Diez premisas para afrontar la lucha socialista de hoy

El socialismo para cuando sea

Primera premisa: Si el socialismo supone la construcción de nuevas –otras- relaciones humanas contrarias a las que se han venido impuesto bajo el modo de producción y vida capitalista, entonces sólo podemos concluir que este constituye, siguiendo las enseñanzas del filósofo Spinoza y del anarquista Bakunin una “causa de sí mismo”, “naturaleza que no obedece sino a sí misma” ajeno por tanto a todo determinismo histórico lineal y productivo. No existe ninguna ley, ninguna condición concreta y específica, ningún límite predeterminado, que permita distinguir de manera precisa en que momento es posible la construcción de una sociedad que suponga la hegemonía absoluta de las relaciones de igualdad, de libre y multifacético desarrollo de la vida de los individuos, sobre las relaciones de explotación y opresión propios de toda sociedad estratificada en jerarquías y clases. Como el lenguaje humano, sus niveles de complejidad, las caligrafías y formas de representarlo en símbolos o letras, este no tiene ninguna historia evolutiva que suponga una progresión lineal y escalonada de sus niveles de complejidad. Los lenguajes más primitivos pueden ser los más complejos, igual los “socialismos” mas antaños (como el caso del imperio Inca) pueden ser desde el punto de vista de la complejidad de la organización social que lo soporta y la capacidad de desarrollo de proyectos y fuerzas productivas de gran envergadura e implicancia a la vida social e individual, algo mucho mas “evolucionado” que los socialismos (o dígase comunismo o democracias absolutas como se quiera) que hemos conocido al menos como intento en los últimos cien años.

Segunda premisa: Podemos deducir entonces que el entrampamiento espiritual e ideológico en que nos ha metido el pensamiento cientificista, desarrollista y positivista propio de las etapas mas expansivas e imperiales del capitalismo (paso del capitalismo mercantil al de “gran industria” al fordista al postfordista…siglos XIX y XX hasta hoy) nos ha llevado a conclusiones totalmente falsas y hasta cierto punto suicidas en cuanto a  la materialización de la revolución social y anticapitalista anhelada y peleada por millones en los últimos siglos. El propio Carlos Marx sobretodo en sus textos más hegelianos y “dialécticos” cae muchas veces en esta trampa, pretendiendo ver a la clase obrera en su acepción europea y decimonónica el único sujeto social en la historia de la humanidad con capacidad de crear una sociedad de libres e iguales. Ver la sociedad capitalista mas desarrollada como el destino necesario de las sociedades más pobres para su liberación, es hasta cierto punto un endiosamiento del mismo capitalismo. La historia esta cruzada, cualquiera que sea la forma en que se haya explicado, justificado o hecho discurso, por una lucha descarnada entre oprimidos y opresores. Nosotros no somos nadie como para decir que nuestra particular lucha y nuestra concreta condición de oprimidos posee en sí misma una potencia y una cualidad superior a la que libraron por ejemplo las tribus bárbaras contra el imperio romano. Los seres humanos de hoy somos tan efímeros y relativos –y a la vez tan maravillosos y únicos- como han podido serlo las comunidades de la polinesia del pacífico antes de la invasión inglesa, japonesa y norteamericana a ese rincón del mundo. Y en cuanto a nuestras conquistadas “libertades”, “derechos”, etc, jamás sabremos que hubiesen dicho de nosotros y de ellas las comunidades mayas o celtas, y desgraciadamente tampoco tendremos vida para confirmar que dirán dentro de trescientos años los rebeldes para entonces (si aún existe vida humana) en sus eventuales juicios comparativos respecto a nuestra esclavitud al mercado y el capital con la esclavitud de los egipcios a sus faraones hace tres mil años.

Tercera premisa: La lucha socialista y revolucionaria hoy en día es entonces una versión más de todas las que ha habido y vendrán dentro del tiempo indescifrable e imposible de delimitar del ciclo natural de vida humana sobre la tierra. No somos nosotros los que inventamos el sueño de ser libres y felices, hoy lo llamamos socialismo, democracia directa, pero ya Adán y Eva pasaron por allí, y sin embargo, a muchos no nos convence demasiado esa vida perfecta y asexuada. La cosa va para largo y nadie sabe en que y como va a terminar si es que hay fin de algo. Lo único que podemos reafirmar de parte de quienes hoy en día hemos decidido afrontar el reto socialista y libertario son las cualidades y características de ese reto dentro del mundo que nos ha tocado vivir. El socialismo no tiene determinantes preestablecidas –y mucho menos científicas y causales- pero eso no quiere decir que sea ahistórico o una suerte de sueño místico y atemporal de seres divinos. Es la lucha real en tiempo histórico concreto de los oprimidos y explotados que por libérrima voluntad han decidido liberarse de las cadenas de dicha esclavitud en virtud de la construcción de una sociedad de libres e iguales.

