El socialismo y el humanismo

El mundo ha sido, en cierto sentido, la lucha permanente –mientras existan las clases sociales- entre lo humano contra lo inhumano o lo inhumano contra lo humano, o valga decir: el bien contra el mal o el mal contra el bien, sabiéndolo entender como hechos y corrientes de la historia –muchas veces- necesarias e inevitables hasta cuando triunfe para siempre el imperio de la libertad sobre la necesidad y logre el ser humano no sólo apreciar y respetar el valor de la naturaleza -como madre de la vida humana- sino también poder trabajar según su capacidad y obtener bienes según su necesidad. 

 Lefbvre dice “Lo humano es un hecho: el pensamiento, el conocimiento, la razón, y también ciertos sentimientos, como la amistad, el amor, el coraje, el sentimiento de la responsabilidad, el sentimiento de la dignidad humana, la veracidad, merecen sin discusión posible tal calificativo… En cuanto a la palabra “inhumano”, todos saben lo que designa: la injusticia, la opresión, la crueldad, la violencia, la miseria y el sufrimiento evitables…” 

 Los metafísicos creyeron que lo humano era únicamente el conocimiento y la razón; y por inhumano, tenían a todos los otros aspectos del hombre. Y como vinculaban el conocimiento y la razón de manera dependiente de un pensamiento, una razón o un conocimiento sobrehumanos, desvalorizaban por completo, haciéndolo ver como inhumano, realidades que son inevitables en lo humano, tales como: la vida, la pasión, la imaginación, el placer, según Lefbvre.

 No fue fácil llegar a una verdadera concepción que nos clarificara, científicamente, lo que venía siendo humano y lo inhumano en un mundo de clases sociales, de profundas y hasta violentas contradicciones, de guerras entre naciones por el progreso o el atraso, de conflicto por el conservadurismo o superación de valores culturales y artísticos clasistas, por mantener o cambiar concepciones sobre el mundo. Hubo un tiempo en que la religión, por ejemplo, tuvo por inhumano a la ciencia que se atreviera traspasar la frontera de una hipótesis que podía hacerse teoría tan pronto el laboratorio de la práctica social la comprobase. Lo estoicos, por su parte, creyeron que la pasión o todo deseo resultaba una alienación de la pura razón “… por la razón, en efecto, el sabio estoico reina sobre sí y se desprende de todo lo que no depende de él, de todo lo que no es él mismo; pero por el deseo y la pasión, el hombre que no es un sabio se liga a “otro” distinto de sí mismo: depende de él; se aliena, es decir, se vuelve loco, delirante, desdichado, absurdo, y por lo tanto inhumano o demasiado humano” (Lefbvre).

 Si entendemos que la historia humana –en general- y el hombre –en lo particular- no han podido desarrollarse más que a través de las contradicciones, por intereses que resultan en determinados casos –como la lucha de clases- antagónicas, comprenderemos que el factor humano no podía, al decir de Lefbvre, formarse más que a través de lo inhumano, primero confundido con él –se refiere al hombre- para diferenciarse en seguida a través de un conflicto y denominarlo mediante la resolución de ese conflicto.

 Agrega Lefbvre que “Así es como la razón, la ciencia y el conocimiento humanos llegaron a ser y son todavía instrumentos de lo inhumano. Así es como la libertad no ha podido ser presentida y alcanzarse más que a través de la servidumbre. Y así es también como el enriquecimiento de la sociedad humana no pudo realizarse más que a través del empobrecimiento y la miseria de las más grandes masas humanas. Lo humano y lo inhumano se revelan en todos los dominios con la misma necesidad, como dos aspectos de la necesidad histórica, como dos facetas del crecimiento del mismo ser. Pero estos dos aspectos, estas dos facetas, no son iguales y simétricos, como el Bien y el Mal en ciertas teologías (el maniqueísmo). Lo humano es el elemento positivo, la historia es la historia del hombre, de su crecimiento, de su desarrollo. Lo inhumano no es más que el aspecto negativo: es la alienación, por otra parte inevitable, de lo humano. Es por ello que el hombre, al fin humano, puede y debe destruirla, rescatándose a sí mismo de su alienación”.

 Bueno, para no seguir en la filosofía de lo humano y de lo inhumano, podemos decir que hoy día, bajo el imperio de la globalización capitalista salvaje, los que se oponen al devenir histórico, los que se aferran a la explotación y opresión del hombre por el hombre, son los inhumanos; y quienes desean construir un mundo nuevo posible que plena de libertad y justicia al hombre sin ser explotado y oprimido por el hombre, son los humanos.

 El socialismo es un régimen, para merecer ese nombre, la fase de un Modo de Producción (comunista) que tiene por fin social: el triunfo absoluto del humanismo y la extinción o desaparición de todo rasgo inhumano de la humanidad –en general- y del hombre -en lo particular-. Al reinar la solidaridad, el amor, la amistad y la ternura en la historia humana, ya no habrá más nunca necesidad de desprecio, individualismo ni egoísmo en la conciencia humana.

