La mujer y la Quinta Internacional

"El socialista que no es feminista carece de amplitud. Quien es feminista y no es socialista carece de estrategia." (Louise Kneeland / 1914)


Vamos vía a la Quinta internacional Socialista, una Internacional supremamente indispensable para la historia de nuestro siglo. En tiempos críticos como los de hoy, la visión revolucionaria debe comprometerse en un objetivo fundamental: derrotar el imperialismo. La unión de todas las fuerzas de cambio del mundo será el arma fundamental en la victoria final a un sistema de explotación y sumisión que es necesario derrotar. Sin embargo no dejan de sonar las voces de políticos resentidos, de profetas del fracaso, de enemigos que visten nuestros propios uniformes. La internacional entonces deberá no solo unir de forma sólida a cuantos movimientos antiimperialistas existan sobre el mundo, por encima de cualquier diferencia; sino además quitar las máscaras a quienes llenos de resentimiento solo viven para descalificar y confundir nuestros procesos revolucionarios, haciéndole el juego al sistema.

En provecho del estudio y el conocimiento sobre el significado de la próxima Internacional, que por sobre las metas de las anteriores deberá globalizar y unir las luchas a nivel planetario para fortalecer el socialismo mundial, quiero publicar parte de artículos que he ido guardando en mis lecturas, que brindarán conocimiento y fortaleza a todos los que asumen el verdadero deber de un revolucionario: ¡hacer la revolución! ¡Es la hora de los hornos, no se ha de ver más que la luz!!!

En la idea de resaltar la participación digna de la mujer en las luchas revolucionarias pasadas y fundamentalmente en las luchas actuales, deseo compartir con mis lectores esta charla dictada en el Centro Cultural Rosa Luxemburgo, sábado 18 de octubre de 2003 por Andrea D'Atri:


Un análisis del rol destacado de las mujeres socialistas en la lucha contra la opresión y de las mujeres obreras en el inicio de la Revolución Rusa


Cuando me pidieron que, en el aniversario de la revolución rusa planteara su relación con la situación de las mujeres, pensé que podía hablar de cómo las obreras textiles fueron la avanzada de la revolución. O de cuáles fueron las enormes conquistas de la revolución para la situación de las mujeres.

Pero cuando estaba escribiendo sobre eso recapacité que era necesario plantear cuál es la relación que existe entre el marxismo revolucionario y la lucha por la emancipación de las mujeres.

Después de tantos años en que el stalinismo ha desfigurado al marxismo frente a los ojos de las masas; más aún, después de esta última década en que, caído el stalinismo, el imperialismo se ha solazado con la superchería de un triunfo internacional de la democracia capitalista, me parecía que no podía dejar de lado esa explicación.

El feminismo reapareció en la escena mundial en la década del '70, en lo que se ha denominado "la segunda ola", demostrando, fundamentalmente, la brutalidad, la ignorancia y el desprecio del stalinismo hacia las mujeres. Pero lo hicieron bajo la bandera de combatir el esquematismo, el dogmatismo y el sectarismo del marxismo. Nadie señaló que marxismo revolucionario no era equiparable al stalinismo, sino más bien su negación. Nadie se encargó de aclarar que el stalinismo es tan realmente la negación del marxismo revolucionario, que la mayoría de las mujeres y hombres que tomaron parte activa y dirigente en la Revolución Rusa fueron deportados, torturados y fusilados en los campos de concentración de la Unión Soviética bajo el régimen de Stalin.

Pero la idea que predomina es que stalinismo y marxismo fueron y son lo mismo. Por el contrario, el marxismo revolucionario -lejos de ser una teoría difícil con cuyo análisis vanagloriarse en las academias- es la expresión concentrada de las experiencias históricas de la clase obrera y, especialmente, de sus sectores más explotados. Por eso, el marxismo revolucionario no puede ser ajeno a la opresión de las mujeres, las más pobres de entre los pobres, las más oprimidas de entre los oprimidos, las más explotadas de entre los explotados.

Siempre que el marxismo se mantuvo unido a la lucha revolucionaria, estuvo unido a las mujeres. Cuando hubo marxistas que dejaron de serlo, pasándose al campo de la reacción, abandonaron esta relación con la cuestión de la mujer e incluso cumplieron un rol abiertamente contrarrevolucionario.

