Alberto Garrido, quien trató de ser el herodoto de la Revolución Bolivariana

Nota: El titulo original de este artículo era "Alberto Garrido, quien trató de ser el herodato de la Revolución Bolivariana", por un error involuntario del autor. Ver aclaratoria en http://www.aporrea.org/actualidad/a47781.html

Alberto Garrido fue asesor de Pedro Rincón Gutiérrez (Perucho) cuando éste se desempeñaba como Rector en su penúltimo mandato. Recuerdo que Garrido era un buen observador y tenía olfato periodístico. En una ocasión me dijo: “Perucho es un seductor…”, para referir el poder que este rector de rectores tenía sobre muchos profesores. Su primer libro trató sobre los acontecimientos en Mérida, el 13 de marzo de 1987: el asesinato del estudiante Luis Ramón Carvallo Cantor. Fue realmente un macabro día viernes 13, por la noche. Un grupo de estudiantes recién graduados celebraba con las consabidas caravanas de carros por las calles de Mérida. De pronto se escuchó un disparo. Un conocido abogado de la ciudad acababa de matar a un estudiante, que ese mismo día se estaba recibiendo de ingeniero de la República. El abogado lo mató frente a su casa, en la avenida 4, entre las calles 30 y 31, por estar orinándose cerca de su jardín. La ciudad fue incendiada y las fotos de las tanquetas en pleno centro recorrieron el mundo. Allí Alberto captó el golpe mortal en política de la noticia y de las imágenes, y en pocos días estructuró un trabajo sobre el tema.

También Alberto dirigió un periódico, y contaba con el apoyo de buenos amigos en el campo editorial, como José Luis Moreno, su compadre.

Garrido podía discutir con detalle los temas nacionales palpitantes con alguna profundidad, pero no le gustaba comprometerse en la acción política militante, y por esto mismo acabó haciéndose una especie de observador lejano de los hechos, además de un mesurado conservador. No quería problemas con nadie y trataba de mantenerse al filo de una visión muy personal sobre los acontecimientos que nos han estado estremeciendo desde hace casi una década. Consideraba Alberto a Chávez un avezado político con atrevimientos abismales cuyos pasos le darían un vuelco total al hemisferio, pero su óptica no era capaz de ir el verdadero horizonte del proyecto bolivariano. Alberto no conocía en profundidad al pensamiento Bolívar y he allí su gran falla para conocer al Comandante Chávez y su programa frente al imperio. Irónicamente, Chávez sacó del anonimato al analista Garrido, cuyos trabajos corrían por la prensa más importante del mundo. La obsesión de Garrido fue el tema bolivariano y en muchos aspectos nos cruzamos en los trabajos que hacíamos. Él utilizó muchas de mis investigaciones y quiso por todos los medios entrevistar a J. E. Ruiz Guevara (el comunista y maestro de Chávez) quien mantenía una gran amistad conmigo, y a quien le hice varias entrevistas para periódicos, radio y televisión. Me pidió su teléfono pero yo le dije que no estaba autorizado para dárselo. Él entonces lo consiguió por otro lado y lo llamó. El terrible Ruiz Guevara le contestó: “Yo no concedo entrevistas, yo hablo con mis amigos”, y sin más trancó el teléfono.

Garrido fue uno de los informantes de José Vicente Rangel en la famosa época de este programa durante las últimas presidencias de CAP y Caldera. En 1993, se produjo un caso horrible en el que doparon para robar a los artistas populares Juan Félix Sánchez y Epifania Gil; entonces la maldita y cobarde prensa local se calló la boca para proteger a los bandidos y yo en entera soledad asumí la denuncia. Un poderoso bufete me demandó, pero Garrido reventó el caso a través del programa de José Vicente, y eso aflojó las arremetidas de mis enemigos.

Recuerdo que Alberto publicaba en Caracas las críticas más terribles que yo entonces les hacía a los delincuentes de la Universidad de Los Andes (que luego recogí en un libro que se llamó “Capos de Toga y Birrete”), que él conocía muy bien por dentro. Garrido mantuvo clandestinamente una feroz campaña contra la corrupción en la ULA, producto de espantosas estafas como por ejemplo la que hubo con FUNDAULA. Garrido mandaba a “El Nuevo País”, a ZETA, AUTÉNTICO y a otros medios los desquicios que cometió en la ULA el ex rector José Mendoza Angulo. Ese nido de ratas horrible, que provocaba náuseas, trató él de reventarlo por mampuesto. En una ocasión que fui amenazado de muerte por la directiva de Asociación de Profesores de la ULA, APULA, Garrido mantuvo en su columna de El País un alerta sobre lo que me podía suceder.

Él fue un buen amigo durante este tiempo. Discutíamos largas horas, y un capítulo entero de “Capos de Toga y Birrete” fueron datos que él me pasó porque además guardaba documentos sobre muchas estafas que sucedieron en la ULA. En los archivos de “El Diario de Caracas”, donde él trabajó debe conseguirse gran parte de sus denuncias. En verdad que Garrido se movía en un círculo de amigos con lo que yo no podía ni quería relacionarme. Sabía además que Garrido se había ido a Caracas a trabajar con Gustavo Cisneros a quien yo había atacado despiadadamente en artículos por “El Correo de Los Andes”. Cuando a Garrido, luego lo nombraron director de “El Correo de Los Andes”, mis artículos en este periódico no salieron más. Pero él no quería que yo me molestara por eso, entonces me dijo: “Mira, José, mejor publica tus cosas en un periódico en Caracas. Yo te voy a poner en contacto con Rodolfo Schmidt quien está por fundar un periódico”. Sabía muy poco o nada de Rodolfo Schmidt, no obstante vine a conocer por allá en 1999 a este señor, en un lugar cerca de Chacaito donde él estaba organizando una oficina; hablamos sobre ese nuevo periódico, pero aquello estaba muy verde y creo que nunca cuajó. Alberto admiraba a Rodolfo Schmidt, y me daba cuenta de que esa clase de periodismo no tenía nada que ver con mi estilo frontal de lucha contra la derecha.

