Del servidor público como agente de transformación

I. Algunos elementos para forjarse un ideal.

1. El servidor público como “intelectual orgánico”.

Antonio Gramsci, comunista italiano, encarcelado durante años por Mussolini, era creyente de la unidad del trabajo intelectual y manual y, por tanto, del gobierno de los obreros. Formuló el planteamiento del “intelectual orgánico”, esto es, aquel que sirve a las necesidades de la forma de producción dominante, y cuyos oficios multiplicó la democracia burguesa, si no por las necesidades de la producción, sí por las necesidades políticas de la clase dominante.

Dice Gramsci que si bien no todos los hombres ocupan la función de intelectuales en la sociedad, todos tienen, en cambio, capacidad para hacerlo. Aún más, la formación de un nuevo tipo de intelectual está en el reconocimiento crítico del tipo de trabajo realizado para su integración en una concepción del mundo renovadora. Los intelectuales ejercen funciones en la sociedad política (aparato coercitivo) y la sociedad civil (los “órganos privados”) a favor o en contra de los grupos sociales más importantes. En otras palabras, sirven como “'gestores' del grupo dominante para el ejercicio de las funciones subalternas de la hegemonía social y del gobierno político ” (Véase: “La formación de los intelectuales”). De allí su importancia para mantener la vigencia de un orden imperante, o para propiciar su transformación.

En “Análisis de las Situaciones”, Gramsci nos muestra el relieve de la “relación de fuerzas”. En primer momento de lucha es el de la estructura económica, independiente de la voluntad de los hombres, etc. En un segundo momento se concentra la lucha propiamente política, basado en la manera en que los intereses de los distintos grupos sociales se estructuran y luchan por convertirse en el fundamento de una nueva concepción nacional del Estado. De allí pueden rescatarse tres niveles: el meramente profesional; el que sirve para vincular a todos los practicantes de ciertas ocupaciones relacionadas con el propósito de hacer valer sus reivindicaciones frente al Estado; y el tercero, más profundo, en el que los intereses parciales toman la forma de ideologías y de organizaciones (como partidos), y donde la búsqueda de la hegemonía social se hace más clara. Solamente a partir de aquí se llega al momento político-militar.

Sobre este terreno, el “modo de ser del nuevo intelectual no puede ya consistir en la elocuencia (...) sino en el mezclarse activo en la vida práctica, como constructor, organizador, “persuasor permanente” (...) y, sin embargo, superior al espíritu abstracto matemático; de la técnica-trabajo pasa a la técnica-ciencia y a la concepción humanista histórica, sin la cual se sigue siendo “especialista” y no se llega a “dirigente” (especialista + político) ” (Véase: “La formación de los intelectuales”).

Si la Revolución Bolivariana va a constituirse como una transformación de estructura, deberá asumir un enfoque parecido al de Gramsci, en tanto que sus objetivos son la fundación de una nueva cultura sobre la base de un nuevo sistema de relaciones de las clases sociales. El funcionario o servidor público debería comportarse como el “intelectual orgánico” que requiere la ejecución efectiva de un programa de gobierno (como el Primer Plan Socialista). Para ello, se requiere la formación permanente de los servidores públicos en aspectos políticos tanto como técnicos. Además, se debe favorecer la concientización de los mismos para que se asuman como agentes sociales de transformación.

2. El servidor público como “cuadro”.

En otro lugar de la geografía y de la historia, el intelectual argentino Ernesto Che Guevara, trataba de la necesidada de formar “cuadros” profesionales para satisfacer las demandas de la naciente Revolución Cubana. En “El cuadro, columna vertebral de la Revolución”, explica cómo la caída del entreguismo creó un vacío en la organización económica cubana, la cual se hacía mayor cuanto más aumentaban las exigencias del desarrollo y de la planificación comunista. Entre todos los vacíos, el más profundo era el de la inexistencia de cuadros de nivel medio, que fueran responsables de hacer coherente la política de “alto nivel” con las vicisitudes del Pueblo.

Ahora bien, según el Che, un cuadro:

1.“Es un individuo que ha alcanzado el suficiente desarrollo político como para poder interpretar las grandes directivas emanadas del poder central, hacerlas suyas y transmitirlas como orientación a la masa, percibiendo además las manifestaciones que ésta haga de sus deseos y sus motivaciones más íntimas”.
2.“Es un individuo de disciplina ideológica y administrativa, que conoce y practica el centralismo democrático y sabe valorar las contradicciones existentes en el método para aprovechar al máximo sus múltiples facetas; que sabe practicar en la producción el principio de la discusión colectiva y decisión y responsabilidad únicas, cuya fidelidad está probada y cuyo valor físico y moral se ha desarrollado al compás de su desarrollo ideológico, de tal manera que está dispuesto siempre a afrontar cualquier debate y a responder hasta con su vida de la buena marcha de la Revolución”.
3.“Es, además, un individuo con capacidad de análisis propio, lo que le permite tomar las decisiones necesarias y practicar la iniciativa creadora de modo que no choque con la disciplina”.
4.“El cuadro, pues, es un creador, es un dirigente de alta estatura, un técnico de buen nivel político que puede, razonando dialécticamente, llevar adelante su sector de producción o desarrollar a la masa desde su puesto político de dirección”.

