Sobre "La Guerra y la Paz"

Una sospechosa consigna recorre la crisis capitalista mundial: el diálogo y la paz. Lo sorprendente es la insistencia imperialista sobre el punto. A propósito de ello el famoso título de León Tolstoi sobre la guerra y la paz, nos sirve de entrada para una breve nota reflexiva en torno a dicha idea.  Como ya se dijo, llama la atención el jadeo sobre el tema por parte del imperialismo norteamericano y sus lugartenientes de  la OTAN , tratando de convencer a los incautos –que al parecer son muchos- de las buenas intenciones capitalistas en cuanto a la paz y el diálogo para resolver los problemas y las contradicciones existentes. Creer tal cosa sería igual a compartir las reflexiones del pavo en la cantata de Carmina Burana, antes de ser devorado en el festín de los monjes alemanes

   Por ello se nos ocurre que nunca fue tan oportuna la advertencia del Che Guevara: en el  “imperialismo no se puede confiar ni tantito así”. Los camaradas cubanos  conocerán muy bien el asunto por su militancia en la lucha armada contra la dictadura militar de Fulgencio Batista y la  experiencia obtenida en el largo bloqueo norteamericano contra la revolución.

   Lo cierto es que ningún revolucionario –mucho menos algún comunista- desea la guerra. La historia demuestra que las guerras modernas son impuestas por el capital y no solamente a través de los fusiles. Desde la plusvalía hasta la miseria o el boicot alimentario de los monopolios capitalistas conforman partes de guerra, concretamente son hechos de la  guerra de clases. Con toda razón Von Clausewitz aseguraba que lo militar no era más que la continuación de la política por otros medios. De hecho la lucha de clases en sí misma constituye la prueba histórica de ese análisis. Con lo que queremos significar que la lucha popular armada o no armada (incluyendo la  vía electoral) forma parte de una relación dialéctica de clase entre “guerra y paz”, valga decir, que son consecuencia del enfrentamiento entre la burguesía y el proletariado por el poder político.

   En ese marco ni la guerra ni la paz son verdades absolutas por cuenta propia, tampoco están unidas por la misma tragedia como lloriquean los Casas León y su Tiempo del siglo 21.  Definir ambos momentos como iguales es una tautología sin sustancia alguna.

   Aún con todo el drama que encierran, las guerras son distintas entre sí. Son diferentes en contenido y objetivo. Por ejemplo, no son iguales las guerras anti coloniales, de liberación nacional, anti imperialistas, contra la explotación  del capital, que las guerras de ocupación colonial y semi-coloniales por los repartos del mercado. Una y otra nada tienen de común históricamente hablando.

   Las primeras son guerras populares justas, las otras son guerras impopulares injustas. De allí que los combates independentistas de Venezuela, América del Sur y el Caribe, del ejército libertador bolivariano contra los ejércitos realistas españoles, ingleses, holandeses o portugueses, fueron guerras históricamente justas y libertarias no así las del colonialismo español. Igualmente que las guerras liberadoras vietnamita, palestina, iraquíes, sirias, sudanesas, africanas y otros movimientos liberadores del mundo avanzado opuesto a la barbarie capitalista, son enfrentamientos defensivos de los pueblos justos y correctos.

   Por idéntica razones el significado político de paz tampoco se define tabula raza. La paz del agresor no es igual a la paz del agredido. Con toda razón Bolívar se refería con sarcasmo a la “paz de los sepulcros”, es decir, de los que claman por la guerra en el parlamento y por la paz en medio de la guerra. Significaba el Libertador que no toda paz era buena por sí sola, que en tal caso era preferible morir de pie que vivir de rodilla ante el opresor.

   Los comunistas, los revolucionarios del mundo no tenemos las manos ensangrentadas. En cambio, Marx demuestra que el capitalismo aparece en la historia mundial chorreando sangre. Tiene razón Marx. En consecuencia, antes que salir gritando eufóricos los titulares de una prensa burguesa, comprometida hasta el cuello con el gran capital -que si sabe por qué hace las cosas- debemos analizar a fondo el punto, sus causas, motivos, circunstancias y consecuencias, incluso para el proceso revolucionario venezolano, a fin de enviar un mensaje correcto a las masas obreras y comunales, en evidente expectativa  sobre el asunto.

   Recordemos, por ejemplo, que el imperialismo norteamericano fue el “pacificador" de un imperialismo japonés prácticamente derrotado, arrojando un par de bombas atómicas sobre los pueblos de Hiroshima y Nagasaki, que aunque ni rasguñaron al emperador Hirohito ni a la burguesía nipona, exterminaron a 200 mil pobladores en menos de un minuto y a centenas de miles de niños, mujeres, ancianos inocentes, radio-activados de por vida.

   Definitivamente esta es la paz  del sepulcro para Truman o el buenazo de Obama. Pero hay otros episodios “de paz” también conocidos, como el de  la OTAN en Yugoeslavia, los del ejército norteamericano en el Chorrillo panameño, los escombros de Bush-Obama en el Medio Oriente y demás huellas imperecederas de la paz burguesa.

   De allí que resulta sobrecogedor que Kerry, Obama y el eficiente ex-ministro de Defensa de Álvaro Uribe, cargando sobre sus espaldas siete bases militares que apuntan a Venezuela, al Ecuador, Bolivia, Nicaragua, incluso a Brasil y Argentina, hablen con tanta soltura y desenfado de diálogo y paz, sobre un hecho que en lugar de un “equilibrio” pareciera un desequilibrio de fuerzas en condiciones más que ventajosas para el oponente. Según podemos leer en la gran prensa, el acuerdo de paz reivindica cosas muy generales, abstractas, impensables para la ultra-reaccionaria oligarquía colombiana, como aquello de la “superación de la pobreza en el campo”, “sustitución de cultivos” “estatutos de oposición” y otras vaguedades conocidas y vulnerables por los tratados estadounidenses de  la Alianza del Pacífico.

   Definitivamente, de las promesas imperialistas y sus secuaces no creemos “ni un tantito así”, dígalo quien lo diga. Precisamente de esas promesas deben cuidarse los camaradas y el pueblo colombiano, no olvidando los ingratos recuerdos y juramentos incumplidos a  la Unión Patriótica por la oligarquía liberal de Belisario Betancourt. Fue aquel un acuerdo político con mucho menos publicidad que éste de ahora pero sin las sorprendentes  condiciones del desarme unilateral en “180 días, 2 zonas especiales, 6 campamentos alejados de los centros poblados, bajo custodia del mismo ejército y la misma policía del régimen que los combatió con crueldad durante medio siglo”.

   En Venezuela algo sabemos de esto tras dos décadas de lucha armada, de calle y electoral contra el Punto-fijismo de Acción Democrática, Copei y Fedecámaras, que no dieron tregua alguna a los revolucionario, exceptuando la pálida propaganda electoral del calderismo en la llamada “pacificación” del año setenta. Los presos, presos quedaron; igual que en la impunidad más de 4000 dirigentes y militantes del PCV-MIR asesinados; de caseríos bombardeados, desalojados y presos miles de campesinos sin que por ello disminuyeran las masacres del régimen. Sabemos poco del asunto de allá, pero mucho del de aquí. Esa experiencia vale para todos.


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