Situación y momento revolucionario. La Revolución

¿En dos artículos anteriores, nos hemos preguntado si en Venezuela existe una «Situación Revolucionaria»? Nuestra respuesta fue y es afirmativa, pues no cabe la menor duda que vivimos desde hace bastante tiempo en una situación revolucionaria, junto a la mayoría de los países periféricos del Sistema Mundo. Lo que deberíamos preguntarnos ahora es si estamos en un «momento revolucionario», es decir, si inmersos en una crisis sistémica civilizacional que se expresa en los estertores del capitalismo, hemos llegado, como grupo humano que vive en un estado territorial determinado donde nuestras necesidades vitales (materiales y espirituales) ya no pueden satisfacerse, a un momento en que la mayoría de la población –en su imaginario–se plantea la necesidad imperiosa de un cambio radical. En este “momento revolucionario” emerge la disyuntiva entre socialismo y barbarie, que con tanto brillo planteó Rosa Luxemburgo en su tiempo.

Hemos dicho en otros trabajos que durante el largo siglo petrolero, que puede señalarse comenzó en 1916 y aún perdura, Venezuela fue regentada por tres tipos de regímenes: el directamente militar nacido durante el gobierno de Gómez que se prolongó hasta el 23 de enero de 1958, con un interludio durante el trienio 1945-1948 con un gobierno aparentemente civil; el que gobernó durante el «pacto de punto fijo» hasta 1998 y el proceso bolivariano vigente desde 1999 hasta nuestros días. Los tres se apoyaron en la renta petrolera (parte del extrativismo) y se mantuvieron inmersos en las tendencias dominantes en el Sistema Capitalista Mundial, diferenciándose más bien por sus características particulares y singulares y el juego y naturaleza de los actores, pero que en ningún momento trataron de transformar las estructuras sistémicas y cambiar la naturaleza del Estado Territorial venezolano. Los tres han sido desarrollistas y extrativistas tratando, con variantes en cada caso, por volumen o por precio, de obtener más dinero por la venta de una materia prima como el petróleo, que por ser el motor del Sistema Capitalista Mundial y el soporte de la hegemonía estadunidense, se realiza a un precio que soporta todas las ineficiencias y las inmensas redes especulativas y corruptas que lo manejan.

Si quisiéramos caracterizar a groso modo y de manera general los tres períodos, podríamos decir que el “Militar” usó la renta petrolera para insertarse definitivamente en el sistema mundial como país periférico (viejo sueño de la oligarquía que nos gobernó desde 1830), con un rol especifico en la división internacional del trabajo que aceptábamos sumisamente para jolgorio de la Oligarquía, la cual, en coyunda con los intereses del «imperialismo colectivo (USA, Europa y Japón), se apropiaron de la mayor cantidad posible de la renta petrolera. Con nuestra oligarquía y parte de la clase media alta negociando, algunas veces como funcionarios del gobierno y sus empresas estatales o bien contratando lobby, bienes y servicios con las compañías extranjeras como políticos crematísticos (lo que Samir Amín categoriza como »burguesía compradora»); el «Puntofijismo» siguió el mismo patrón con sus propias características y abandonando el principio de soberanía; acorde con los tiempos y cambios en el Sistema Mundial, impulsó una industrialización por sustitución de importaciones que nos hizo aún más dependientes y trató, dentro del marco de la hegemonía estadounidense en el Sistema Mundial, de paliar la rebeldía latente en los de abajo con políticas sociales benevolentes y espiritualmente castrantes para los más pobres, sumadas a una brutal represión, tanto masiva contra las manifestaciones populares como selectiva desapareciendo a los lideres; a diferencia del período militarista su Proyecto Nacional no tuvo la menor intención de que Venezuela ascendiera, con mas soberanía y poder, entre los países periféricos buscando quizá convertirse en un país semipériferico. En ambos periodos se gobernó desde arriba y se desdeño e invisibilizó a los de abajo.

