La política, el deber y el Titanic

Así como no es concebible un conversatorio serio sobre el tango, que excluya a Gardel, tampoco resulta viable un curso serio de filosofía del deber, que deje a un lado la obra de Kant. Como se sabe, Kant fue un filósofo nacido en Kaliningrado (ahora, ciudad rusa) en 1724. Muere casi a los 80 años. Dentro de los temas que hizo suyos figura lo que en esencia ha de ser el deber. En esta línea escribe una obra con un título muy enrevesado y con un contenido caracterizado por lo inesperado y lo relativamente fácil de comprender.

El título en referencia: La Metafísica de las Costumbres; pero más allá del título está un planteamiento sin el cual aun en nuestros días el sentido teórico y práctico del deber se torna huero, vacío, inmediatista, torpe.

Plantea Kant que si se asume el deber guiado por el deseo de obtener un fin que acaricie de alguna manera una necesidad de quien lo ejerce, pues en el fondo se está lejos del deber en sí. El médico debe curar al enfermo, independientemente de todo lo que está presente en el enfermo, en las circunstancia del acto profesional y en las necesidades del médico mismo. Hay que curar porque hay que curar; y punto. El periodista debe informar, más acá o más allá de todo. Debe informar dado que su deber es informar; y punto.

¡Ay de aquella madre que cuide a sus hijos, pensando en que éstos podrán cuidarla en su ancianidad! Eso no es deber; es otra cosa… interés, propensión mediata o inmediata. Eso puede ser, incluso, un no-deber. El cuidado integral que la madre ha de ejercer a su hijo es un deber en sí mismo, y punto.

Uno de los campos de la vida, en los cuales esta reflexión kantiana se torna más difícil es la actividad política. La actividad política es una puja, ¡siempre tortuosa!, por el poder, bien en lo pequeño, bien en lo grande. Es una acción que demasiado a menudo se monta en un relieve caracterizado por la conseja: "Si no lo haces, te lo hacen". Aun así, pobre del político que coloque todos los huevos en la cesta de tan rastrero paradigma.

En los actuales momentos del devenir venezolano, viene al caso el problema del referéndum revocatorio. Si tal figura aparece con claridad en la racionalidad constitucional vigente, ¿cómo es que existan entes políticos que coloquen piedras en el camino de tal consulta? Hay acciones estatales que en relación a ello, hacen tiquismiquis. Es decir, buscan con furor todo género de procedimientos superficiales para que el deber constitucional (lo cual es lo esencial) no se cumpla. Eso es tiquismiquis. Ni qué decir de la conducta de los partidos oficialistas… Allí no solo hay esta práctica con tan extraño nombre. Allí lo que hay es negación absoluta al deber constitucional. ¿Cómo queda entonces el sentido fundamental del deber? Tanto las instituciones estatales del asunto electoral, como la sociedad entera, deben respetar la figura del revocatorio. Es un deber supremo; más acá o más allá de cualquier interés mediato o inmediato.
Vale la pena recordar aquellos músicos del Titanic en los aciagos momentos del hundimiento. Tocaban y tocaban mientras todo se llenaba de agua.

Sabemos que en Venezuela no habrá hundimiento, pero todos debemos emular estos "kantianos músicos". El agua inundaba todo, pero ellos sabían que su deber era tocar, tocar y tocar buena música instrumental.



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