Batalla por las palabras

"Es necesario desarrollar una pedagogía de la pregunta. Siempre estamos escuchando una pedagogía de la respuesta. Los profesores contestan a preguntas que los alumnos no han hecho".

"No hay palabra verdadera que no sea una unión inquebrantable entre acción y reflexión y, por ende, que no sea praxis. De ahí que decir la palabra verdadera sea transformar el mundo".

- Paulo Freire

"Os puedo asegurar que las palabras pueden ser tanto una celda como la llave que libera su cerradura", leí alguna vez. Las palabras son, pueden ser, nuestra condena y nuestra emancipación, nuestro limbo y nuestro hogar. Esto sucede allí donde hay discurso, sea de la naturaleza que sea. Incluso en los diálogos que, invariablemente, esconden monólogos: ya no se escucha, simplemente se espera a recuperar el turno de palabra y una parte se impondrá a la otra. La televisión ha jugado un papel fatídico, aquí, con el espectáculo de tertulias y "todólogos". Tampoco es casualidad que no se fomente en modo alguno la lectura y, menos aún, la escritura, pues tales prácticas demandan unos tiempos de reflexión sobre las palabras que, peligrosamente, pueden despertar conciencias y hacer saltar alarmas.

Y es que nos han robado, por otra parte, muchas palabras; las más fuertes, las más rotundas, aquellas con una función, me atrevería decir, estructural para nuestras vidas, premeditadamente complejizadas; y con las palabras, se llevaron la memoria; y con la memoria, se llevaron los momentos. La extracción se ha basado fundamentalmente en los sustantivos: democracia, amor, economía, libertad, política, común, arte, igualdad, mérito, felicidad, actitud, nosotros, yo... Nos han dejado los adjetivos, regalo envenenado, para guiarnos en raíles, por distintos constructos, clases y condiciones, bajo pena de descarrilar. Y para perder el tiempo elucubrando, de forma estéril, sobre las etiquetas que esos adjetivos generan, pero, eso sí, sin cuestionar nunca la realidad de los sustantivos.

Pasamos, entonces, momentos francamente malos, en los que ya no entendemos nada, porque nada permanece; todo está confuso, oscuro, perdemos, por momentos, ciertas referencias que se antojan imprescindibles, como identidad, posición e, incluso, naturaleza. En ocasiones, ni siquiera podríamos decir qué ha sucedido, esto es, cómo demonios hemos llegado hasta aquí, en qué momento perdimos el control. Como consecuencia de una forma de vida muy concreta que otorga escasos espacios para el ocio no comercial, la introspección y, especialmente, para el "encuentro colectivo", hemos incurrido en una "desmemoria" infeliz y, con ella, hemos desperdiciado la experiencia y las luchas de los que nos precedieron.

Es comprensible que haya quien elija tener la boca cerrada, así como que haya quien elija no detenerse a escuchar. No es este, por otra parte, un mal sobrevenido, debemos asumir la responsabilidad de todo lo que hemos cedido, por miedo, por desinterés, porque no damos más de sí, o incluso, porque no hemos gritado lo suficiente, porque no hemos tenido fuerza para organizarnos, decidir y actuar. ¿De dónde ha salido este cansancio súbito, espeso, asfixiante? Braceando en una laguna de agotamiento, hemos desconectado, desilusionados, la palabra de la acción. Sabemos, sin embargo, que podríamos poner encima de la mesa múltiples posibilidades de organización y transformación, de re-descubrimiento y re-encantamiento; de hecho nunca parece un problema la disponibilidad de opciones en este sentido, con mayores o menores probabilidades de resultar atractivas o susceptibles de ser implementadas.

Ocurre que en lo social y en lo político se obvia, frecuentemente, lo pedagógico, que suele llevar aparejados unos tiempos que exceden largamente aquellos organizacionales. No creo que podamos construir conciencia simplemente a partir de una descripción y un análisis de nuestro mundo, aun cuando se pudiera acoplar con una carga emocional de suficiente entidad para sacar fuerzas y alegrías de flaqueza. Es indispensable promover y difundir, además, el "saber hacer", desde la teoría de los clásicos hasta los relatos de todas las experiencias de cooperación, autogestión, enseñanza libre y apoyo mutuo. No basta con conciencia, hacen falta manos: hay ciertas cosas que no se pueden hacer en nombre de nadie, y una de ellas es la de construir el mundo que queremos y participar de las relaciones que posibilita.

Ya había propuesto en escritos recientes que la articulación de las luchas y los movimientos sociales desde la auto-organización popular (entendida como no institucional, libre y de abajo arriba) presentaría al menos tres ejes interdependientes para su estudio, implementación, desarrollo y consolidación, a saber: un eje organizativo, que una lo estratégico a lo operativo; un eje de lo social, que una el barrio con el municipio; y un eje cultural, que una el conocimiento con la conciencia y la emancipación social. Lo político y lo económico emanaría del desarrollo de los mismos.

Cada lucha, cada demanda, cada movimiento, dispone de un conocimiento que puede compartir, al tiempo que la articulación reescribe los contenidos que expresan el origen, el contexto, las herramientas y los objetivos de los nuevos proyectos. El eje cultural puede aspirar con ambición a recuperar los ateneos, tanto a partir de herramientas virtuales como de espacios físicos auto-gestionados. Será fundamental el papel de docentes y profesionales de las materias de Humanidades (Pedagogía, Filosofía, Sociología, Historia,...) para crear y adaptar contenidos que construyan por sí mismos pero que estimulen aquello del "aprender a aprender". Así, se creará una conciencia "sostenible y sostenida", y esta, a su vez, forjará una emancipación social "efectiva y estable".

afloria@hotmail.com



Esta nota ha sido leída aproximadamente 1302 veces.



Noticias Recientes:

Comparte en las redes sociales


Síguenos en Facebook y Twitter