Todavía estamos a mil años luz de cualquier socialismo

Lamento decirlo, pero con el Presidente Chávez muchos capitalistas y neoliberales han incrementado las ganancias de sus negocios de manera chocante, obscena y pavorosa como nunca aquí había ocurrido. Y nos lo dicen, porque saben que somos chavista, en nuestras caras: “Venga, la que nos estamos metiendo, que Dios lo proteja…”. Andan frotándose las manos, estos esclavistas. Verdad es que no se llevarán por carretadas sus ganancias convertidas en dólares como antes, pero igual, están desquiciando a la Nación con sus ventas, con su desbocada construcción de conjuntos residenciales corrompiendo alcaldes; con la proliferación abierta y abusiva de poderosos centros comerciales en los que abunda la propaganda del imperio, vanidad infernal al por mayor: comida rápida, pura ropa de marca (o con las marcas o firmas que dan “distinción”), play stations, películas idiotizantes de terror, “juguetes” degradantes y violentos, y para guinda: muchos gobiernitos locales adornando los pueblos y las ciudades con arbolitos gringos, coronas gringas, con esos adiposos y sádicamente bonachones Papá Noel, Santa Claus o San Nicolás; y hasta simulan la nieve para que Rodolfo, el reno de la nariz roja tire del trineo de Santa Claus. Y en todos lados la música navideña como si estuviésemos en gringolandia: “Jingle Bells. Jingle Bells, Jingle Bells… Dashing through the snow,… Rudolph The red nose”. Añadido a todo esto, ahora con abundantes locales, discotecas, restaurantes, negocios en los que impera el más vil racismo, y en el que colocan una mierda que es el emblema de los nuevos cabezas rapadas, VIP, Very Important People. Y en dondequiera escuchamos adolescentes que vibran y sufren espasmos de euforia cuando ven circular nuevos modelos de carro que llevan televisores y hasta neveras, “Ay, papi, ¡cuando sea grande quiero tener uno de esos!”.

Porque la cosa es que para sentir que se vive, hay que comprar.

El brillo supremo por doquier son los venenos crematorios de las nuevas factorías, Microsoft, Coca-Cola, Motorota, Ford, Sony, Mitsubishi…

El socialismo nunca podrá funcionar si antes no se lleva en el alma, en los nervios, en la conciencia, y mientras los dirigentes, llamados bolivarianos, no sepan inculcarle al pueblo los valores sagrados de nuestra cultura, de nuestras tradiciones, de nuestra historia, de nuestra patria. En verdad que los enemigos no necesitan mover un solo dedo para contener los proyectos socialistas y antineoliberales del Presidente. Les basta con hacer lo que siempre han hecho: vender mierda, difundirla y hacer que la gente anhele y tenga esa mierda.

Pues, la verdad es que después de ocho años de revolución, permanecemos varados en una delirante sociedad de consumo, esquizofrénica, compulsiva y patéticamente aburrida. Y estamos insertando en ella, de manera vigorosa, a las clases pobres que antes no lo estaban; estamos educando (engrosando la clientela de la perdición consumista) a esas clases, que con lo que ahora reciben por parte del gobierno, están tratando de emular a los esclavistas: quieren tener mascotas (perros o gatos de lujo), se llenan de celulares finísimos, pavonean sus trajes de marca; hacen colas para tragar las porquerías de McDonald, se están velozmente aficionando a lo vacuo y vil que impone el comercio gringo. Qué coño les puede estar pasando por la cabeza coger balsas y perseguir el “maravilloso sueño americano”, mientras aquí ya lo tienen por todas partes.

Yo debo confesar que una de las más bellas navidades que tuve fue la del 2002, cuando bebía jugo de caña o agua de papelón en la Plaza Bolívar de Mérida, y veía que la gente por atavismo volvía a ser lo que realmente. La Coca y la Pepsi, la McDonald, la Polar, todos habían cerrados sus negocios, porque se habían unido al paro petrolero. Fui feliz porque las iglesias mostraron al fin lo que siempre han sido, hipócritas, y se negaron a atender a su feligresía. Fui feliz porque las calles estaban a rebosar de gente, andando, porque no estaban gasolinizadas y los espacios habían dejado de ser para los carros. Fui feliz, porque a los poderosos se les estaba dando en el morro, porque ellos habían estado creyendo que sin cerveza y sin Pepsi el pueblo a la final iba a pedir cacao y por ende la salida del “tirano”. Qué extrañas navidades en las que pasé el 24 de diciembre, comiéndome un mondongo a la medianoche, hecho con leña, con el pueblo que hacía guardia y estaba alerta con la espada de Bolívar en la mano.

En aquel momento si vibró algo de aquel socialismo que el Presidente anda hoy afanosamente buscando.



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José Sant Roz

Director de Ensartaos.com.ve. Profesor de matemáticas en la Universidad de Los Andes (ULA). autor de más de veinte libros sobre política e historia.

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