Mi propósito es mostrar, entonces, cuál ha sido la relación entre el marxismo revolucionario y la lucha de las mujeres por su emancipación, para entender el papel de las mujeres en la Revolución Rusa y el papel del marxismo revolucionario en la lucha por la emancipación de las mujeres.

***

En primer lugar, podemos decir que la revolución rusa encuentra un antecedente gigantescamente heroico en las barricadas proletarias de la Comuna de París de 1871.

Cuando las fuerzas enemigas del ejército prusiano rodearon París, el hambre obligó a la ciudad a rendirse, el 28 de enero de 1871. Dos semanas más tarde el gobierno francés votó a favor de la paz. El pueblo de París denunció al gobierno nacional que había concertado una paz humillante y la Guardia Nacional Parisina se negó a entregar las armas; entonces, el gobierno se tuvo que trasladar a Versalles y desde allí preparó el ataque sobre París para someter a los rebeldes.

La rebelión del pueblo de París instaló entonces, el 18 de mayo de 1871, un poder revolucionario comunal y exhortó a los municipios franceses a imitar su ejemplo y a unirse en una federación. Este primer gobierno obrero y popular de la historia, en poco tiempo, decretó la separación de la Iglesia del Estado, la revocabilidad de todos los cargos de gobierno, la obligación de que los parlamentarios no cobraran más que el salario de un trabajador y la igualdad de derechos para las mujeres.

El jefe del poder ejecutivo aceleró el ataque contra los rebeldes bajo la mirada de aceptación de los prusianos. La resistencia de la gloriosa comuna de París sólo pudo quebrarse después de semanas de sangrientas luchas que concluyeron con atroces represalias y costaron entre 10.000 y 20.000 vidas, una de las represiones más crueles que registra la historia.

Valerosas mujeres participaron ardientemente de la Comuna, empuñando las armas, resistiendo contra las tropas del gobierno francés y los prusianos, hasta que la derrota les impuso la muerte en combate, las deportaciones y los fusilamientos.

Los diarios de la época describen a las comuneras con palabras como éstas: "una de ellas, de diecinueve años, portando un fusil se batió como un demonio" o, por ejemplo, "Vi a una joven hija vestida de guardia nacional marchar con la cabeza en alto entre los prisioneros cabizbajos. Esta mujer, grande, sus largos cabellos rubios flotando sobre su espalda, desafió a todo el mundo con la mirada." El corresponsal en París del diario Times de EE.UU., telegrafiaba a sus oficinas: "Si la nación francesa no se compusiera más que de mujeres, qué nación terrible sería."

Esas mujeres terribles eran trabajadoras, mujeres de los barrios populares, pequeñas comerciantes, maestras, prostitutas y "arrabaleras". Se habían organizado en clubes revolucionarios, como el Comité de Vigilancia de las Ciudadanas o la Unión de Mujeres para la Defensa de París, entre otros.

Algunos historiadores sostienen que, durante los últimos día de la Comuna, las mujeres resistieron más tiempo que los hombres tras las barricadas. Finalmente, se sometió a 1.051 mujeres a consejos de guerra, y fueron encarceladas, deportadas y fusiladas.

Una de las activistas más destacadas de la Comuna fue una extranjera: Elizabeth Dimitrieff. Ella había sido enviada especialmente en representación de la Asociación Internacional de los Trabajadores, la Iº Internacional, a solidarizarse con la Comuna, donde finalmente cumplió un gran papel organizando a las mujeres en la Unión de Mujeres para la Defensa de París.

Amiga personal de Marx, Elizabeth había organizado la sección femenina de la Iº Internacional, donde también tenía un rol destacado la organizadora sindical inglesa Henriette Law, quien fue miembra del Consejo General.

La incorporación de estas mujeres a la Internacional, junto con el propósito de organizar una sección de mujeres trabajadoras, fue el resultado de una batalla política que dieron Marx y Engels contra algunas corrientes que integraban la Iº Internacional como la corriente anarco-sindicalista que encabezaba el francés Proudhon.

Los anarco-sindicalistas querían conservar la propiedad privada. Su planteo central consistía en reformar la sociedad burguesa formando sociedades cooperativas. Proudhon se oponía a los métodos obreros: estaba en contra de los sindicatos, deploraba las huelgas y repudiaba la participación directa en política.