Hay algunas diferencias entre el período militarista y el puntofijista que nos gustaría resaltar: el estamento militar –que es un grupo de estatus o de práctica– nutrido en su oficialidad por personas fundamentalmente provenientes de la clase media baja, se forma dentro de una red cultural muy particular y específica que se inspira en el pensamiento y las acciones libertarias de Simón Bolívar y de toda la gesta independentista americana, arraigada en el principio de soberanía y una especie de destino manifiesto, en el sentido de que no podemos ser una pobre república que todos miran con desdén, sino un país que se haga sentir y respetar buscando el equilibrio entre las naciones; en su imaginario y por su extracción y vivencia popular, sienten el dolor de los más sufridos. En la Academia y luego en los cuarteles y destacamentos, reciben una influencia religiosa católica de manera oficial, pero, una vez más, por su extracción popular y la vivencia a lo largo y ancho del territorio es penetrada por corrientes mágico/religiosas en dos vertientes principales: el cristianismo no católico y los cultos populares de raíz aborigen y africano. Esto hace que muchos militares piensen a Venezuela como un proyecto de vida mágico/religioso, impregnado de emociones y sentimientos que les hacen sentir que debemos luchar para que nuestra patria brille en el concierto de las naciones más por sus virtudes que por su poder (Bolívar).

Un tema sobre el cual debemos reflexionar, el papel de los regímenes de Medina Angarita y de Pérez Jiménez en la historia del siglo petrolero, pues ambos han sido deformados tanto por los fundamentalistas neoliberales como por los neomarxistas que han dominado e interpretado nuestra historia desde la academia y la practica político/partidista, con marcado interés, durante el pacto de punto fijo y el período bolivariano, en denostar y falsear los verdaderos hechos y, sobre todo, negar que ambos gobiernos fueron más nacionalistas y más preocupados por el destino de los venezolanos que los de AD y COPEI. Creemos importante situar cada gobierno en el marco del momento evolutivo del Sistema Mundo en que le tocó vivir y analizar cómo, sin embargo, la subcultura nacionalista de los militares se mantuvo presente. El período Medinista ocurrió en plena II Guerra Mundial, cuando los soviéticos estaban aliados con los occidentales contra el eje Alemania-Japón y también Italia y muchas regiones de Europa del este, mientras que el de Pérez Jiménez discurrió en pleno entronamiento de la Guerra Fría, la cual ocurre fundamentalmente porque USA –que emergió de la II guerra mundial como la gran potencia militar, financiera e industrial del planeta– quiso basar el nuevo “orden mundial” en una extensión de su “destino manifiesto” con su visión unilateral y engañosa de su propio sistema, tratando de cómo estructurar las relaciones internacionales y la vida interna de cada país, basándose en la afirmación de su complejo militar/financiero/industrial que garantizaba la apropiación del excedente planetario, que a su vez, permitía un relativo “Estado de Bienestar” en su país excluyendo las minorías raciales, todo bajo la premisa de que su modelo propugna la democracia, la libertad, la propiedad individual y el bienestar. Durante la administración de Medina (1941-1945) el país evolucionó hacia formas de gobierno democrático: se legalizó al Partido Comunista y no hubo ni perseguidos ni presos políticos.

En materia petrolera se aprobó la Reforma Petrolera de 1943 sin pedirle permiso o negociar con las empresas transnacionales o sus gobiernos; se impuso la soberanía política al establecer que las posibles desavenencias la decidirían los tribunales venezolanos; con la Ley del Impuesto sobre la renta de 1942 Venezuela podía establecer impuestos en la cuantía y oportunidad que considerase conveniente; se obligó a las empresas petroleras a refinar crudos en el territorio nacional, naciendo, de esta manera, las refinerías de Cardón y Amuay en Paraguaná; cuando las petroleras protestaron y amenazaron con represalias, Medina en carta a Roosevelt, amenazó con cortar los suministros si las compañías no cedían, y el Presidente estadounidense obligó a las empresas a convenir; finalmente, con la aplicación de la Ley Petrolera la participación Venezolana llegó a un 60%, porcentaje que durante el trienio adeco (1945-1948) fue rebajada a un 50%, aparte de que en ese mismo período convinieron en no modificar el régimen impositivo sin consultarle a las compañías petroleras, un verdadero salto atrás. Como hemos dicho el gobierno de Pérez Jiménez (1950-1957) fue desarrollista con poca sensibilidad social y totalmente enmarcado dentro de la política anticomunista de los estadounidenses en la guerra fría que comenzaba, pero tenía un limitado Proyecto País que miraba hacia Europa tratando de zafarse de la férula estadunidense.

