La crisis: sus límites políticos y humanos

Cada vez que una crisis se agudiza, hay un sector de venezolanos que empieza a imaginar desenlaces extremos, muchas veces producto de su pesimismo (o de sus alocadas conveniencias) más que de una evaluación serena y realista de los acontecimientos. Las hipótesis más absurdas, violentas y hasta sangrientas, surgen a borbollones en las tertulias amistosas, en los círculos familiares o de amigos, en cafetines, plazas, en el Metro, y sobre todo en las colas de los supermercados que, queramos o no, son el contexto obligado, real, objetivo, dramático y cotidiano de la crisis que vive el país.

Un dramaturgo español cuyo nombre no recuerdo escribió: ¿si tu mal no tiene cura, por qué lloras? Si tu mal tiene cura, por qué lloras? Tal disparadero de irracionalidad es la plataforma de lanzamiento del escepticismo colectivo hacia todas las escalas, desde la ignorancia y la insensibilidad, hasta la impotencia, la frustración, la indignación y también una incredibilidad definitivamente suicida, que cierra el paso a todo razonamiento optimista.  

La hipótesis menos calamitosa de este segmento de opinión es que el país se le fue de las manos a los líderes del Gobierno y de la oposición, lo cual debe verse con cuidado. Si ello no es una percepción sino un convencimiento, el problema es mucho más grave de lo que parece, porque cualquier salida exitosa de la crisis no depende de los acuerdos que logren los protagonistas por arriba sino del apoyo que reciban desde abajo, del pueblo, y eso no será posible hasta que digan con claridad qué es lo que verdaderamente quieren y cómo lo quieren.

¿Diálogo para qué, para compartir la gobernabilidad de los dos poderes o para que uno de ellos se la apropie en desconocimiento del otro? ¿Descalificar el diálogo para forzar al CNE a que convoque el Revocatorio antes de diciembre, o destrabar primero las leyes y medidas que tienen represadas el Gobierno y la Asamblea Nacional y detener el acelerado proceso de deslegitimación que atraviesan ambos poderes? ¿Hasta dónde están dispuestas las partes a ceder entre sí, para convencernos de que nuestros intereses son más importantes que los suyos? ¿Hacia dónde vamos o creemos ir?

Más allá del  “Maduro vete ya” de la oposición y el “no volverán” del Gobierno, la sociedad toda, la base de los partidos, los sectores independientes, esperan un discurso capaz de demostrar que existe una solución inmediata y radical al desabastecimiento y la especulación y hay una amplia concertación de fuerzas políticas y económicas dispuesta a aplicarla. Y sobre todo, se requiere un discurso transparente, directo y coherente, hacia la opinión pública mundial, que deje claro, sin sombra de duda,  si los actores políticos nacionales están o no en capacidad de aceptar ayuda internacional (total o parcial) para resolver la crisis alimentaria, sin transferir su soberanía a poderes fácticos extranacionales. Ese día,  al menos habrá una luciérnaga al final del túnel y podremos, por primera vez en mucho tiempo, comprar algo de comer hoy, sin el temor de que mañana cualquier disparate nos haga perder todo. Incluso la esperanza.   
 

raulpineda47@gmail.com



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