Democracia y Capitalismo: contradicción insoluble

Sobre la democracia plena (socialista) que debemos construir

Es realmente fácil definir el concepto de democracia a partir de su etimología. Democracia es una palabra que significa el gobierno del pueblo. El pueblo todo que participa de la cosa pública, que la controla, la domina y la coloca a su servicio. El pueblo que en el ágora hace oír su voz con autoridad, con poder de decisión, con peso. De modo tal que la marcha de la cosa pública (rei publica) en Democracia no se realiza sin la participación de todos los ciudadanos.

En la República, Platón nos ofreció una aproximación incompleta, chucuta, inconclusa y contradictoria. Esa república es dirigida por una clase social, la de los ciudadanos y no todos eran ciudadanos, por tanto, no todos tenían derechos, no todos eran iguales ante la ley (isonomia), no todos tenían igual participación en los negocios públicos (isogoria) y, por supuesto, no todos tenían la misma autoridad (isocracia). La división de clases existentes –tanto en la República de Platón, como en la Democracia Burguesa- hace improcedente e inaceptable la calificación de Democracia a semejante sistema.

Sólo en una sociedad sin división de clases es posible la Democracia como gobierno de todo el pueblo. La historia nos muestra los caminos de la Democracia en sus diferentes hitos. Algunos consideran la Democracia capitalista liberal o representativa como el máximo objetivo del desarrollo humano. La infelicidad e injusticia social, así como el desastre ecológico evidencian el craso error de quienes la propugnan. Por mencionar dos de los países más “exitosos” dentro del sistema capitalista, según Mandel, en Bélgica menos del uno por ciento de la población posee la mitad de la fortuna privada de la nación. En los Estado Unidos, una comisión del Senado ha concluido que menos del uno por ciento de las familias poseen el 80 por ciento de las acciones de las sociedades anónimas, y que el 0,2 por ciento de las familias poseen más de dos terceras partes de esas acciones, al ser la posesión de dinero la única garantía de acceso a bienes, servicios y “derechos”, es claro que en ningún país capitalista, sea avanzado o atrasado y periférico, es posible la Democracia.

Muchas veces me he preguntado ¿cuántos Andrés Eloy Blanco, Dudamel o Villanueva habrán muerto en nuestro país sin haber jamás blandido un lápiz o leído un libro por causa de la pobreza? La sociedad de clases condena a la exclusión educativa a los más pobres haciendo imposible que las grandes mayorías puedan asimilar conocimientos. Este crimen de lesa humanidad que produce el sistema a lo interno de sus propios países “desarrollados” ocurre también entre países. Así, los Estado Unidos producen más de la mitad de la producción industrial del planeta y consume más del 60 por ciento de las materias primas que “compran” a precios de miseria en los llamados países subdesarrollados. Mil millones de habitantes de los países más pobres disponen de menos acero y menos energía eléctrica que unos 9 millones de belgas. La renta per capita de los países más pobres del mundo no alcanza el 5% de la renta per capita de los más ricos.

La Democracia Capitalista Liberal –como el sistema económico que la engendra- no tiene limpias las manos ni el corazón. Ha provocado la miseria y la ignorancia no sólo entre gruesos sectores de su propia población sino que lo ha hecho de modo aún más cruel entre miles de millones de personas del llamado Tercer Mundo. Aún dentro de la propia naturaleza del sistema este ha fallado brutalmente. Louis-Auguste Blanqui (1832) decía del gobierno representativo que no había sido capaz de sostener ni siquiera el equilibrio entre los poderes legislativo, ejecutivo y judicial, y que, en definitiva, se encontraban esos tres poderes en manos de un pequeñísimo grupo de privilegiados alrededor de unos mismos intereses: los intereses del capital.

La Democracia plena aquella que irrenunciablemente debemos construir- tampoco pudo lograrse en la fallida Unión Soviética. La estructura social soviética no pudo alcanzar la ansiada sociedad sin clases. Hay un conjunto de causas que podrían explicar esta falla. Estas van desde la necesidad vital de dedicar enormes esfuerzos y recursos a la defensa de la constante agresión sufrida de parte del capitalismo internacional, lo que obligó al fortalecimiento de una suerte de socialismo nacional en detrimento del socialismo global, hasta la indudable quiebra de los valores humanos necesarios para protagonizar la marcha hacia la nueva sociedad. Quizás faltó tiempo para llegar al final del proceso. Lo más claro es que ese proceso magnífico encontró un obstáculo insalvable en la codicia y el egoísmo humano. La meta devino en utopía –en el concepto más lamentable del término- y la utopía en distopía. El sueño en pesadilla.

Una mirada a la estructura social alcanzada en la URSS nos presenta un conjunto de clases bien definidas. La primera clase, llamada nomenklatura, formada por los más altos jefes del Gobierno, del Partido, del Ejército, los altos jefes de las Empresas del Estado, además de un grupo pequeño de científicos, artistas e intelectuales, en todo caso, un número pequeño de personas y familias. La segunda clase integrada por los grandes intermediarios de la jerarquía burocrática y militar, algo así como una especie de clase media, y la tercera clase formada por la gran masa de obreros y campesinos. La propiedad social de los medios de producción reducida a postulado. La nomenklatura disfrutando de todas las prerrogativas de la propiedad individual. Una clase que no poseía personalmente una sola fábrica o un solo negocio pero disfrutaba de todos los privilegios que de haberlos poseído tendrían.

Hoy, cuando en Venezuela intentamos inventar para no errar, se hace necesario que nos anticipemos a estas posibles desviaciones. Debemos establecer con claridad la naturaleza de un Estado colocado al servicio de la clase trabajadora, fuerte en tanto deba ejercer esa fortaleza para aplastar a la clase burguesa pero con indudable vocación a la mengua, a esa especie de “suicidio lento y planificado” que lo haga achicarse en la misma medida en que el poder popular se agranda, vigoriza y establece. El Partido, esa vanguardia radical en cuanto a sus métodos y fines, debe ser la garantía de esta transferencia de poder al pueblo. La confusión entre partido y gobierno mediante la cual la vanguardia es a su vez gobierno, de modo tal que las direcciones del partido estén conformadas por los burócratas del gobierno, incluso en razón de su misma jerarquía burocrática, podría ser el camino más expedito al infierno del fracaso. Si el controlado controla… ¿Quién controla al controlador?

El partido y su vanguardia deben garantizar, desde su estatura ética a toda prueba, desde su irreprensibilidad a todo evento, que el poder constituido (gobierno) actúe, eficaz, honesta y plenamente, al servicio del poder popular constituyente. Los miembros de las direcciones nacionales, regionales, municipales y locales del partido no deberían tener necesidad de ser burócratas para garantizar su necesaria existencia material. Hacia allá debería irse a fin de evitar las –ya evidentes- desviaciones que se pueden generar y se están produciendo en la actuación de algunos burócratas en la dinámica propia del afianzamiento del poder popular en las Comunas.

¡Patria y Socialismo…o muerte!

¡VENCEREMOS!



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Martín Guédez


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