Cuarta premisa: De aquí caemos dentro de aquel majestuoso problema de la transición de una sociedad a otra. En síntesis, el mismo entrampamiento positivista, desarrollista y cientificista, nos ha llevado a suponer desde Marx hasta hoy que una sociedad de parias y analfabetos al servicio del capital, como lo hemos venido siendo desde hace doscientos años y seguimos siéndolo en cierta medida, tendrá que esperar florecer a su alrededor los medios técnicos y materiales, políticos y culturales (llamados objetivos y subjetivos) que le permitan acometer la gran obra del salto histórico socialista, paso previo al establecimiento del modo de producción llamado comunista en el mundo. De allí nacen una cantidad de corrientes dentro y fuera del marxismo, revolucionarios y reformistas, que han querido resolver de una manera u otra este embrollo irresuelto. En forma muy tempranera ya la primera internacional a finales del siglo XIX se dividió entre “autoritarios” –los marxistas- y “libertarios” –los anarquistas- , unos creyendo que las formas políticas de estado y la propiedad burguesas habrán de desaparecer progresivamente siempre y cuando la clase obrera tome las riendas del poder, y los otros afirmando que todo eso: propiedad sobre los medios de producción y el estado, tendría que acabarse desde las primeras de cambio bajo el impulso de la revolución social. Desde allí comienza todo el lío de la transición. Más adelante los reformistas –socialdemócratas- hasta llegaron a decir que el propio capitalismo, sus virtudes de desarrollo y sus contradicciones internas, darían al traste por sí solas con el mismo capitalismo, solo hacía falta una voluntad política en pro de las reformas sociales para que lo aceleraran todo. Hoy estamos en una situación muy distinta, al menos por dos cosas: primero el bendito problema del “desarrollo de las fuerzas productivas” –maravilla per se del capitalismo- parece que no es tal. No sólo por lo nocivo, destructivo y antivital que ha resultado ser gran parte de dicho desarrollo, sino porque es totalmente falso que esto sea una cualidad en sí del capitalismo. El capitalismo en sí lo único que produce es valor, acumulación, ganancia, es decir, explotación del hombre por el hombre y hambre (la primera en dejar muy claro esto fue Rosa Luxemburgo: el capital como verdadera barbarie). Ejemplos por miles hoy tenemos de distintas sociedades (Reinos islámicos, India, China, Imperio africano) que por muy precapitalistas y supuestamente sumergidas en la barbarie precivilizatoria fueron sociedades de abundancia y con una fabulosa capacidad de desarrollo de tecnologías, cultura e infraestructuras. La tecnología bajo control del capital solo se ha utilizado para mejorar y acrecentar su maquinaria bélica imperialista, quebrar la resistencia obrera y social, y acrecentar la productividad del trabajo como producción exclusivamente de valor. Por tanto, para nada necesitamos de la “inversión de capital”, del “desarrollo capitalista” para crear las condiciones positivas para una transición socialista. Hoy en día más bien la impiden, quiebran esa transición posible, destrozando toda comunidad humana en medio de su barbarie esclavista y consumista. Veamos nada más lo que la “inversión capitalista” supone hoy en el norte de México, Brasil y mil lugares del sur del mundo donde más bien estamos regresando al trabajo esclavo. El conocimiento, la lucha por nuevas relaciones de producción, la tecnología en sí como producto del ingenio humano, hoy por hoy son uno de los núcleos centrales de la lucha global de liberación de los pueblos, una lucha quizás definitiva. El segundo bendito problema es el del estado-nación, y por negación revolucionaria el del internacionalismo proletario, la revolución permanente, etc. En esto también estamos viendo una gran farsa y es el problema del espacio nacional. Por más determinante que aún suenan y son las realidades nacionales la misma globalización del capital, el desmoronamiento de las soberanías nacionales, el surgimiento de una suerte de soberanía imperial del capital mucho mas allá de los clásicos imperialismos, la formación de dos grandes bloques hegemónicos (euro-norteamericano, euro-asiático) del capital, hace volar por pedazos las utopías nacionalistas, mucho más si son socialistas, colocándonos dentro de una obligada “visión de mundo”-“visión de espacio”, ya no sólo “internacionalista” (la lucha del proletariado no tiene fronteras) sino donde los límites nacionales, y por ende del estado nacional, no son más que un referente entre otros del espacio donde se habrá de pelear y construir esa sociedad socialista. Un referente que seguramente con el paso del tiempo se irá debilitando de más en más dándole paso a otra geografía, otra ingeniería y otra arquitectura de las relaciones humanas, del poder y por tanto, de la revolución socialista.

