Chávez, el Socialismo del siglo XXI y la jerarquía de la iglesia católica

¡Cuestión de equipos, Sr. Luckert… cuestión de equipos y la misma sinvergüenzura!

Una de las descalificaciones a priori del Socialismo del Siglo XXI, acaso la más socorrida, resulta de inscribir este proyecto humanista e inédito en la esfera del socialismo real del siglo XX. Cierto que algunos voceros del sector revolucionario con la grave responsabilidad de tener en sus manos tribuna y capacidad de difusión, hacen mucho por confundir al pueblo acerca de la naturaleza de nuestro socialismo. No obstante y a pesar de la pobre ayuda que le agencian a la revolución estos gallitos de pelea, empeñados en espantar con su verbo radical –porque de testimonio de vida, nada de nada-, lo cierto es que eligen los enemigos el camino más sencillo. Se montan sobre casi un siglo de propaganda anticomunista para hacer de espantadores de oficio. El mismo cuento de siempre: te quitarán la patria potestad de los hijos, te quitarán el apartamento, el televisor, el pasaporte y hasta tus medios. ¡Uyyy!

Es tan necio el recurso como lo sería si alguien pretendiera descalificar a Jesucristo por el testimonio histórico de la iglesia a partir del siglo V y hasta nuestros días, con honrosas excepciones. Una larga cadena de crímenes y traiciones, pero… ¡Una estupidez mayúscula! Sin embargo la jerarquía católica no ve lo peligroso de este recurso para descubrir su propia conducta. Están afectados –el poder y los privilegios son así-, por una clamorosa ceguera negra. El primero que los condenaría por su antitestimonio de vida e hipocresía sería el propio Jesucristo. ¡Qué modo de andar por los mismos caminos que anduvieron los que mataron a Jesucristo!

Según las narraciones evangélicas, Jesús se rodeó durante toda su vida pública de pecadores, enfermos, pobres y samaritanos. Este es un hecho incontrovertible de la praxis de Jesús. No sólo la predilección por los pobres, sino mucho más, la condena de los ricos, justamente por causantes de la pobreza. Este es un dato absolutamente insoslayable para entender la moral cristiana. La praxis cristiana sin este compromiso con los pobres es un cascarón vacío. De modo que esta forma de mostrar el Evangelio es mucho más que un dato en la vida de Jesús. Es, simple y llanamente, la esencia de su Evangelio.

Resulta grotesco ver a un obispo como Mons. Roberto Luckert, responder con desparpajo y caradura al desafío que Chávez lanzó en la Asamblea Nacional, cuando citó la vida comunitaria (comunista) de las primeras comunidades cristianas, recogidas en el capítulo 5 del libro de Hechos de los Apóstoles, simplemente diciendo descaradamente que “es el presidente el que tiene que aplicarse la lección”. ¡No!, ¡mil veces no!, Sr. Luckert (eliminar el Monseñor, no fue un error), todos los cristianos están obligados –en tanto tales- a dar testimonio de vida, de lo contrario, como señala la Carta a los Hebreos: “es tomar a Cristo, uno mismo, y crucificarlo de nuevo” ¡No sea usted tan hipócrita, Sr. Luckert! ¡No crucifique usted de nuevo a Cristo!

Esto que digo sobre usted, Sr. Luckert, lo digo exactamente igual sobre cada revolucionario que no vive con humildad su apostolado. Usted y ellos son unos hipócritas. Usted es tan desleal como lo son los “revolucionarios” que tienen la revolución en la boca para comer de ella. Es tan traidor usted como el “revolucionario” que hace apenas dos años era pobre de solemnidad y hoy está rico. Traicionan ustedes al mismo pueblo. Usted, con su sotana y su solideo morado, estos…con su gorrita, su franela o su boina roja. Son ustedes enemigos de Dios y del pueblo, porque en definitiva el pueblo no es sólo la voz de Dios, sino que Dios habita en el pueblo. Es usted tan fraudulento como el corrupto que critica. ¡Cuestión de equipos, Sr. Luckert… cuestión de equipos y de uniformes! ¡Dígalo ahí!


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Martín Guédez


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