk (http://www.sinpermiso.info/textos/index.php?id=5926).

Puestos a especular, merece la pena preguntarse porque las fuerzas militares de Al Assad, que han recuperado la iniciativa militar en los últimos meses en todos los frentes, gracias al apoyo logístico de Rusia e Iran y militar de los milicianos libaneses de Hezbollah, querían utilizar armas químicas en Damasco, donde la correlación de fuerzas les es más favorable y donde cuenta con el apoyo mayoritario de la población. El régimen de Al Assad puede ser una dictadura despiadada, incluso impredecible para los observadores occidentales (no así para los israelíes o turcos), pero no es idiota: sabe perfectamente que la utilización de armas químicas supone cruzar una linea roja establecida desde el comienzo de la guerra civil hace dos años por EE UU y sus aliados. La internacionalización del conflicto, la intervención aérea de EE UU y Francia abriría la vía a una intervención terrestre de Turquía en el norte de Siria contra el PKK y sus aliados kurdo-sirios, extendería el conflicto al Libano y polarizaría todo Oriente Medio en un conflicto interimperialista entre Arabia Saudí y Qatar por un lado e Iran por el otro, con Siria e Irak como terreno de enfrentamiento. Ese es el escenario que quiere evitar Al Assad y sus aliados rusos e iraníes a toda costa.

Este escenario tiene otra consecuencia: hace imposible cualquier salida a la guerra civil en Siria que no sea militar. Bien con la derrota final de una de las partes -lo que parece imposible mientras se mantenga el apoyo exterior a unos y otros, a falta de una invasión terrestre como la sufrida por Irak- o, lo que es mas probable, que la sectarización religioso- politica del conflicto suponga una partición territorial de facto por las distintas milicias, como ya ocurre en Irak, dependiendo del apoyo exterior que reciban.

Ello acabaría con cualquier espacio para la movilización popular, muy limitada y subordinada ya al conflicto militar que hegemonizan las distintas corrientes islamistas y las fuerzas de Al Assad. Sería la puntilla final de la Primavera árabe, en la que las fuerzas progresistas minoritarias no parecen capaces de la acumulación de fuerzas necesaria como para ser un actor político independiente frente a la lucha por dirigir un proceso contrarevolucionario entre los ejércitos herederos del nacionalismo anticolonial árabe y las distintas corrientes del islam político.

En este sentido, merece la pena recordar el destino trágico de la izquierda iraki, primero, y siria, después. Nadie lo representa mejor que Michel Kilo, disidente marxista encarcelado por el régimen de Al Assad por negarse a apoyar la intervención siria en el Libano (http://traduccionsiria.blogspot.com/2012/01/michel-kilo-nosotros-no-somos-libano-y.html). Sus intentos, apoyado por algunos países europeos, de ampliar la presencia de los sectores laicos republicanos en la Coalición Nacional Siria se vieron frustrados completamente en la Cumbre de Estambul, hegemonizada por las corrientes islamistas, en especial los Hermanos Musulmanes. La situación en el interior de Siria es aun peor si cabe para la izquierda, que trabaja en los Comités de Coordinación Locales, en constante confrontación con la oposición armada islamista, como nos recuerda Joseph Daher, uno de sus militantes, en una reciente entrevista (http://syriafreedomforever.wordpress.com/2013/08/24/imperialism-sectarianism-and-syrias-revolution/).

Sin embargo, la experiencia hace unos meses de la mediación de Kilo en Ras al Ayn entre las distintas milicias (http://beta.syriadeeply.org/2013/03/michel-kilo-negotiated-tenuous-truce-ras-al-ayn/#.UiNm4ssaySM) y la posición de los dos partidos comunistas que forman parte del régimen de Al Assad (http://www.rebelion.org/noticia.php?id=173281) apunta a la necesidad de recuperar un espacio político para la negociación y la resolución interna del conflicto en el que el actor principal sea el pueblo sirio. La condición necesaria es la progresiva desmilitarización del conflicto sobre la base del rechazo de cualquier intervención exterior.

Esta ha sido de hecho la posición mantenida por los dos Enviados Especiales del SG de Naciones Unidas, Kofi Annan y Lakhdar Brahimi: una vía diplomática que permitiese una negociación interna (http://www.sinpermiso.info/textos/index.php?id=5986). La mayor dificultad de esta opción, después de 100.000 muertos y dos años de destrucción sistemática del país, no se encuentra en las partes enfrentadas en la guerra civil, sino en sus patrocinadores externos.

Se abre ahora una ventana de oportunidad: si en las próximas semanas se desarrolla un potente movimiento antiguerra a nivel internacional puede ser un factor determinante en la neutralización de los apoyos externos y la apertura de negociaciones humanitarias entre las partes para limitar el conflicto sobre el terreno, como un primer paso en su desmilitarización, como ocurrió en Ras al Ayn. Un espacio en el que podrían volver a actuar políticamente la izquierda y los sectores populares y crear las condiciones en las que sean creíbles las ofertas de negociación y reforma constitucional propuestas por el régimen de Al Assad. El movimiento antiguerra cuenta ahora a su favor con la legalidad internacional, con la posición de la Asamblea General de Naciones Unidas, frente a quienes pretenden actuar como policías imperiales al margen del Consejo de Seguridad.

Hasta ahora hemos asistido impotentes a la tragedia de Siria. En las próximas semanas, levantando un movimiento internacional contra la intervención, tenemos la oportunidad de ofrecer una esperanza al pueblo sirio y reunificar a la izquierda, dividida entre quienes han priorizado la resistencia a los EE UU y sus aliados en Oriente Medio, apoyando a un régimen dictatorial que no dudó en colaborar con EE UU en los programas de tortura de la "guerra contra el terrorismo", y quienes han defendido la resistencia popular al régimen, silenciada por el ruido de las armas de las milicias islamistas que quieren imponer un nuevo califato.

No le neguemos al pueblo sirio esta última oportunidad.

*Gustavo Buster es miembro del comité de redacción de Sin Permiso


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