En relación con las mujeres, esta corriente sostenía que no debían participar de la producción y menos aún de la política, ya que las mujeres debían permanecer en el hogar. La mujer tenía sólo dos destinos posibles, que el mismo Proudhon simplificaba con estas palabras: "ama de casa o prostituta".

Marx, por el contrario, en su monumental análisis de la sociedad capitalista, denunciaba la incorporación masiva de mujeres y niños a la producción, denunciaba las condiciones de trabajo a las que se veía sometido este "nuevo proletariado" pero bregaba, justamente, porque las mujeres pudieran organizarse, sindicalizarse, participar igual que los hombres de la clase obrera en la lucha contra la explotación.

***

Las diferencias al interior de la Iº Internacional se hicieron insostenibles. Finalmente en 1889 se funda la IIº Internacional que puso de pie a amplias masas de trabajadores en numerosos países, los organizó en sindicatos y partidos políticos obreros y preparó el terreno para el movimiento obrero masivo independiente.

En 1891, cuando en los países más adelantados las mujeres salían a las calles reclamando el derecho al voto en lo que se denominó la "primera ola" del feminismo, el Partido Socialista Alemán, uno de los más importantes de la IIº Internacional, inscribía en su programa la igualdad de derechos entre el hombre y la mujer.

Clara Zetkin fue la organizadora de la sección femenina de este partido y publicó el periódico "La Igualdad", que fue el canal de expresión más importante de las mujeres socialistas de esta época.

Ella cumplió un gran papel en el momento crucial de la Iº Guerra Mundial, cuando la mayoría de su propio partido aprobó la participación en la guerra, donde miles de obreros se enfrentaron en las trincheras a otros miles de obreros, yendo en contra de todos los principios proletarios revolucionarios, rompiendo la unidad internacional de la clase en una guerra donde las burguesías nacionales se enfrentaban unas a otras por sus propios intereses.

En este período de la Iº Guerra Mundial, a principios del siglo XX, las mujeres ingresaron masivamente a la producción en todos los países que participaron de la guerra.

En toda Europa las mujeres ingresaron masivamente a las fábricas, las empresas y las oficinas del Estado. Y esto no es un dato menor para poder entender, también, el papel de las mujeres en la Revolución Rusa, como veremos más adelante.

Pero la situación de las mujeres durante la guerra fue verdaderamente insoportable. Las extenuantes jornadas de trabajo -incluso en la industria pesada- que se prolongaban en los hogares agravaron la salud de las mujeres y aumentaron los índices de mortalidad. Las condiciones de vida empeoraron por la inflación, la escasez y la miseria. La neurosis y las enfermedades mentales se propagaron como consecuencia de estas privaciones, del agotamiento y la angustia por esposos, hijos y hermanos que se encontraban en el frente de batalla.

El resultado fue que, en la mayor parte de los países intervinientes, estallaron violentos motines de mujeres contra la guerra y la inflación. En 1915, las trabajadoras de Berlín organizaron una manifestación masiva en dirección al parlamento, contra la guerra. En París, en 1916, las mujeres atacaron los almacenes y desvalijaron los depósitos de carbón. En junio de 1916, en Austria hubo una insurrección de tres días cuando las mujeres empezaron a manifestarse también contra la guerra y la inflación. Después de la declaración de guerra y durante la movilización de las tropas, las mujeres se tendieron en las vías de ferrocarril para retrasar la salida de los soldados. En Rusia, en 1915, las mujeres fueron las instigadoras de los disturbios que se propagaron a partir de San Petersburgo y Moscú hacia todo el país.

Intentando explicar este levantamiento de las trabajadoras contra la guerra en los principales países y buscando cómo sacar conclusiones de estas luchas para enfrentar la guerra mundial, Clara Zetkin convoca a un Congreso Internacional de Mujeres Socialistas, en la ciudad de Berna, en marzo de 1915. Participaron 70 delegadas alemanas, francesas, inglesas, holandesas, rusas, italianas y suizas.

La resolución adoptada por esta conferencia condenó la guerra capitalista, bajo la consigna de "guerra a la guerra". Pero encarcelada desde el 23 de julio al 12 de octubre y enferma del corazón, Clara Zetkin ya no pudo intervenir activamente en esta lucha. Tras prohibírsele el uso de la palabra en público en 1916, se la excluye del Partido Socialdemócrata Alemán y junto con 20.000 militantes más formó un grupo que se opuso a la línea mayoritaria de la socialdemocracia alemana.

