Golpe de Estado en Egipto

La capital que «nunca duerme» se resigna al vacío del toque de queda

El toque de queda impuesto por los militares egipcios rompe la caótica normalidad de El Cairo hasta el punto de transformarla en un escenario completamente distinto. Desde las 19.00 horas, los blindados toman unas calles vacías. Aunque algunos cairotas están dispuestos a cualquier penuria con tal de perseguir a los Hermanos Musulmanes.

El Cairo no es El Cairo. Puede parecerlo, pero no lo es. Se asemeja más a un atrezzo que mantenga las mismas calles y carreteras, idénticos edificios y hasta señales colocadas en el lugar exacto en el que antes se encontraban, pero al que le falta lo más importante, lo que le definía como ciudad. Como el escenario duplicado para una película en el que se hubiesen esfumado los figurantes, la capital egipcia sobrevive ahora en un toque de queda que la deja vacía desde las 19.00 horas hasta las 6 de la mañana.

En el exterior, controles militares que se relajan en en interior de los barrios, algunos viandantes, y coches que intentan, infructuosamente, convencer al militar al mando de su imperiosa necesidad de cruzar al otro lado. Nada que ver con esa ciudad caótica, de tráfico eterno e incomprensible y a la que el tópico (y sus propios habitantes) siempre le ha regalado el honor de «no dormir nunca». Por el momento, la situación se extenderá durante un mes. Aunque no se puede olvidar que Hosni Mubarak prorrogó las leyes especiales tres décadas.

«Esto es insoportable». Mustafa, taxista en el aeropuerto, pierde los papeles en el sexto «checkpoint». El trayecto en coche por las principales arterias de El Cairo pasadas las 19.00 horas se parece bastante al recorrido infructuoso del comecocos en el laberinto del videojuego. Primer control. Dos carros de combate cruzados y varios vehículos que se dan la vuelta. Se escucha algarabía, se observa a una mujer llorando que grita a los soldados y se tiene la certeza de que por ahí no cruza nadie. Toca buscar alternativas. Culebrear a través de vías secundarias hasta que, irremediablemente, llega otro obstáculo.

Éxodo nervioso

Concretamente, cuatro controles seguidos en la carretera de Al-Nasr, cerca de Raba al-Adawiya. Cada nuevo stop supone la misma incertidumbre. Soldados armados revisan la maleta. Adelante. Segundo. Cara de duda y cacheo a fondo al equipaje. «Puede pasar». Tercero con idéntica escena. Los útiles para el periodismo no son bien recibidos y algún uniformado hasta exige ver las fotografías que todavía no se han tomado. Pese a las dudas, permite el paso. En el cuarto toca dar la vuelta. Buscar un atajo. Y así hasta llegar al destino sorteando no solo los puestos militares, sino también controles impuestos por civiles armados que, supuestamente, habían sido prohibidos.

El toque de queda también afecta al comercio. «No tenemos problemas con el toque de queda. Es una medida para cazar a los Hermanos Musulmanes», asegura Mohamed Nabil, dueño de una tienda de electrónica en Sherif Street, una de las calles comerciales del centro de El Cairo. A partir de las 17.00 horas, los vendedores de calles como Talat Harb (cercana a Tahrir), que podían permanecer abiertas hasta la madrugada, comienzan a recoger. Las persianas cierran y todo el mundo inicia un nervioso éxodo hacia casa. «El toque de queda es un problema», reconoce Amr Khaled, dueño de una librería que asume pérdidas incalculables. Aunque ni siquiera el bolsillo seduce a los convencidos. Estos, como Nabil, reiteran: «es cosa de una semana. Hasta que los cojamos a todos».


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Alberto Pradilla


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