Socialismo del siglo XXI: reflexiones necesarias

El Socialismo del Siglo XXI es una propuesta fundamentalmente de Chávez. Sin apostatar –todo lo contrario- de todos los intentos que a lo largo de la historia se han hecho para fundar una sociedad basada en el amor y la justicia, Chávez ha propuesto un debate. Un debate que debe ser inclusivo para que sea verdadero. Un debate que no se limite a los revisionismos del pensamiento previo. Un debate que a partir de la definición del objetivo sea capaz de parir un sistema socialista nuevo, un socialismo sin los evidentes fallos que hicieron que unas propuestas sólo se quedarán en eso y otras fracasaran estruendosamente aún reconociendo el aporte magnífico que hicieron.

Se requiere construir una sociedad que salve a la Humanidad del exterminio al que la conduce el sistema capitalista. Es claro que hoy el Socialismo del Siglo XXI captura la imaginación de muchos pueblos del mundo, pero no lo es menos que su lugar de nacimiento lo exige autóctono, original, endógeno, latinoamericano y nuestro. Los pininos de esta construcción teórico-práctica tiene que irse afirmando sobre lo esencial: EL EMPODERAMIENTO CONSCIENTE DEL PUEBLO.

Es pues, una praxis que debe tener tinte, sudor y olor de pueblo. Una praxis evangelizadora que vaya a un tiempo sembrando consciencia y dotando al pueblo de herramientas participativas. Hoy vemos con tristeza como el ejemplo de vida de quienes están llamados a ser sal y levadura entre el pueblo deja mucho que desear. El compromiso con la revolución tiene que ir más allá de las palabras y los actos espectaculares. Ese compromiso –para ser real- tiene que verificarse en el amor y la solidaridad (hacerse sólido y uno) con quienes son el objeto fundamental de la vocación del cuadro o apóstol de la revolución. Cualquier discurso se vuelve añicos frente a la contundencia de una mujer sentada en un semáforo pidiendo limosna, un Consejo Comunal rumiando la indiferencia del burócrata o una familia no atendida sin vivienda.

Hoy quiero que miremos hacia Jesús de Nazareth. ¡Tiene tanto que enseñarnos!, ¡así sólo sea para añadir su condimento al sabroso caldo que queremos crear!, ¡que no se alarme nadie!, ¡no es un intento por hacer de la revolución un caldo de un solo sabor!, ¡pasémosle por encima al mal ejemplo que la jerarquía de la Iglesia Católica –y otras también- han dado a lo largo de la historia al secuestrar a Jesús para su beneficio!, ¡bebamos en la fuente inagotable de sabiduría de su ejemplo de vida y sus palabras! En primer lugar… ¿qué cosa, no?...su ejemplo de vida. Jamás tuvo donde recostar la cabeza. Jamás llegó a los pueblos en brioso caballo. Jamás se construyó una lujosa vivienda o templo. Jamás llegó a acuerdos con ricos (saduceos), “hombres de prestigio” (fariseos), o el establecimiento (sacerdotes). Siempre anduvo con el pueblo, entre el pueblo, siendo uno del pueblo. Ya por ahí el examen lo pasamos pocos... ¿cierto?

Ahora veamos sus palabras y su ejemplo. Jesús no se limitó a enunciar su amor por los pobres, sino que trató de liberarlos de su miseria real. Jesús no sólo llevó la esperanza con sus palabras, sino una praxis liberadora al corazón del pueblo. En el caso de Jesús sus acciones concretas se tradujeron en sus milagros y prodigios (sanar, dar de comer, resucitar, convertir…). Alguien podría excusarse diciendo que no tiene esos poderes. Yo no lo creo. Jesús le dio de comer a unos cinco mil hombres, más similar cantidad a mujeres y ,desde luego, niños, haciendo el milagro de la multiplicación de los peces y los panes. Eso es cierto, ninguno de nosotros tiene ese poder… ¡quá va!, tenemos mucho más poder. ¿A cuántas personas se les daría de comer con el dinero que se roban los revolucionarios fraudulentos?, ¿cuántos peces y panes se podrían comprar con el precio de una de las tres camionetas que forman la caravana de algunos revolucionarios?, ¿cuánta gente comería si no se desviaran los recursos, o no se retuvieran? Entonces el problema no es de poderes… el problema es de sinceridad, de autenticidad, de compromiso.

En segundo lugar, Jesús promueve la solidaridad entre los hombres, pero no en forma genérica y declaratoria, sino históricamente situada. La ubicación concreta es en el corazón del pueblo, allí donde están los excluidos, allí donde existe la miseria. No en lujosas oficinas con aire acondicionado, tampoco en estudios de televisión cuidadosamente maquillados. Jesús no sólo declaraba que no había justicia en su sociedad, sino que la llevaba hasta donde estaban aquellos que la sociedad había desclasado. Defendió a las prostitutas, los impuros, los leprosos, los discriminados, las mujeres, las viudas, los niños, y no lo hizo de lejos… lo hizo tocándolos, curándolos, salvándolos. No eran sus acciones meros simbolismos.

Llevó al seno del pueblo la doctrina del amor. Denunció las causas de la división entre los hombres. Sus anatemas no sólo condenaron a individuos, sino especialmente a los grupos, cuyo poder se mantenía gracias a la opresión sobre los pobres. No hay duda posible, para Jesús la causa de la miseria de los pobres era la existencia de los ricos. Por eso anunciaba otro modo de vivir no centrado en la riqueza. Condena la riqueza y cuando se encuentra con un rico le pone como condición para salvarse repartir sus riquezas entre los pobres. En otras palabras, diríamos hoy, socializar la propiedad. A los sacerdotes, que tienen el poder religioso, Jesús los acusa de haber adulterado el sentido de su misión al convertir el templo en cueva de ladrones. ¿Qué nos diría hoy Jesús a muchos de nosotros?, ¿lograríamos engañarlo con nuestros discursos?, ¿bastaría para él con nuestro tremendismo verborréico? Aquí nos queda eso. Reflexionemos.


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Martín Guédez


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