Recuérdese que en esa época (1951) Mohammed Mosaddeg, primer ministro de Irán, nacionalizó el petróleo y fue derrocado por los ingleses en coyunda con los estadunidenses y sustituido por el Sha Reza Pahlavi, y que durante ese período germinó el movimiento que permitió que Enrico Mattei fundará en 1962 la empresa petrolera italiana ENI, que llegó a ofrecer una regalía del 75% y que Charles de Gaulle visitara en 1964 diversos países de Nuestra América planteando el liderazgo de una Europa independiente de USA. Bajo esas condiciones y tendencias Pérez Jiménez invalidó la falaz política de “No más Concesiones”, emblema falaz de Rómulo Betancourt, para garantizar la no intromisión de nuevas empresas en el dominio territorial de las ya existentes, las cuales mantenían el oligopolio territorial/capitalista de nuestra producción petrolera; se negó a convalidar el acuerdo de Betancourt con las compañías concesionarias, de no modificar el régimen impositivo sin consultarles previamente, perdiéndose así, la soberanía impositiva del Estado, lograda en el gobierno de Isaías Medina.

Cuando se abrió una nueva etapa de concesiones petroleras a las compañías independientes en esos años cincuenta, no solamente liquidaba el oligopolio existente, también logró regalías hasta de un 25 por ciento del crudo extraído, muy por encima del 16 1/3 por ciento que pagaban la Siete Hermanas (ver http://es.wikipedia.org/wiki/siete hermanas); también se le exigió al capital concesionario que aumentara la cuota de crudo a refinar en el país. Fue también el perezjimenismo quien echó las bases de la futura OPEP, cuando en 1949 el gobierno envió una misión(integrada por antiguos medinistas) al Cercano Oriente, con la finalidad de dar a conocer a los países árabes exportadores de petróleo, las ventajas que había logrado nuestro país en sus arreglos con el capital monopolista petrolero. Por esas políticas Pérez Jiménez sufrió el embate del Imperio, la Oligarquía y la Iglesia Católica, factores de liderizaron su derrocamiento y prepararon la “huelga general” de propietarios que dio fin a su gobierno y abrió las puertas a la insurgencia de los de abajo. Como vemos son los mismos que hoy luchan por derrocar al gobierno bolivariano.

También debemos considerar que el estamento militar, junto a la Iglesia católica, son los ámbitos donde reina la cultura patriarcal más exacerbada, que se manifiesta en la verticalidad de la organización y el dominio de la consigna de “ordeno y mando”, con la característica, a diferencia de los católicos, que son el poder tras el trono y constituyen en verdad la ultima ratio del poder, lo cual los lleva a creer que son buenos para todo y que tienen la facultad de decidir rápida e instintivamente. Esto es lo que podríamos llamar espíritu de cuerpo y es común a las fuerzas armadas de todos los estados, precisando, claro, que hay diferencias históricas, tal como lo previó El Libertador en la Carta de Jamaica al afirmar que cada uno de los protoestados que conformaban la América Ibérica, tenía una subcultura que él definía como una especie de “alma nacional/territorial”, una características que hacía pensar a su élite dirigente de manera singular.

El estamento militar juega en el proceso bolivariano un papel distinto al tradicional, pues al integrarse horizontalmente en el aparato del Estado, se constituye en un grupo más de los que integran un proceso que es y ha sido diferente a los otros dos períodos, pues parte de quienes junto a ellos integran los equipos de gobierno, provienen del campo revolucionario con su larga y heroica historia, y tienen su origen tanto en las clases medias como en los trabajadores sindicalizados o no, buscando ahora todos, al final del camino, beneficiar al pueblo, afianzar la soberanía nacional y empujar la integración suramericana y del Caribe. Independientemente de sus fallas y corruptelas, que por supuesto deben corregirse, son un soporte fundamental para el proceso bolivariano y para contener a la derecha conservadora y antinacional.