 El capitalismo, en sus comienzos, propagó un humanismo que superó el antihumanismo que el atraso feudal ponía como obstáculo al desarrollo económico–social. Sin embargo, era o es un humanismo artificial, porque continuó sustentándose, como el feudalismo, en la explotación y opresión de clases y del hombre por el hombre, en la manutención de la pobreza y el dolor para los muchos. En la entraña de la burguesía no ha habido nunca ideal de emancipación social total para la humanidad. El antihumanismo capitalista o burgués aliena al hombre, porque lo separa de su propia actividad productiva y vuelve en contra de sí mismo todos los objetos o bienes producidos por él, tal como lo descubrió y lo denunció Marx.

 Dice Ludovico Silva que el hombre en la sociedad de transición del capitalismo al socialismo vive bajo el imperio de una ideología que tiende a despersonalizarlo, a volverlo gregario, como si se tratase de una hormiga. Tal vez, Ludovico dijo eso porque veía rostros compungidos y amargos en la experiencia soviética. Quizá ha debido mejor decir, que en esa transición se debaten en duelo a muerte los elementos inhumanos del capitalismo y los humanos del socialismo por imponerse los unos a los otros, y que no resulta extraño que en esa batalla crucial se lleguen a cometer excesos de la parte socialista y que resultan ser antihumanos, por mucho que no se hayan querido ejecutar. Pero eso no es un producto del marxismo, sino más bien de circunstancias concretas que a los marxistas resultan indeseables.

 Estamos hablando del humanismo y el antihumanismo de clase, del hombre de clase social, del modo de producción, para no confundirlo con ese humanismo genuino de la cultura literaria que se encuentra en la obra de Homero, en los líricos griegos, en los filósofos presocráticos y otros, que si bien tiene que ver con el mundo y el hombre, no lleva la fuerza de doctrinas que se pugnan por imponer la cultura –como un todo- de su preferencia a la sociedad. Incluso, hubo un tiempo en que los dioses eran apreciados como forma de humanidad superior, concibiéndose la divinidad a imagen del ser humano. Tal vez, por eso Jenófones señalaba que si los leones hubiesen podido concebir dioses, les hubiera dado forma de leones. Protágoras había dicho que “el hombre era la medida de todas las cosas”, al cual, Platón envejecido y ya perdido en sus cavernas imaginarias le buscaría su antítesis o corolario: “la medida de todas las cosas es Dios”.

 

 Sobre el humanismo mucho se ha hablado y se ha escrito. Incluso los filósofos estoicos llegaron a crear la teoría que denominaron “filantropía”, contentiva de un ideal de comprensión del ser humano y de amor hacia él. Es difícil encontrar, en un mundo tan revuelto, contradictorio y violento como la globalización capitalista salvaje, por ejemplo, algún personaje vinculado a la propiedad de los medios de producción, que se le acerque o se guíe por el humanismo defendido por San Jerónimo siglos atrás, llegando a sostener éste que la Biblia no era sólo libro de la salvación (soteriológico), sino igual un instrumento literario capaz de ser asemejada con la literatura de la gentilidad. San Jerónimo, en su traducción de la Biblia (Vulgata) llega a sostener, ante el rechazo de los eclesiásticos conservadores, que el cuarto libro de Moisés contiene “los misterios de toda la aritmética”; el libro de Job “todas las leyes de la dialéctica”; y el Salmista era “nuestro Simónides, nuestro Píndaro, Alceo, Horacio, Catulo”.

 Pero como el marxismo no es filantropía, ni utopismo, ni paternalismo como tampoco una Biblia que propaga el método de la fe en los poderes divinos y sobrenaturales del Ser Supremo, Marx nos aporta la definición más científica y revolucionaria del humanismo comunista como una contraposición a todos los humanismos anteriores y al antihumanismo, fundamentalmente, capitalista.

 Marx considera que el humanismo que acabará con la alineación del ser humano contiene tres aspectos o fases: humanismo teórico, humanismo práctico y humanismo positivo. El primero versa en la superación de la fase teológica de la humanidad, pasando a ser la naturaleza humana el epicentro de la concepción del mundo del hombre. Marx valora mucho el aporte de Feuerbach en sus aforismos sobre la filosofía del porvenir. Sin embargo, Marx no se detiene allí y continúa haciendo camino al andar, llegando al segundo (práctico), que tiene que ver con la creación de condiciones materiales para que el hombre alcance cultura elevada sin diferencias clasistas. Es crear un hombre nuevo, ese que el Che lo preveía como “el hombre del siglo XXI”. Y el positivo estaría garantizado a partir del socialismo plenamente desarrollado sin alienaciones para entrar definitivamente a esa fase donde cada uno trabaja según su capacidad y obtiene según su necesidad; cuando la producción sea para el hombre –hablando en general como sociedad- y no el hombre para el mercado; cuando el hombre satisfaga todas sus necesidades y no las del mercado; cuando la mujer esté completamente liberada y dignificada, cuando nadie viva para el dinero, ni el Estado, ni las clases, ni el Derecho ni nada que los aliene a supersticiones ideológicas ni a fetiches materiales. Ese es el humanismo socialista. 


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