Hasta que la guerra nos coja

I

El rollo en el Medio Oriente sigue allí a diario, en llama insistente. Yo como, tú bebes y ellos juegan por allá o por aquí a los lejos, como si la vaina nos fuera con nosotros. Y lo es, de hecho, si no pensamos en ello; si vemos TV, damos un beso al ser querido y nos servimos una copa. Como reza el refrán, “Ojos que no ven, corazón que no sufre”.

Se dirá, en fin, que es como un cometa que se dirige a chocar contra la Tierra, exterminándola, sin que nosotros lo veamos ni sepamos nada. Así, podría decirse, se vive en paz hasta el último minuto, despreocupado de tan funesto porvenir.

II

Y es cada quien está en su derecho. Nadie lo criticará. Nadie tendrá que venir a mí, por ejemplo, a decirme que tengo que sufrir antes de tiempo, antes de que me llegue la segura muerte, el choque contra el meteoro, momento cuando coronaré el sufrimiento previo. “Se acabará el mundo ─imagino decir─; corran.” Laméntense, prostérnense, quéjense, entre otras tantas formas de exhalar suspiros.

Una estupidez, ¿no? Igual vendrá. Felices los hippies con su antihistoria y contracultural indiferencia. Habrá quienes que, en medio de tal onda de amor, paz e indiferencia podrían disponerse a realizar un sancocho a la orilla de un río, festín que llevarían a su fin aun bajo la contemplación del temible meteorito surcando los cielos.

III

Pero hay gente que se preocupa, que se la pasa pendiente de los signos, que los estudia, que hace de ellos su oficio, aunque al final igualmente muera como los felices indiferentes mencionados, si es que el cáncer de su misma preocupación no la liquida antes.

Porque en la naturaleza todo está dispuesto a perfección: unos para contemplar, otros para oír y otros para ignorar. Igual el mundo avanza y es un súmmun de armonía. Son roles de calculada evolución planetaria. Póngase como se quiera: unos que comen, otros que son comidos y otros que contemplan. Nadie negará que así no sea la vida.

Después de muerto es difícil saber qué diferencia hay entre morir a conciencia o huéfana de ella.

IV

El presidente de Israel, Shimon Peres, recién declaró que su país no se encontraba bajo la capacidad de atacar solo a Irán, su archirrival en la región. No obstante a diario su país también declaraba que atacaría, que bombardearía, que exterminaría la amenaza nuclear que representan los persas; y en ocasiones han asomado que lo harían inclusive sin el aval de su principal aliado, los EEUU.

Discursos son, por supuesto, cuanto más de guerra, más irreales o irracionales. Nadie cuestiona ese cuento. Total, es la guerra, esa misma que en los refranes echa mano a cualquier argumento, como en el amor, para rendir a la otra parte. Inclusive bajo la eventualidad de su acaecimiento, bajo el ruido sordo o monstruoso de la explosión de las bombas, siempre habrá parias culturales (¡si pudiéramos darle un buen sentido a esta expresión!) que continuarán con su fogata cerca del arrullo de las aguas, disfrutando de un tajo de carne asado o una deliciosa sopa; lógicamente, esto si la explosión no es tan poderosa que acabe con los ríos y las tierras sobre la cual hacer vida.

V

El lío está encendido. Los actores en concierto no son tales o los más importantes, como ilógicamente hay que decirlo. Irán, Irak, Siria, Israel, Líbano, Libia, Turquía, Palestina y árabes en general cayéndose a puñetazos no constituyen el póster protagónico, aunque sí pueda serlo su entarimado. Sombras, pelusas, entelequias, criaturas que padecen de irreales sensaciones humanas con pretensiones de existencia (me recuerda a un personaje de cuento de Jorge Luis Borges), una no vista obra de teatro donde insólitamente el ambiente dramatiza y el espacio son las personas. No existen más que como teatro donde se derrama la sangre y se siente el dolor de las heridas. Piezas del ajedrez tumbándose entre sí, movidas por la superior mano.

La representación arde, humea, continúa. Por encima está el espíritu que planea, el dador o quitor de realidades (con el permiso de la palabra), el verdadero responsable. Sí, ese dios como el de los hombres de madera o de maíz del Popol Vuh, ensayados para inaugurar nuevas eras.

Fuera del tablero siempre estarán los mencionados hippies, recoge-latas o dementes celebrando o conmemorando sus alegrías o penas a las orillas del Guaire, hasta que venga también el espacio, el efecto de la explosión universal, y los protagonice.

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Oscar J. Camero

Escritor e investigador. Estudió Literatura en la UCV. Activista de izquierda. Apasionado por la filosofía, fotografía, viajes, ciudad, salud, música llanera y la investigación documental.

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