Ya había habido otros dos Congresos Internacionales de Mujeres Socialistas, el de Stuttgart en 1907 y el de Copenhague en 1910, donde las mujeres socialistas se habían pronunciado por el sufragio femenino, la lucha por el mantenimiento de la paz, contra el acaparamiento y la carestía de vida, el problema de Finlandia sometida a la represión del zarismo y los seguros sociales para la mujer y el niño. También en este último congreso de 1910, a propuesta de Clara Zetkin, se instituyó el 8 de marzo como el Día Internacional de la Mujer. Pero el tercer congreso, el de Berna, se transformó en la primera conferencia socialista internacional en contra de la guerra.

Mientras tanto, las mujeres feministas que habían dirigido movilizaciones de miles de mujeres por el derecho al voto, se alinearon con sus respectivos gobiernos nacionales, colaborando en la economía de guerra. Hubo algunas que dijeron que a partir de ese momento "la mujer de mi enemigo, es mi enemigo". Otras como las conocidas inglesas de la familia Pankhurst, que habían encabezado motines de mujeres por el sufragio, quemando buzones, rompiendo vidrieras plantearon que las mujeres debían servir a la patria durante la guerra y dejar a un lado sus intereses momentáneamente.

El internacionalismo y la lucha contra la guerra quedó, exclusivamente, en manos de los socialistas revolucionarios, y como vemos, quienes se adelantaron en esta lucha contra la guerra fueron las mujeres revolucionarias como Clara Zetkin, Rosa Luxemburgo, Inés Armand, Nadezna Krupskaia y otras.

Unos meses más tarde que la reunión de las mujeres socialistas en Berna, se realizó otra reunión de todos los partidos socialistas revolucionarios que integraban la IIº Internacional pero se oponían a la guerra; una conferencia que es más conocida por los marxistas revolucionarios que la de las mujeres en Berna, la conferencia de Zimmerwald.

Allí, los bolcheviques plantearon que, debido a la traición de la socialdemocracia alemana que votaba a favor de participar en la guerra, era necesaria la inmediata creación de una nueva organización internacional de los trabajadores.

Lenin fue el vocero de esta posición, pero su propuesta fue rechazada por 19 votos contra 12. Clara Zetkin no pudo estar presente. La conferencia de Zimmerwald se abrió con el saludo a Rosa Luxemburgo y Clara Zetkin que, justamente, se encontraban encarceladas en Alemania por su oposición a la guerra.

Más tarde, en abril de 1916, en Kienthal, cerca de Berna, los internacionalistas volvieron a reunirse como en Zimmerwald. Lenin volvió a insistir con la decadencia de la IIº Internacional y su irremediable hundimiento y se avanzó en la constitución de lo que luego fuera la IIIº Internacional, la Internacional Comunista, fundada en 1919.

Rosa Luxemburgo, frente a la guerra y la posición traidora de la socialdemocracia señaló: "Esta guerra mundial significa un retroceso hacia la barbarie. El triunfo del imperialismo conduce a la destrucción de la civilización, esporádicamente durante una guerra moderna y hasta el final si el período de guerras mundiales que ha comenzado ahora es llevado hasta sus últimas consecuencias. Nos vemos enfrentados hoy con la elección, tal como predijera Engels cuarenta años atrás: o bien el triunfo del imperialismo y con él la degeneración, disminución de la población, un vasto cementerio; o la victoria del socialismo, resultado de la lucha consciente de la clase obrera internacional trabajando contra el imperialismo y su método, la guerra." La bancarrota de la IIº Internacional estaba a la luz. Su colaboración con la burguesía nacional de los estados beligerantes condujo a la masacre de millones de obreros, enfrentados en las trincheras por la defensa de los intereses de sus patrones. Clara Zetkin dijo en 1919: "La vieja Internacional ha muerto en la vergüenza: jamás podrá ser resucitada." *** Mientras tanto ya se había vivido la experiencia de la Revolución Rusa, abierta en febrero y culminada en octubre de 1917. La revolución de febrero se inició el día 23, que en el calendario occidental corresponde al 8 de marzo, Día Internacional de la Mujer que ya se conmemoraba en todo el mundo a instancias de la socialista Clara Zetkin.

