La serpiente emplumada de Lawrence entreverada en la América mestiza

(ensartaos.com.ve) Aconsejo leer La  Serpiente  Emplumada de D. H. Lawrence, porque la situación mejicana encaja perfectamente en cualquier país de Latinoamérica.

La tragedia y la gran confusión nuestra nos llegaron de la conjunción de las mezclas dispares. El crimen nació de la violación, del ultraje demencial de España contra las apacibles almas que poblaban estas regiones.

No sabemos cuántos siglos se requerirán para lavar ese crimen.

¿Por qué en nuestros países adquiere tanta difusión lo horrible, lo denigrante, que por la difusión de tan abominables crímenes los periódicos mantienen un alto tiraje?

Dice Kate, el personaje central de la novela de Lawrence, que a los mejicanos les gustan las cosas feas, les gustan que las cosas feas ocupen un lugar bien visible.

Es como jugar con las podredumbres y disfrutar afeándolo todo. Como disfrutar palpándose la llagas.

¿500 siglos de miedo no bastan?: nuestra América Hispana se respira miedo por todas partes; el hombre se siente inseguro; no le encuentra mucho sentido a nada de lo que hace. Carece de centro, es una criatura inacabada, algo informe dentro del viscoso clamor de la carne y del espíritu (en lenta evolución).

Casi nada es auténtico: el pueblo recibió a un Salvador que le fue traído de Europa.

El Cristo es un ser extraño, un gran embaucador, algo a quien se debe adorar por miedo.

Sin fuerza para contener la magnitud del desastre de nuestras propias contradicciones, vendido a la ociosidad por incapacidad de comprender; estropeado por las calamidades de nuestro origen caemos en un sopor de muerte.

La verdadera y única razón para la existencia es la muerte, el crimen y la mentira.

Provoca pánico ser libre.

La libertad es un compromiso que muy pocos están en condiciones de asumir, encarar.

Los demonios danzan en nuestra sangre.

Y para completar, el castellano se ha convertido en un juego de fútiles vulgaridades.

Poca cosa es ser serio.

Cuesta creer, cuesta hacer algo, casi nada cambia, casi nada se resuelve.

La palabra se ha entretejido dentro de los capullos de la fatalidad -como dice Lawrence-, que lo hace girar en torno de sí mismo, para perecer dentro de los capullos, inerte, abrumado: ser medio hecho que actúa en enjambre, como langosta.

Y se desplaza como borracho, enfermo de calamidades muy antiguas, en una inseguridad colectiva, evitando toda clase de responsabilidad y compromiso consigo mismo y con el mundo: la morbosa fascinación de lo inacabado.

Por ello parece sus ojos, miradas que no aciertan, que no quieren ver. Se ocultan con gafas negras, y cuando están descubiertos carecen de centro y ubicación.

Como pensaba Kate: seres de ojos enrojecidos, incapaces de ganarse un alma, un núcleo, una integridad individual, entre un caos de pasiones, potencias apetitos y muerte.

Están atrapados en el tráfago de viejos apetitos y actividades como en los anillos de una serpiente negra que estrangula el corazón.

El denso y maloliente peso de un pasado no conquistado. Incapaz de liberarse, porque teme ser libre, teme también ser redimido. Por ello la más grande falacia del cristianismo es creer haber traído un Salvador a estas tierras.

De antemano sabe que la esperanza es un negocio, y la acepta a cambio de no pensar.

Y para completar, todas las cosas han perdido su misterio. Es la gran incredulidad que nos aplasta, la estafa de los sentimientos.

Y sólo destruyendo podemos salir de este dilema, porque lo que está hecho y llaman civilización y progreso es la suprema maldición de lo humano.

Tal vez sólo matando o matándose saldremos del laberinto.

Es el zumbido de la sangre, las calamidades de las voces sepultadas.

Nada que tenga que ver con la palabra euro-gringa podrá sacarnos de la muerte, del marasmo.

Y por ello muchos se echan a esperar un milagro; en ello se les va la vida. Por ello ronda tan pesadamente ese desgano de vida, ese cansancio de ser o de no ser; trabajando a tontas y a locas, como dice Lawrence, cuando podemos ser diligentes.

En medio del sube y baja sicológico de la alegría y la depresión, se está trabajando y de pronto, sin motivo aparente, tiramos las herramientas al suelo como arrepentido de habernos entregado.

De moral acomodaticia, cambiamos regularmente de amor, nos resistimos a entregarnos realmente.

No estamos seguros de lo que buscamos... Y nos moriremos hablando eternamente de libertad, de paz, de sueños grandiosos cuando hay poco interés en ser libre, en amar, en buscar la paz, en salvarnos, en luchar por la patria.

O sea.

jsantroz@gmail.com


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José Sant Roz

Director de Ensartaos.com.ve. Profesor de matemáticas en la Universidad de Los Andes (ULA). autor de más de veinte libros sobre política e historia.

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