El período puntofijista tuvo como elemento cultural fundamental un rabioso anticomunismo –expresado en las ideologías y prácticas políticas de AD y Copei– por eso el intervalo 1960-1969 fue de una brutal represión, combinando con una prosternación a la política neoimperial de USA que buscaba construir un Sistema Mundial regido por el “libre mercado”, “la democracia representativa” y una soberanía limitada bajo la protección militar de USA, léase OTAN y Pacto de Rio. Fue el esfuerzo de los de arriba para contener las fuerzas redentoras soterradas en la mente de los de abajo, que se habían liberado el 23 de enero.

El mismo Henry Kissinger dice en su último libro (Orden Mundial, editorial Debate, 2016, pág. 52) que «Las revoluciones hacen erupción cuando una variedad de resentimientos, con frecuencia diferentes, confluyen para asaltar a un régimen incauto. Cuanto más amplia sea la coalición revolucionaria, mayor será su capacidad para destruir los patrones de autoridad existentes. Pero cuanto más arrasador sea el cambio, más violencia se necesitará para reponer la autoridad, sin la cual la sociedad se desintegraría. Los reinados del terror no son un accidente; son inherentes al alcance de la revolución». En el caso venezolano la deposición del período militarista en 1958 no fue destructora de los patrones de autoridad existentes porque los mismos “dirigentes de la revolución” (partidos y líderes) no tenían ni posición ni tesis revolucionarias, pero los de abajo tenían el potencial y evolucionaban hacia ello. Realmente la participación previa del pueblo fue poca, pero al crearse la debilidad del poder del Estado por la crisis entre los de arriba, los sometidos salieron a la calle y comenzaron a mostrar su potencial revolucionario siempre latente.

Después de la huida de Pérez Jiménez y cuando los de abajo insurgieron, todos los dirigentes y partidos políticos, tanto de derecha como de izquierda (comunistas y socialdemócratas), se lanzaron a contenerlos con concesiones populistas y su falsa percepción de la realidad y las posibilidades revolucionarias; pero la emergencia de la Revolución Cubana, al demostrar que si se podían destruir los patrones de autoridad existentes, cambió las cosas y toda la derecha derivó entonces hacia el betancourismo, como expresión de la contrarrevolución internacional acaudillada por USA y encargada de contener la revolución latente en América del Sur y el Caribe; se necesitó mucha violencia para domar al movimiento revolucionario y la tuvimos, pero la fuerza latente de los de abajo con una nueva dirigencia emergente y valiente, pero carente de tesis sobre un Moderno Proyecto Nacional y una correcta percepción del momento revolucionario y las posibilidades reales del proceso, adelantó una lucha gloriosa pero estéril que condujo a la derrota momentánea del movimiento revolucionario, definida en la década del 70 bajo el primer gobierno de Caldera.

Pasaron años de silencio y de reacomodo de la política revolucionaria, pero la insurgencia continuaba soterrada en los cuarteles y en algunos grupos que trabajaban con fe de carbonarios, hasta que las contradicciones del sistema nos llevaron a agosto de 1989, febrero de 1992 y a la emergencia del bolivarianismo bajo el liderazgo inmenso de Hugo Chávez, quien aglutinó el piélago revolucionario existente. Allí se inició el bolivarianismo y empezó su caminar.