Quinta premisa: Luego, si el problema de la transición ya no se puede predeterminar temporalmente como una homologación progresiva y desigual de niveles de desarrollo, garantía y condición sine qua non de la revolución anticapitalista, ni se puede ubicar como un transito espacial de la nación donde se produce la revolución en primera instancia para luego extenderse hacia otras naciones y otros territorios, por tanto la visión del problema revolucionario mismo (sus espacios, sus tiempos, sus lugares, sus sujetos, sus instrumentos, sus tácticas, sus estrategias) necesita cambiar profundamente. Allí sí es necesario retomar a fondo el problema dialéctico fuera de todo misticismo, todo finalismo, toda visión teleológica de la historia, tan caros a las ortodoxias revolucionarias. Al tiempo y el espacio el propio capitalismo los ha hecho estallar. Para el capital entramos en un mundo de tiempo cero, vacío, improductivo, letal, donde la ganancia no espera segundos en hacerse bajo la hegemonía de los monstruos financieros mundiales, el dinero cibernético y la especulación pura. El espacio capitalista ya no tiene límites, ni barreras vitales, ni sacralidades naturales a respetar. Todo, desde los grandes territorios que son tomados para el monocultivo exportador, hasta las células animales, vegetales, el cuerpo humano, sus enfermedades, sensibilidades, deseos y reflejos, el subsuelo de la tierra, los mares y climas, hasta el espacio sideral, entran en sus planes y sus cálculos de inversión y ganancia. Si el capital es esquizofrénico por naturaleza aquí ya entró en su mayor locura y sin vuelta atrás. Su problema: como mantener bajo control sociedades que han de servir como borregos trabajando para semejante locura, como hacerse de los recursos necesarios para alimentar su máquina industrial y económica. El problema como nunca para los propios capitalistas y estados capitalistas se convierte por tanto en un problema estrictamente de guerra contra la sociedad, lo que produce automáticamente un caos planetario descomunal y que ya empezamos a vivir. -Ver Caracas-.

Sexta premisa: Ante semejante panorama y si el problema es realmente el de ubicarnos en una decidida lucha anticapitalista, pues no nos queda más que situarnos de manera radical en lo que esto implica. Si queremos recuperar el tiempo y el espacio (nuestros recursos, nuestros momentos, nuestras tierras, nuestras comunidades) para la felicidad, para la verdadera resolución de problemas sociales, para el mejoramiento individual y colectivo, para el poder ser y poder estar dentro de un mundo real y de relaciones que tiendan a la fraternidad entre pueblos (aún sin paraísos ni perfecciones santas), necesitamos primero deslastrarnos de los fetiches y las leyendas de la política burguesa. Sus representaciones, sus mandos, sus continuos cantos de sirena, su demagogia, su politiquería. El caos va a ser o es gigantesco pero igual la resistencia de los pueblos. Esa resistencia tiene que organizarse en términos de tal teniendo como objetivo de su política no los “derechos” del mundo burgués (su democracia, sus partidos, sus formas de mando y lo que la rodea) sino la recuperación en primer lugar del valor de uso del trabajo y de los valores de uso productos del trabajo y la bendición de la vida: del agua, de la tierra, los recursos naturales e industriales, la producción de conocimientos. Una lucha sin tregua por la autovaloración del trabajo (valor del trabajo postulado y defendido por los trabajadores), los derechos sociales; en fin, la guerra contra la guerra, el terrorismo del capital y la explotación. Así mismo se trata de una “otra política” que supone un esfuerzo encomiado a favor de la fabricación progresiva de una sociedad distinta con claros visos anticapitalistas; articulaciones sociales que permitan liberar múltiples terrenos productivos y culturales, centrados en el fin de las relaciones de producción capitalista, la división social del trabajo, la propiedad privada sobre los medios de producción y la superación del intercambio de acuerdo al criterio mercantil de la ganancia, la división entre dirigentes y dirigidos. Eso supone una política que sepa situarse en un verdadero contexto de guerra y con una lógica de guerra popular y de multitudes, y no de formalismos jurídicos y políticos desde los cuales “la política” se queda estancada en el círculo vicioso de la democracia burguesa y los profesionales (de izquierda y derecha) dedicados a ella. Supone la construcción de un campo constituyente desde las bases sociales que cubra pequeñas, grandes e inmensas (continentales) dimensiones territoriales y sectoriales. Supone la creación de un nuevo federalismo que se apropie de territorios concretos y desborde los estados nacionales dándole una nueva configuración totalmente distinta al orden mundial y local de las sociedades y las naciones.