En su "Historia de la Revolución Rusa", León Trotsky relata los acontecimientos de febrero de 1917 con estas palabras:

"El 23 de febrero era el Día Internacional de la Mujer. Los elementos socialdemócratas se proponían festejarlo en la forma tradicional: con asambleas, discursos, manifiestos, etc. A nadie se le pasó por las mentes que el Día de la Mujer pudiera convertirse en el primer día de la revolución. Ninguna organización hizo un llamamiento a la huelga para ese día. La organización bolchevique más combativa de todas, el Comité de la barriada obrera de Viborg, aconsejó que no se fuese a la huelga. Las masas -como atestigua Kajurov, uno de los militantes obreros de la barriada- estaban excitadísimas: cada movimiento de huelga amenazaba convertirse en choque abierto.

(...). Al día siguiente, haciendo caso omiso de sus instrucciones, se declararon en huelga las obreras de algunas fábricas textiles y enviaron delegadas a los metalúrgicos pidiéndoles que secundaran el movimiento.

(...). Dábase por sentado, desde luego, que, en caso de manifestaciones obreras, los soldados serían sacados de los cuarteles contra los trabajadores.

(...). Es evidente, pues, que la Revolución de Febrero empezó desde abajo, venciendo la resistencia de las propias organizaciones revolucionarias; con la particularidad de que esta espontánea iniciativa corrió a cargo de la parte más oprimida y cohibida del proletariado: las obreras del ramo textil, entre las cuales hay que suponer que habría no pocas mujeres casadas con soldados. Las colas estacionadas a la puerta de las panaderías, cada vez mayores, se encargaron de dar el último empujón. El día 23 se declararon en huelga cerca de 90.000 obreras y obreros. Su espíritu combativo se exteriorizaba en manifestaciones, mítines y encuentros con la policía. El movimiento se inició en la barriada fabril de Viborg, desde donde se propagó a los barrios de Petersburgo.

(...). Manifestaciones de mujeres en que figuraban solamente obreras se dirigían en masa a la Duma municipal pidiendo pan. Era como pedir peras al olmo. Salieron a relucir en distintas partes de la ciudad banderas rojas, cuyas leyendas testimoniaban que los trabajadores querían pan, pero no querían, en cambio, la autocracia ni la guerra. El Día de la Mujer transcurrió con éxito, con entusiasmo y sin víctimas.

(...). Al día siguiente, el movimiento huelguístico, lejos de decaer, cobra mayor incremento: el 24 de febrero huelgan cerca de la mitad de los obreros industriales de Petrogrado. Los trabajadores se presentan por la mañana en las fábricas, pero se niegan a entrar al trabajo, organizan mítines y a la salida se dirigen en manifestación al centro de la ciudad. Nuevas barriadas y nuevos grupos de la población adhieren al movimiento. El grito de "¡Pan!" desaparece o es arrollado por los de "¡Abajo la autocracia!" y "¡Abajo la guerra!".

(...). El 25 la huelga cobró aún más incremento. Según los datos del gobierno, este día tomaron parte en ella 240.000 obreros. Los elementos más atrasados forman detrás de la vanguardia; ya secundan la huelga un número considerable de pequeñas empresas; se paran los tranvías, cierran los establecimientos comerciales. En el transcurso de este día se adhieren a la huelga los estudiantes universitarios. A mediodía afluyen a la catedral de Kazan y a las calles adyacentes millares de personas. Intentan organizarse mítines en las calles, se producen choques armados con la policía. La policía montada abre el fuego. Un orador cae herido.

(...). El soldado de caballería se eleva por encima de la multitud, y su espíritu se halla separado del huelguista por las cuatro patas de la bestia. Una figura a la que hay que mirar de abajo arriba se representa siempre más amenazadora y terrible. La infantería está allí mismo, al lado, en el arroyo, más cercana y accesible. La masa se esfuerza en aproximarse a ella, en mirarle a los ojos, en envolverla con su aliento inflamado. La mujer obrera representa un gran papel en el acercamiento entre los obreros y los soldados. Más audazmente que el hombre, penetra en las filas de los soldados, coge con sus manos los fusiles, implora, casi ordena: "Desviad las bayonetas y venid con nosotros". Los soldados se conmueven, se avergüenzan, se miran inquietos, vacilan; uno de ellos se decide: las bayonetas desaparecen, las filas se abren, estremece el aire un hurra entusiasta y agradecido; los soldados se ven rodeados de gente que discute, increpa e incita: la revolución ha dado otro paso hacia adelante.

