No es comprensible que en América del Sur continuamente se expresen preocupaciones por los desastrosos efectos de diversos fenómenos y situaciones catastróficas en nuestro continente y en el resto del planeta, con grandes pérdidas humanas y severos daños materiales y que no se hayan construidos, con voluntad política y generosidad solidaria, una cultura de la prevención, la atención y la solidaridad, con mecanismos, medios y personal tecnificado y organizado eficientemente, las consecuencias de estos frecuentes problemas.
Pero lo peor de todo es que, tales hechos, no son “imprevisibles” ni “sorprendentes”, por cuanto los estudios científicos sobre el comportamiento de la naturaleza derivados de su propio proceso inacabado de formación y, los efectos perversos que el modelo de desarrollo capitalista y los otros modelos que reproducen en lo industrial, agrícola y ambiental los mismos valores depredadores capitalistas, han permitido identificar, prevenir y atenuar sus efectos dañinos en algunos países, mediante políticas publicas que han modificado los modelos constructivos y de distribución del espacio y los agrupamientos humanos vulnerables.
En América del Sur existen circunstancias naturales y no naturales que la convierten en una región altamente vulnerable, toda vez que, a los daños humanos, materiales y ambientales que pueden producir los volcanes activos, los terremotos y maremotos, deben incorporárseles cambios climáticos globales producidos por el “efecto invernadero” que modificó la temporalidad, extensión espacial e intensidad de las lluvias y, el uso irracional del suelo para poblamientos urbanos y explotaciones agrícolas y madereras, las cuales han favorecidos que los efectos siniestrales de tales acontecimientos se incrementen, produciendo daños que hacen retroceder los niveles de desarrollo material y humano de nuestros pueblos.
No hay soluciones individuales de países ni tales eventos pueden ser efectivamente atendidos a partir de la simple solidaridad reactiva de pueblos y gobiernos de la región, como en el caso de la República Bolivariana de Venezuela y otros paises de ALBA, porque, de lo que se trata, es de crear instituciones, mecanismo y agrupar medios científico técnicos, financieros y materiales, que permitan unificar nuestra comunidad científica y los organismo de estudio, seguimiento y prevención de tales eventos catastróficos en un sistema integrado e integral que proteja nuestra población y sus recursos materiales y culturales. Igualmente deben crearse centros de estudios superiores y de formación de recursos humanos de niveles medios y generales que, además de incorporar a los efectivos de la fuerza armadas, los grupos voluntarios de protección civil y a la población en general, para que, con rapidez, eficiencia y disciplina, se puedan dar respuestas eficientes a tales situaciones. Junto a ello, es necesario que se funden verdaderas industrias para las emergencias, en la que se puedan elaborar diversos equipos, materiales y medios de auxilio, en cantidades necesarias para enfrentar crisis humanitarias y, finalmente, un fondo especial dispuesto para la financiación de tales actividades.
En suma, se trata de crear, como parte del proceso de integración de los países de America del Sur y de toda América Latina y el Caribe, una verdadera Agencia Suramericana de Prevención y Atención de Desastres, APAD, que convierta la solidaridad de nuestros gobiernos y pueblos en una institución permanente, en capacidad de responder oportuna y adecuadamente a cualquier situación que rebase la capacidad de respuesta y atención de los Estados Miembros y pueda atender sus obligaciones humanitarias con el resto de los pueblos del planeta.
Solo así, los Estados integrantes de UNASUR podrán cumplir efectivamente su obligación de proteger a los más de 500 millones de personas que habitan en sus países y favorecer la integración, la Paz y el Desarrollo Social de sus pueblos.
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