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El caso de “La Gaviota”, emblemático, pero no el único

“La patria es el hombre, muchacho, la patria es el hombre”. La patria es el hombre y el socialismo es el hombre. Es en el hombre donde el socialismo se verifica, encarna  y se hace luminosa realidad, pero es también en el hombre donde ese socialismo se vuelve caricatura miserable y rostro reformado de la vieja sociedad capitalista. El socialismo hace imprescindible que se verifique en el requisito fundamental de su filosofía de vida, la propiedad social de los medios de producción, la imposibilidad de explotar a nadie en beneficio propio y la extirpación de los instintos salvajes de los hombres expresados en el darwinismo social. Esa persona que es feliz porque vive bien y no mejor, feliz porque su trabajo es creación de riqueza para la sociedad de la que forma parte; esa persona con conciencia del deber social no puede construirse en tanto el veneno del egoísmo siga estando presente en sus relaciones de producción, distribución y consumo de bienes.

Ver al Presidente Chávez con tono dramático y doloroso referir las desviaciones ocurridas con las iniciativas cargadas de esperanza como el caso de la Empresa productora de sardinas y pepitonas enlatadas “La Gaviota”, exige inmediata revisión y rectificación. Toda la cadena productiva infestada en su esencia de valores capitalistas desde el origen hasta su distribución “aguas abajo”, convoca a un serio emplazamiento de lo que estamos haciendo. Ver a pescadores artesanales, humildes y explotados por años, a quienes se les eliminó la brutal competencia de la pesca de arrastre, se les entregó en propiedad privada peñeros con motores nuevos, se les proporcionó acceso a almacenamiento en frío, etc., arrimando su pesca a compradores capitalistas por unos cuantos bolívares más de ganancia, o a productores de tomate –necesarios para la planta enlatadora de sardinas- a quienes se les entregó tierras, asesoría técnica, maquinaria, semillas, abonos, créditos con años muertos para su amortización, no llevando  su cosecha a la planta de propiedad social sino al mejor postor en el mercado capitalista exigen una reflexión inmediata.

Por otro lado, ver a emblemáticos voceros de la revolución cuyos “revolucionarios” negocios editoriales y de otros tipos han sido organizados exactamente como lo haría cualquiera de los empresarios privados: Registro mercantil, cuidadoso registro de los derechos personales sobre el negocio, estatutos mercantiles, cargos ejecutivos piramidales, privatización de los ingresos y explotación del trabajo asalariado de quienes los acompañan, produce sinceramente asco. ¿Será que no creen en lo que dicen o que aseguran los beneficios por si las moscas? En fin, toda una cadena de reproducción de los vicios capitalistas, que por cierto se verifican en otros muchos espacios llamados a imponer la filosofía de vida socialista. Allí se reproduce como la mala hierba el veneno fragmentador del capitalismo. Toda forma de propiedad de medios de producción que no sea social –indirecta como transición y directa como meta-, llámese cogestión, cooperativa, diversificada, mixta, iniciativa personal “revolucionaria”o como quiera que se llame, sólo reproducirá la mala hierba capitalista sin importar cuanto se le cante hipócritamente al socialismo. Medidas radicales junto a hombres y mujeres radicalmente socialistas son definitivamente el camino y no otro.   

La Revolución Bolivariana, socialista, bonita y solidaria necesita de radicales. La fuerza de la costumbre –incluso la manipulación- ha convertido el término "radical" en algo sospechoso de fanatismo, fundamentalismo e incluso oscurantismo. Un "radical" de acuerdo con esta perversión del concepto es un extremista irredimible. Un radical de verdad –jamás los de boquilla y pantalla que de esos hay en abundancia-  es visto como  un imprudente, un desequilibrado, uno que no entiende de acuerdos “pasajeros” con la burguesía.

En la línea de ser revolucionario haciendo revolución y ser socialista construyendo socialismo no hay otro modo que siendo radical, cualquier grado de “equilibrio” conduce a la ambigüedad. En el concepto martiano, radical es quien va a la raíz profunda de las cosas y se nutre de ellas. Es radical aquel que no se queda en la superficie y en lo aparente, aquel que no tiene otra agenda que la agenda del pueblo, aquel que asume la lucha por el socialismo con todas sus consecuencias. Visto así, es condición insoslayable del militante y del cuadro la radicalidad más absoluta. El  “equilibrio” representa más bien tibieza y mediocridad. El verdadero equilibrio en el ser socialista se verifica en la radicalidad de la entrega y tiene poco o nada que ver con la “sensatez” o la “prudencia” de quienes se manejan con agendas diversas por más que sean maestros del mimetismo.

En términos de ejemplos paradigmáticos Jesús de Nazareth, Simón Bolívar o el Che fueron radicales absolutos. Así fue percibido con claridad por los poderosos de sus tiempos. Sus radicalidades fueron en tal modo absolutas que los condujeron, al uno a la cruz en el Gólgota, al otro a la soledad dolorosa de Santa Marta y al otro a la Higuera, allá, cerca de Vallegrande en la querida Bolivia. La cruz de Jesús, la soledad de Santa Marta y la grandeza de aquel destartalado salón de escuelita se insertan en esta verdad absoluta. Jesús no murió en la cruz por la voluntad de un Dios que tenía necesidad de su sangre y sacrificio. Bolívar, ese mágico adelantado, no termina su vida oyendo entre lágrimas el canto de los negros esclavos en Santa Marta porque sus planes personales así se lo impusieron. El querido Che no concluye su lucha humana en la Higuera porque quiso ser el “guerrillero más famoso de su época”. Terminan así como consecuencia de sus radicalidades absolutas.