Séptima premisa: Por supuesto esto no implica el abandono del espacio nacional ni la evasión del problema de estado como tal, ni mucho menos de los proyectos emancipatorios que toman dicho espacio nacional como un referente de su propio proceso liberador. Evidentemente que al menos en las próximas décadas esto seguirá determinado en gran parte las luchas populares en el mundo (no es lo mismo situarse en una lucha al interno de Sudáfrica o Argentina que en Irak o en Japón). Pero al mismo tiempo es ya evidente que dentro de los países del norte central del capitalismo el estado-nacional se ha convertido en una barrera de hierro a toda voluntad revolucionaria, tanto desde el punto de vista de la pequeña nación dominada y colonizada a su interno como desde el punto de vista de los espacios populares que toman la vanguardia de las iniciativas emancipadoras conjuntas. El nacionalismo progresivo visto como recuperación de soberanía se despliega básicamente allí donde se confronta el monstruo imperial norteamericano con las naciones de nuestramérica. Territorio donde esa polaridad (potencia dominante-países dependientes) aún conserva gran parte de los sesgos antiguos del clásico imperialismo nacional. En el resto del sur: Africa, Medio Oriente, Asia, la situación asume un sesgo distinto, donde el capital se presenta como un todo imperial convirtiéndose en un enemigo en bloque, aún sufriendo el yugo del hegemonismo bélico norteamericano aún sobreviviente. Las soberanías nacionales en decadencia (sobretodo en el sur del mundo) siendo un punto de apoyo, sin embargo constituyen una cartografía moribunda y como tal un intenso lugar de lucha entre la reconfiguración de la geografía humana desde el punto de vista del capital y esa misma tentativa desplegada desde el punto de vista de los pueblos explotados. Allí ya no hay “estados nacionalistas” sino pueblos entremezclados que luchan por su soberanía y liberación social. Nuestra batalla necesita por tanto situarse de lleno dentro de este contexto y sacar las consecuencias estratégicas necesarias, basadas en esta bipolaridad entre el orden constituido mundial y la reconfiguración del espacio y de los sujetos por supuesto que viven en él. Sobre esta base es que comienza a cobrar todo sentido y orden la guerra llamada de “cuarta generación”, “guerra de multitudes”, “guerra asimétrica”. De aquí se deduce incluso una nueva visión del problema tecnológico, del desarrollo, del conocimiento, donde nos es fundamental asumirlo e integrarlo directamente sin tener que esperar como espectadores de la historia su venida divida por los mecanismos clásicos de la inversión capitalista. La tecnología en su cualidad postfordista como mecanismo genérico de control informático y comunicacional de las sociedades al mismo tiempo se difunde en un espacio global y diverso sin esperar de “etapas de desarrollo”. Integrar de lleno toda la ciencia posible, su lectura “humana”, “cosmológica”, la reinvención de la misma a la luz de los procesos liberadores, activando todos los mecanismos posibles para su democratización, pareciera ser uno de los centros estratégicos más importantes de esta nueva guerra de liberación tanto desde el punto de vista de las vanguardias activas como las naciones desde donde emanan con fortaleza los procesos de resistencia más significativos hoy en día. 

