La marca de la persistencia

La lucha de la mayoría bigenérica de quienes hoy respondemos al gentilicio de venezolanos tiene la marca de la persistencia, y en su curso ha erigido, para orgullo nuestro pero también como exigencia de responsabilidad y compromiso, pináculos de gloria. La estirpe originaria, con quince milenios largos de forja de coraje, sembró desde el inicio la semilla de la resistencia al poder extranjero avasallador, y al entrar en su cauce el vigor de los hijos de África, martirizados sus cuerpos pero con raíces espirituales hincadas en la génesis de la especie, y al confluir igualmente el temple innegable del conquistador, a su vez conquistado por las hembras que buscaban amansar su bravura, surgió la mezcla y conformó los conglomerados humanos que unieron a los Guaicaipuros y los Curicurián con los Miguel de Buría, los José Leonardo Chirinos y las Hipólitas, y con los Bolívar, los Mirandas, los Sucres, los Robinsones, las Luisas Cáceres, las Avanzadoras, los Zamoras, los Píos Tamayos, los Argimiros, las Livias, los Chemas, los Loveras, los Fabricios y las multitudes que con ellos y ellas hicieron de esta tierra --con expresiones similares en las hermanas latitudes del Continente-- un manadero de ideas libertarias y libertadores.

Desde Colón los imperios no dominaron nunca en paz, y al afincarse a lo largo del siglo XX el más depredador, amoral y arrogante de todos, con sus taladros buscadores de dólares y sus procónsules agenciadores de dictaduras, seudodemocracias y venalidades, para mantener el “orden” tuvieron que multiplicar y tecnificar el gremio de los torturadores y los carceleros, engendrar la inhumana figura del desaparecido y desarrollar patrones de guerra sucia que dejan pequeñitos los rastros de la memoria histórica; pero no pudieron evitar el quebrantamiento del sistema entre nosotros, iniciado por los levantamientos de los años sesenta y siguientes, sacudido, tras la aparente quietud de la derrota insurgente, por aquel 27 de febrero que unió la ira popular con la vesania represiva mercenaria, y culminado hacia el final de la centuria con la crisis revolucionaria paridora de la Revolución Bolivariana y el liderazgo de Hugo Chávez Frías.

El reto revolucionario abrió las compuertas de la participación protagónica del pueblo, en pro del rescate del poder que sus enemigos le usurparon, y señaló la meta concatenada de la liberación nacional para cortar las amarras del imperialismo, y del rumbo socialista como condición para concretar aquella y materializar el desiderátum de la mayor felicidad posible, sobre la base de la extinción de la explotación de humanos por humanos.

El empoderamiento popular avanza por encima de tropiezos y en zigzags, pero ya nada podrá detenerlo. La oligarquía, que sólo tuvo capacidad creadora cuando de su seno salieron héroes, hoy muestra su caducidad con la pobreza interior que la caracteriza, y el imperialismo, en el cual cifra su apetito de sobrevivencia, no las tiene todas consigo. El ciclo crítico que atraviesa es prolongado y estructural, y razonablemente no se avizora solución. Posee la predominancia militar, económica aún, de intriga, mediática y, a través de ellas, de las posibilidades de agresión psicológica, cultural y material. Pero ya no puede hacer guerras mundiales para reparar el sistema como antes, las locales son insuficientes y la panoplia nuclear es inutil, pues su uso presupone el suicidio planetario. Ya no hay más colonias que conquistar, la unipolaridad jamás se consolidó, se agotan las fuentes de explotación de nuevos recursos y trabajo ajenos. La energía, el agua, los alimentos, la propia tierra herida por la naturaleza depredadora del capitalismo, están en ruta de alarma y sólo pueden garantizar la vida si la irracionalidad cede ante la razón. El “gran satán”, bautizo iraní, ha perdido sus coartadas de libertad y democracia y ahora está desnudo, y su influencia política y social, como la piel de zapa de Balzac, se reduce a la vista de los pueblos.

El nuestro, con la doctrina bolivariana, el liderazgo del Presidente, su creciente conciencia, su unidad cívico-militar y sus nexos con los pueblos hermanos y los gobiernos amigos, tiene abiertas sus “grandes alamedas”. Claro, con mucha brega, pero para eso está listo.


freddyjmelo@yahoo.es


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Freddy J. Melo


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