El desarrollo del cuadro se logra en su quehacer diario, pero también deben existir organizaciones (o “escuelas”) especiales para su formación.. Además, son elegidos en las comunidades por sus características propias y su potencial de desarrollo. A partir de estas bases se forman distintas categorías de cuadros, cuyo “denominador común es la claridad política (...) [la cual] no consiste en el apoyo incondicional a los postulados de la Revolución, sino en un apoyo razonado, en una gran capacidad de sacrificio y en una capacidad dialéctica de análisis que permita hacer continuos aportes, a todos los niveles, a la rica teoría y práctica de la Revolución”.

Lo sustantivo sobre el cuadro, nos atrevemos a afirmar, es que es un individuo que posee cierto conocimiento de la teoría y de la práctica revolucionaria, pero que se distingue porque asume un papel ejemplar frente a las comunidades y, por tanto, no rechaza formarse junto a él y dentro de él, ya que lo reconoce como destinatario final de su quehacer vital. Esto quiere decir que no existe tal cosa como el cuadro aislado (sin organización revolucionaria y sin Pueblo), sino que la calidad de cuadro se obtiene por el reconocimiento de un colectivo al cual se sirve con esta función. Precisamente, uno de los aspectos con los cuales tanto el Che como Gramsci caracterizan a la burocracia, es por su obstinada separación de los intereses de la gente.

3. El servidor público como “técnico-político”.

En otro plano de conocimiento, Carlos Matus, reconocido teórico chileno de la planificación, habla sobre la carencia de conocimientos técnicos en quienes tienen la responsabilidad de orientar el destino del gobierno. En “Las ciencias y la política” (conferencia dictada en Buenos Aires en 1998) expone la falta de correspondencia entre la ciencia y la práctica o, en otros términos, entre la ciencia y la política. Reclama la incapacidad de los expertos en “ciencia departamentalizada” para actuar eficazmente en un ámbito político y, al mismo tiempo, la ineficacia de los políticos profesionales para lograr una gestión de gobierno que logre satisfacer las demandas populares.

La razón de esto se encuentra en que, según Matus, la “ciencia” tiene una base eminentemente académico (lo cual, en la manera como se concibe la educación formal hoy día, sirve para separla de su entorno inmediato); mientras que la política “real” ha tomado un carácter beligerante y personal. Por otra parte, casi nadie concibe la necesidad de una “teoría de la práctica”, que ayude a salvar la distancia entre los principios de los distintos campos de la ciencia y su aplicación.

En “Adios, Señor Presidente”, Matus señala que, aunque los líderes políticos se forman en la lucha política, los técnicos políticos se forman en los centros de instrucción formal, cuyo nivel es muy bajo en América Latina, ya que, como señalamos antes, las Universidades despachan “especialistas” que son ciegos a la realidad política del país. La principal tarea del día, entonces, estaría en elevar el nivel técnico-político de los equipos de gobierno, con el propósito de elevar el nivel de los políticos prácticos y de mejorar la propia gestión del poder.

Para Matus, un técnico-político debe ayudar a decidir los supuestos políticos (y no darlos por sentado), así como crear recursos para alcanzarlos. Su labor es la de hacer dialogar la política y la técnica (los objetivos con las operaciones) en el campo de acción de la sociedad, sin dejarse restringir por las limitaciones de enfoque de las “ciencias” sociales. Debe abocarse a la planificación política, a la apreciación de situaciones en el interior de procesos inciertos y creativos, frente a la tendencia de otros profesionales de utilizar criterios unidimensionales para decidir en el ámbito complejo de la realidad social. Es, en suma, “un cientista social con sentido práctico (...) obsesionado por crear métodos y técnicas al servicio del hombre de acción, irrespetuoso de la ciencia oficial, humilde ante la complejidad de los hechos”.

No obstante la importancia del técnico-político, no existe, según Matus, un lugar en América Latina donde los técnicos-políticos puedan formarse para la apreciación situacional. La tarea de los partidos políticos sería entonces la de ser capaces de crear a los lídeser que puedan conciliar la micropolítica con la “gran política”.