Octava premisa: Obviamente hablar en estos términos implica como siempre el desarrollo de polos organizados de resistencia y lucha que sirvan de marcos de referencia dentro de la batalla por venir. El desplazamiento de la izquierda revolucionaria desde el orden de partidos y organizaciones sociales afines hacia lo que son las nuevas vanguardias político-sociales, donde privan los valores democráticos y autonómicos propios a la lucha popular, marca y marcará de alguna manera todo el horizonte de la izquierda en los años venideros. El “poder” hoy en día se ha hecho mucho mas difuso, aunque siga concentrado simbólicamente en las figuras mandatarias de estado. En realidad vivimos un tiempo donde aún las más irreverentes, progresivas y poquísimas de estas figuras y poderes son permanentemente desbordados por la presión de un orden de mundo enteramente capitalista y dirigido por capitalistas (el gobierno de Bush es el mejor ejemplo de esta fusión). Los gobiernos nacionales mucho es lo que hacen o harían si al menos juegan a favor de las luchas de resistencia, democratización y justicia social que emergen de la sociedad. Es el caso de lo que tenemos acá en Venezuela, que ni siquiera lo podemos confundir con la totalidad del gobierno, mucho menos del estado. El “gobierno revolucionario” en nuestro caso es casi una figura borrosa que se expresa primordialmente en la persona del presidente y la capacidad de conducción directa que en él reside. Pero ya se ha convertido en una absurda utopía burocrática pedir que dichos gobiernos además hagan las veces de dirigentes y constructores de esa “otra sociedad” socialista aunque así lo quieran. Los poderes a la altura de dicha tarea hoy por hoy rompen con toda lógica de estado ubicándose dentro del marco del “no-estado” (volvemos al lema de la Comuna de París: “sólo el pueblo salva al pueblo”). Desde el “poder popular y constituyente” no estatal seguimos luchando por nuestras reivindicaciones y derechos, pero esencialmente estamos peleando por nuestra soberanía social, por una democracia sin fronteras, dentro de una nueva cartografía mundial de luchas que poco a poco comienza a darse vida. De hecho, muy pocas veces ayudados o al menos respetados y no reprimidos por los poderes de estado, lo que nos obliga a priorizar sobre una estrategia que se centre sobre los espacios del poder popular mucho mas que la “toma” del poder político de estado.

Novena premisa: Luego, visto desde el punto de vista estratégico comienza a tener todo sentido hablar del “socialismo del siglo XXI”, bajo el entendido que el socialismo como opción de sociedad supone desde su nacimiento un mismo postulado programático que se va enriqueciendo y complejizando con el tiempo y el espacio en que se lucha. Es decir, el programa socialista –comunista, democrático, revolucionario- que comienza a tomar forma a comienzos del siglo XIX es esencialmente el mismo hoy en día y lo será mientras perdure el capitalismo en el mundo. El problema es cómo lo vamos conquistando y qué características asume ese socialismo desde las singularidades temporales, territoriales y sociales en que peleamos por él. Como corriente histórico-social hemos reivindicado el “socialismo nuestroamericano” desde la premisa “indoamericana” o “indoafroamericana” fundada por Mariátegui en los años veinte del siglo pasado, situándonos obviamente en el contexto de “Nuestra América” (de acuerdo con José Martí, la América no imperial y liberadora que se despliega desde todo el espacio del continente americano de sur a norte, en sus múltiples historias y la diversidad de idearios e identidades que en ella crecen). Partimos del hecho que en lo que respecta al “nosotros” que nos ha tocado nacer o al menos vivir en estas tierras americanas el proyecto socialista es perfectamente realizable como modo de producción hegemónico situándonos desde la totalidad y la especificidad del espacio nuestroamericano, tomando en cuenta sus cualidades internas y sobretodo lo acelerado de las luchas sociales que aquí se desarrollan (aunque esperamos que una feliz sorpresa reviente por otro de los costados del mundo). Superando fronteras, integrando luchas, abriendo espacios constituyentes que faciliten y prefiguren esa América liberada, empieza a tomar forma y posibilidad real esa estrategia del socialismo del siglo XXI. Esto implica manejarnos con nuevos códigos estratégicos donde nos veamos insertos en una totalidad que en tanto parte de un mundo en lucha necesita empezar a hacer su propio mapeo estratégico dentro de la guerra concreta que libramos contra el capital. En el tomar costas y fronteras, integrar corredores territoriales inter y supra nacionales, afianzar regiones de control libertario y revolucionario, articular lo que ya son grandes metrópolis a la batalla de los campos, construir los poderes base ajenos a la lógica burguesa del poder, generar flujos de intercambio, comunicación y producción socializante, empieza a forjarse una estrategia que necesita evidentemente de la sistematización y el encuentro de los sujetos socio-políticos en lucha. El problema no es de teorías ni modelos acabados, muchos menos de “partidos o vanguardias únicas” que dirijan esta lucha tan compleja. El problema es como nos situamos de lleno, en tanto expresiones de una misma clase explotada y una misma multitud en lucha, dentro del tipo de guerra que tenemos delante. Principio de praxis y no solo de razón es lo que “dirige” al socialismo nuestroamericano.