Fueron decididamente radicales tanto en sus entregas como en sus exigencias. Sabían que se es “sal de la tierra y luz del mundo” o sólo se sirve para ser “pisoteados por los cochinos”. Por eso la opción por el socialismo debe ser radical y ocupar el primer lugar por sobre cualquier otro amor, interés o deseo. Cualquier bien y hasta la propia vida deben ser sacrificados cuando entran en contradicción con el radicalismo de la opción por el socialismo. No hay lugar para medias tintas, el compromiso socialista fruto de la conciencia es superior y primero porque es el compromiso por la vida de la humanidad entera. El socialismo exige un compromiso llevado –por irrefragable convicción- hasta las últimas consecuencias. El camino que lleva hasta ese reino de igualdad, de paz y de justicia no es ancho, cómodo ni equilibrado sino estrecho… añadiría…radicalmente escabroso y estrecho. Quienes lo sigan, junto al inmenso honor de elevarse hasta el escalón más alto al que puede hacerlo un ser humano, deben –debemos- estar dispuestos a todo, incluso a “no tener donde reclinar la cabeza”. Deben –debemos- romper con todos los esquemas de “vida mejor” heredados del capitalismo y una vez puestos en marcha no mirar atrás.

Nadie debe llamarse a engaño, nadie debe ocultar las dificultades de este camino sino reconocer –con paz, convicción y alegría- que es un camino lleno de espinas, marcado por la cruz y rodeado de lobos. Las exigencias conscientes deben llevarnos hasta nacer de nuevo y dejar al hombre viejo que somos y al que hemos de ir muriendo. Incluso, como ya hemos mencionado en un escrito anterior, estas exigencias harán que para muchos de nuestros mismos familiares y amigos serán un signo de locura.

El radicalismo al que me refiero nace de la conciencia, de una conciencia absoluta de que nos entregamos a la salvación de la especie humana a la que pertenecemos y la preservación de la Pachamama que nos dio vida y techo. Será siempre fuente de tensiones y conflictos; será, por decirlo de algún modo, “navegar contra corriente”, conducir por una autopista en dirección contraria al tráfico establecido. Un socialista verdaderamente radical será objeto de odios, de incomprensiones, de intolerancias, de envidias, será motivo de división y escándalo. ¿Cómo no serlo si nos corresponde vivir y construir un mundo de igualdad y justicia en medio de una sociedad signada por el egoísmo y la explotación? Un socialista donde quiera que esté –trabajo, escuela, universidad, campo, etc.,- tiene que ser signo de contradicción, alguien que con su conducta desenmascara y denuncia la hipocresía del mundo.

Jesús de Nazareth, por ejemplo, condensó esta radicalidad en las bienaventuranzas que son la prueba radical de que las formas y los compromisos convencionales conducen a la impostura. En contraste con las teorías sociales del "capitalismo" del momento histórico, Jesús descalifica a los ricos, a los felices, a los satisfechos y “bien considerados”. En cambio los que para él están en el equilibrio evangélico son los pobres, los excluidos, los perseguidos por su opción por la justicia. Igual ocurre con otra serie de sentimientos naturales. El amor fraterno que Jesús reclama está bien alejado del “equilibrio”, no tiene nada de “sensato”. Para Jesús no somos buenos si no estamos dispuestos a dar la vida por aquellos a quienes decimos amar. Por cierto, nada de esto tiene que ver con el suicida por protagonismo –que los hay-, sino con la dulce entrega de la vida por la vida sin más fin que la vida misma.

El compromiso que exige Jesús no tiene nada de equilibrada sensatez. No es el  “equilibrio” prudente de los sabios, de los intelectuales o académicos sino el que lleva a emprender acciones sobrehumanas de pasión y entrega. De cara a la verdad, un socialista verdadero debe ser entonces radical hasta el absoluto. Su fidelidad a esta verdad debe conducirlo al enfrentamiento con el poder económico, social o político establecido. En su entrega a la causa de la verdad debe ser radical en la crítica y el desprecio por la hipocresía, por la superficialidad de la consigna altisonante y vacía, por el descaro del mimetismo oportunista y por toda forma de fariseísmo y apariencia.

Tiempo de radicales verdaderos, ese es el signo urgente de nuestro tiempo. Tiempo de la radicalidad en la forma de vivir el compromiso. Tiempo de consubstanciarse con los oprimidos siendo uno entre ellos. Tiempo de demostrar nuestra alegría irrenunciable de vivir humilde y dignamente tal y como le proponemos al pueblo. Cada noche, cuando intento aferrarme al descanso que brindan unas horas de sueño, pienso en los compatriotas humildes de nuestro pueblo subiendo cada noche las escaleras del cerro plagadas de malandros y paracos infiltrados, a espalda limpia, solitarios, con dolor en los riñones de tanto pagar el precio de la explotación capitalista, acompañados sólo de la fe solidaria de su pueblo que desde las ventanas los cuidan… y me pregunto… estos descarados que para ser “socialistas” requieren cuatro o cinco guardaespaldas, residir en suites de hoteles de lujo y ser conducidos en camionetas de último modelo, con chofer porque  “dan la cara y se arriesgan mucho cada día” ¿se preguntarán alguna vez si hay quien le guarde las espaldas a ese pueblo del que viven con privilegios inaceptables?


martinguedez@gmail.com



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Martín Guédez


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