En este caso, el servidor público está llamado a ser aquél que preste los medios técnicos al cumplimiento de un fin político. Para ello se exige, por supuesto, convicción sobre las metas planteadas. De lo contrario, se caería en la trampa tecnocrática de considerar a la técnica como un medio infalible y descontaminado de la pasión que es inmanente a la política.

II. Coyuntura política en Venezuela.

La situación política en Venezuela puede definirse, a grandes rasgos, como la instauración de nuevos principios, reglas y prácticas políticas, que tienden a la inclusión popular, y que se suponen como superación de antiguos supuestos, basados en la “conciliación de élites”. En esta definición general debe quedar implícito que es proceso político venezolano se comprende como un período de transición entre la “vieja política” y la “nueva política”; lo cual implica la conservación momentánea de ciertas prácticas y estructuras cuya constitución elemental contradice lo expresado en el primer enunciado. Lo riesgoso, en esta coyuntura, es que las “situaciones de transición” pueden tender, a la vez, a la desviación de los objetivos generales. La dirección que tome el proceso venezolano dependerá de la correlación de fuerzas entre los distintos actores que existen en su interior.

Hoy día, en Venezuela el ámbito técnico no posee la fortaleza que quisiéramos admitir. De hecho, las Universidades venezolanas, en su mayoría, cumplieron bastante bien el papel de ideologizar negativamente a nuestros profesionales y técnicos, otorgándoles la convicción de que la educación formal equivale al conocimiento llano, y que éste habría de llevarlos a formar parte de los grupos privilegiados, siempre que el Estado y las masas populares, no entraran en escena.

Por esa razón el rumbo del proceso político no podría decidirse únicamente en el campo de la capacitación técnica y política de los profesionales egresados. Debe orientarse también a la formación y capacitación de los miembros de grupos socialmente excluidos, quienes podrían asumir los preceptos ideológicos de la transformación. En otras palabras, se trata deconstruir un nuevo modo de hegemonía, basado en la creación de nuevos intelectuales orgánicos cuyo destino se encuentra ligado al de la Revolución. Allí se encuentra la esperanza que abrieron las Misiones Educativas y Laborales, y que sigue vigente como Proyecto de transformación.

En consecuencia, la labor política-ideológico de las personas técnicamente formadas para el trabajo productivo continúa siendo imprescindible para el cambio cultural. Éste deberá cumplirse, también, con la mayor eficacia administrativa, o de lo contrario se corre el riesgo de crear falsas expectativas en la población que se desea involucrar. De allí la necesidad de rescatar aquella directriz de Alfredo Maneiro en sus “Notas Políticas”: y tener “eficacia política” y “calidad revolucionaria”.

En lo interno, el Estado deberá cambiar también, para dejar espacio de desarrollo a los nuevos agentes políticos. Se debe concebir la labor en la administración pública como un proceso de formación permanente dentro del paradigma del trabajo liberador. Èste es un trabajo de formación práctica que tiene lugar junto a las comunidades, y que tiene como resultados el servicio inmediatamente prestado a éstas y la materialización de un proceso de co-formación entre las comunidades y los servidores públicos. No podemos dejar de recordar en este espacio a Paulo Freire y su “Pedagogía del Oprimido”; recordar que muchas veces el funcionario lleva en sí el discurso y las prácticas del grupo opresor. Aún más, recordar que, entre los oprimidos, la “liberación” es representada muchas veces por el deseo del asumir el papel del opresor. De allí el sentido profundo de “liberación” que debe existir en el trabajo de los servidores público
junto a las comunidades.

Podemos representarnos el papel de este servidor público ideal en un caso actual, como el de la discusión pública de las leyes habilitantes. Así como lo hicieron el año pasado en contra de la Reforma Constitucional, los medios privados de oposición se encuentran enfocados no en la discusión de las características y del significado de las leyes, sino en la promoción de una falsa imágen para inspirar sentimientos adversos en las comunidades. ¿No corresponde a los servidores públicos que voluntariamente asuman su papel como agentes de transformación, llevar conocimiento y confianza a las comunidades, para combatir las acciones que, a todas vista, tienen como objetivo el sometimiento psicológico del Pueblo? Y ¿cómo se asume esta tarea realmente, dentro de las características que sabemos que tiene la administración pública? Si los ataques de la reacción se dirigen fundamentalmente al control del Estado, la Revolución debe responder
asumiendo no solamente la defensa de su aparato, sino también la tarea de formación ética y cultural de las comunidades populares.

Requerimos, eso sí, una teoría de la acción práctica, que muchas veces se echa de menos en los planes de los militantes. Esta teoría de la práctica debería abarcar no solamente los aspectos políticos y técnicos de la preparación, sino además lo intelectivo, que mueve a la comprensión creativa de las ideas, y lo emocional, relacionado con la intercompenetración de los sujetos.

santiago.roca@yahoo.com


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Santiago Roca


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