(...). Los obreros no se rinden, no retroceden, quieren conseguir los que les pertenece, aunque sea bajo una lluvia de plomo, y con ellos están las obreras, la esposas, las madres, las hermanas, las novias.

(...). Así amaneció sobre Rusia el día del derrumbamiento de la monarquía de los Romanov.

(...). La revolución les parece indefensa a los coroneles, verbalmente decididos, porque es aún terriblemente caótica: por dondequiera, movimientos sin objetivos, torrentes confluentes, torbellinos humanos, figuras asombradas, capotes desabrochados, estudiantes que gesticulan, soldados sin fusiles, fusiles sin soldados, muchachos que disparan al aire, clamor de millares de voces, torbellino de rumores desenfrenados, falsas alarmas, alegrías infundadas; parece que bastaría entrar sable en mano en ese caos para destruirlo todo sin dejar rastro. Pero es un torpe error de visión. El caos no es más que aparente. Bajo este caos se está operando una irresistible cristalización de las masas en un nuevo sentido. Estas muchedumbres innumerables no han determinado aún para sí, con suficiente claridad, lo que quieren; pero están impregnadas de un odio ardiente por lo que ya no quieren. A sus espaldas se ha producido un derrumbamiento histórico irreparable ya. No hay modo de volver atrás."

Antes había señalado que las mujeres, durante la Iº Guerra Mundial ingresaron masivamente a la producción, por la falta de fuerza de trabajo masculina.

En Rusia, durante la guerra, cuando fueron movilizados al frente casi 10 millones de hombres -en su mayoría campesinos-, las mujeres se convirtieron en obreras agrícolas alcanzando a representar al 72% de los trabajadores rurales. En las fábricas, pasaron de ser el 33% de la fuerza de trabajo en 1914, al 50% en 1917. Fueron estas mujeres trabajadoras las que el 23 de febrero de 1917 manifestaron reclamando paz, pan y tierra.

Bajo el gobierno provisional de Kerensky, que se constituyó como resultado de esta revolución de febrero que derrocó al zar, las mujeres rusas accedieron al derecho al voto y a ser votadas. Este derecho se promulgó el 20 de julio de 1917. Un derecho que en los países más adelantados del mundo en ese entonces, como Inglaterra y EE.UU., se consigue en 1918 y 1920, respectivamente.

Con la revolución proletaria de octubre de 1917, encabezada por el Partido Bolchevique, las mujeres soviéticas alcanzaron, antes que las mujeres de los países capitalistas más avanzados del mundo, algunos derechos insoslayables.

El nuevo estado obrero concedió amplios derechos jurídicos y políticos como el derecho al divorcio, al aborto, la eliminación de la potestad marital, la igualdad entre el matrimonio legal y el concubinato, etc. En la elaboración de esta nueva legislación tuvo un papel preponderante la figura de Alexandra Kollontai. Fue la primera mujer elegida por el Comité Central del Partido Bolchevique en 1917 y la primera en ocupar un puesto de gobierno en el nuevo estado: Comisaria del Pueblo para la Salud, un cargo equivalente a Ministro. Mas tarde fue la primera mujer embajadora de la historia.

Pero el logro más importante de la revolución fue haber sentado las bases para un pleno y verdadero acceso de la mujer a los dominios culturales y económicos. De poco hubiera servido el derecho al voto si las mujeres -esclavas domésticas, según la definición de Lenin- hubieran seguido siendo las únicas que cargaran con las obligaciones del hogar familiar, las más limitadas en su acceso a la educación, las que no tenían ningún acceso a la producción.

El IIIº Congreso de la Internacional Comunista se pronunció con la siguiente resolución sobre la cuestión de la mujer: "El derecho electoral no suprime la causa primordial de la servidumbre de la mujer en la familia y en la sociedad y no soluciona el problema de las relaciones entre ambos sexos. La igualdad no formal sino real de la mujer sólo es posible bajo un régimen donde la mujer de la clase obrera sea la poseedora de sus instrumentos de producción y distribución, participe en su administración y tenga la obligación de trabajar en las mismas condiciones que todos los miembros de la sociedad trabajadora."


brachoraul@gmail.com


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Raúl Bracho


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