En sus primeros trabajos sobre el MBR-200, muchos de mis amigos chavistas aportaron sustantiva información a la obra de Garrido, y entre ellos podemos mencionar a William Izarra, Nelson Sánchez (Comandante Harold) y Pedro Solano.

Alberto conocía mi clara y cruda posición sobre todo lo que tenía que ver con el poder constituido. Y me consta que estaba al tanto de todo lo que publicaba por Aporrea; el tema de las tensiones con Colombia, el asunto de la geopolítica y el de los álgidos temas que comenzaba Chávez a poner sobre el tapete con el petróleo y su relación con los árabes, le apasionaban. Yo lo llevé en dos ocasiones a mi programa que dirigía por OMC-Televisión, “Semblanza y Tradiciones”. ¡Cuántos libros discutimos en esa época!

Difería mucho de algunos de sus análisis que largamente discutíamos en su casa de la Urbanización El Rodeo, en Mérida. Allí con su bella hija Blanca. Alberto realmente era un padre amoroso. En una ocasión, en el año 2.000, a Blanquita casi la matan unos super-capitalistas y usureros galenos, y Garrido y yo entablamos una guerra feroz contra las malas prácticas médicas en Mérida, y entonces me hice presidente de una ONG que él apoyó mucho y que comenzó a llevar casos a la Fiscalía. Monté una sede de esta ONG en Mérida y trabajé duro en docenas de casos, que Garrido se encargaba luego de difundir en la prensa nacional. A la postre nada se pudo hacer contra esas clínicas mafiosas que todavía hacen lo que les da la gana contra los pacientes, macabramente muertas de la risa.

El libro más desafortunado que para mí escribió Garrido fue el de las confesiones de Herma Mercedes Marksman en la que muestra una relación amorosa de ésta con Hugo Chávez. Allí se colocan una cartas íntimas que nada tenían que ver con el tema realmente político y en el que claramente se perseguía otra cosa más bien chocante, tocar lo más personal, lo más sagrado que tiene un ser cuando entrega su amistad en la que deja un poso de fe y profundad lealtad. Me pareció un libro en el que se procuraba darle un golpe bajo a Chávez. Con este trabajo Garrido quemó las naves en su deseos de entrevistar alguna vez al Comandante.

Nuestro distanciamiento se produjo el 13-A del 2002. Yo me encontraba en mi casa cuando él llamó a eso de las ocho de la mañana llama y me pregunta que dónde está escondido el Fiscal Isaías Rodríguez. Yo le contesto que no lo sé y que tengo tiempo que no sé de él. Entonces, insistiendo en el punto me dijo que había un grupo numeroso de periodistas internacionales que deseaban entrevistarlo. Le repetí que no insistiera porque no sabía nada. Luego la conversación derivó hacia Chávez y me dijo que era imperdonable lo que el Presidente había hecho mandándole a echar plomo a la manifestación de la marcha del día 11. Yo, que estaba confundido como el país todo, sólo le contesté que para qué habían Ortega, Carmona y su gente, desviado la marcha hacia Miraflores; él insistió en que era imperdonable esa matazón de gente inocente, y le noté un aire triunfante en sus palabras. Me sentía arrecho, desolado e impotente y dejé de lado el teléfono. No podía entender cómo todo el mundo podía estar o hacerse el confundido de manera tan burda. A la hora él me volvió me llamar, pero esta vez con un tono totalmente distinto y me dijo que se estaba presentando una delicada situación con Baduel en Maracay. La verdad es que desde entonces perdí todo contacto con Alberto. Yo creo que los dos sabíamos que estábamos en bandos opuestos y que era imposible mantenernos en una comunicación confiable.

Sobre el tema del 4-F, yo tenía, creo, más información que Garrido. Él lo sabía. Yo le hice una larga entrevista a Fernán Altuve Febres e hicimos planes para publicar un libro sobre esta rebelión. Un extracto de este trabajo lo envíe al semanario La Razón, pero poco antes de que saliera tuve un impasse con Fernán, y entonces le pedí a María Alejandra que no lo publicara. Creo que Alberto se hizo con ese material, y él también tuvo otro lío con Fernán. Garrido expresó en esa ocasión: “Sobre sus declaraciones previas al citado documento de La Razón, únicamente conocí la otorgada a José Sant Roz, a quien le pregunté por la entrevista, ya que me pareció un aporte para la construcción de esta historia que apenas se está conociendo, aunque aquella no se puede comparar, a mi criterio, con el impacto del escrito publicado recientemente en La Razón. Pese a que no hablo con Sant Roz desde hace un buen tiempo, trataré de conseguir los otros materiales citados.”

Paz a sus restos.

jrodri@ula.ve


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José Sant Roz

Director de Ensartaos.com.ve. Profesor de matemáticas en la Universidad de Los Andes (ULA). autor de más de veinte libros sobre política e historia.

 jsantroz@gmail.com      @jsantroz

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