Décima premisa: Ese nuevo “estado” sin estado por crearse como todo “modo de producción” que se forja en un devenir histórico muy contradictorio a muchos les gusta dividirlo entre espacios y tiempos sincrónicos y espacios y tiempos diacrónicos de realización. Quizás ese tiempo y ese espacio “sincrónico” le pertenezca aún a las realidades nacionales como punto de despliegue y de “sincronización” tanto de las luchas proletarias como de la posibilidad de profundizar la propia crisis del poder capitalista e imperial en regiones de dichos estados (como pasa hoy en México por ejemplo) o en la totalidad de ellos. Lo que vemos ocurrir en Venezuela, Bolivia y ahora probablemente en Ecuador, donde la ascensión de gobiernos democratizantes, constituyentes, socializantes, justicieros, no hacen mas que ahondar la crisis de los propios estatus de poder y del estado burgués en su conjunto, aunque no sean ellos mismos ninguna salida definitiva a los problemas de fondo planteados. Más bien se convierten por sus propias limitaciones estructurales en una barrera a superar con el tiempo. El caos social y natural, el hambre, la migración poblacional, al cual nos empuja la misma globalización del capital, en un momento dado vuelve a estos gobiernos en unos perfectos incapaces para responder a los dramas que vivimos. Casi un “objeto de odio” como pasa con la burocracia en Venezuela, incluso suponiendo la mejor de las voluntades en parte de ella. Y no porque sean “reformistas” –aunque así sea-, como mucho ultrismo de izquierda quisiera ver, sino porque no existe poder nacional (socialista o como se llame) y menos en el sur del mundo que pueda responder y dar salida nacional a ese caos global del capital. Hay por tanto una lógica de izquierda, si requiere más clásica, más “partidaria” y acorde al legado histórico que traemos del siglo XX, que necesita al menos situarse en esta dimensión de sincronización nacional a sabiendas de sus insuperables limitaciones. ¿Para qué?, básicamente para abrir procesos dentro de esta dimensión nacional que limiten la acción represiva del estado, debiliten las estrategias imperialistas de control, intervención y guerra, liberen espacios y derechos democráticos, ayuden a desarrollar políticas de redistribución de la riqueza y apuntalen procesos de reapropiación social de los medios de producción. Pero esta izquierda morirá en el intento si no se acompaña a sí misma de una lógica “diacrónica” que desde lo micro-local, desde lo más profundo del subsuelo social, hasta lo mas lejos y amplio que logre fugarse su hacer y su mirada, se presente de lleno como un contrapoder no limitado nacionalmente, ni atado a las objetivos, las formas y los tiempos que soortan el dominio del orden burgués. Que estratégicamente vaya prefigurando experiencias y puntos de fuerza enteramente socialistas o como se guste llamarlos. Nosotros prevemos el espacio nuestroamericano como territorialidad simbólica, espiritual y concreta para dicha tarea, pero consideramos que esto es un reto universal. Y es muy seguramente por estos confines políticos donde se irán moviendo las mayores fuerzas creativas de lo que será el movimiento revolucionario mundial en las próximas décadas. Infinidad de problemas, una cantidad de situaciones y atajos impensados, formas de lucha que jamás imaginamos, irán apareciendo en la medida en que esa dinámica diacrónica se expanda e incluso vaya quitándole peso y razón de ser a las clásicas estrategias nacionales. Constatamos finalmente que el gran problema de toda estrategia para el socialismo en el siglo XXI, tiende a concentrarse en cómo descifrar esa “dirección dual” (sincrónica y diacrónica, nacional y multiespacial, una dirección centrada sobre lo político-formal y otra sobre los tiempos y espacios de vida y lucha que ya no participan del orden del capital) que de alguna manera nos impone la realidad capitalista mundial como la resistencia de los pueblos.  



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Roland Denis / Proyecto Nuestramérica - Movimiento 13 de Abril

Luchador popular revolucionario de larga trayectoria en la izquierda venezolana. Graduado en Filosofía en la UCV. Fue viceministro de Planificación y Desarrollo entre 2002 y 2003. En lo 80s militó en el movimiento La Desobediencia y luego en el Proyecto Nuestramerica / Movimiento 13 de Abril. Es autor de los libros Los Fabricantes de la Rebelión (2001) y Las Tres Repúblicas (2012).

 jansamcar@gmail.com

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