Pero nos hemos encontrados con problemas legados por la carga ideológica que heredamos de la historia del movimiento revolucionario mundial, que hasta ahora no hemos podido o sabido resolver. Uno de ellos es asemejar los conceptos trabajadores asalariados con proletariado, dándoles el mismo significado, lo cual nos ha llevado a un discurso posmarxista que identifica esa presunta ideología de clase con un grupo que dice gobernar en su nombre, desdeñando la participación activa de los intelectuales de clase media (abogados, ingenieros, artistas, actores, escritores, pequeños y medianos empresarios territorializados, etc.), y pervirtiendo el dispositivo social de la Revolución al identificar a los de abajo, casi exclusivamente, con los más pobres, olvidando que la pirámide cultural no es idéntica a la derivada de la estratificación social o económica y que no se trata de ejercer la falsía cristiana de la “misericordia”, sino de hacer una revolución que cambie la estructura sistémica de Venezuela, para lo cual, bien lo sabemos, se necesita una revolución cultural que estimule la emergencia del “hombre nuevo”, que no es precisamente aquel que todo lo recibe sin cambiar su patrón conductual, sino una individualidad portadora de una nueva conciencia ecosocialista que lo haga un ser ilustrado, con conocimiento y responsabilidad individual y social, que lo impulse gozosamente, a ser líder de una cultura matriztica basada en el diseño ecosocialista, la cooperación, la solidaridad y la búsqueda de lo consensual, rechazando el mando impositivo y, sobre todo, respetando y conversando con el otro con humildad y firmeza.

La cultura, bien lo sabemos, es una red semántica portadora de significados (valores, símbolos, emociones, sentimientos, etc.) que se anida interactivamente tanto en la mente individual como en la colectiva en el marco de un espacio/tiempo/cultural específico, por tanto, el carácter de cada individuo no depende estrictamente de su extracción o condición de clase, sino más bien del contexto cultural donde ha vivido y madurado, y es por ello que individualidades, que por su extracción y condiciones de vida tal vez deberían defender los intereses de los de arriba, luchan y mueren por alcanzar una sociedad justa, donde puedan manifestarse las potencias de la especie humana. La historia del movimiento revolucionario histórico y de sus líderes habla por sí misma.

Una Revolución, en un estado territorial –que es solo un elemento del Moderno Sistema Mundo– es una trasformación en las estructuras particulares internas y externas de su sistema institucional, que lo conecte de manera soberana con la estructura universal del mencionado Sistema Mundo, buscando abandonar su posición de país periférico que se piensa con mente colonial, adelantando, para ello, cambios radicales en la cultura que se manifiesten en un nuevo diseño de sus instituciones o, lo que es lo mismo, en la implantación de un Nuevo Proyecto País Territorial. Para ello es necesario alcanzar el Poder, que en nuestros países, impregnados por la cultura eurocéntrica/ibérica, es presidencialista. Basta ver lo que está sucediendo en Honduras, Paraguay, Argentina y Brasil cuando las oligarquías recuperan el poder, por golpe electoral o parlamentario, para comprender cuánto se puede hacer desde la Presidencia del Poder Ejecutivo para cambiar la naturaleza y el funcionamiento de las instituciones por decreto. En Venezuela no es diferente y tenemos la ventaja de lo vivido y construido bajo el gobierno del Presidente Chávez, al menos, de buena parte de su ejecutoria e ideas.

En su primera etapa, que ubicamos entre 1999 y 2005, Chávez logró liderar un amplísimo movimiento que produjo una nueva constitución y varios modelos en los nueve ámbitos de la Reproducción Social (que más adelante detallaremos) que integrarían el Nuevo Proyecto Nacional en construcción que pugnaba por implantarse. Pero el marco político creado por la resistencia militante al cambio de las fuerzas conservadoras de la vieja institucionalidad no lo permitieron, pues potenció un factor negativo al polarizar la lucha entre las variantes ideológicas del liberalismo: la derecha extrema y conservadora y la izquierda dogmática y estatizante. Esa pugna expulsó o neutralizó a los agentes de las nuevas corrientes del pensamiento revolucionario y trajo al poder a los actores que propiciaban una dualidad de poder (un país dos sistemas en un mal remedo de Deng Xiaoping) desestructurando la composición del Estado y creando bloques de poder que solo se coordinaban en la persona del Presidente, desapareciendo, de esta manera, la posibilidad del cambio de la cultura patriarcal a la matriztica, única manera de implantar un nuevo diseño de la institucionalidad y del hacer política verdaderamente revolucionaria. No se logró, y a partir de 2005 se anuló ese intento creativo y se concentró más y más el poder en pequeños grupos que manejaban parcelas: así la Asamblea se convirtió en agitadores de calle y no en el foro para la construcción de un nuevo estado (recuérdese, que por accidentes políticos se dio la circunstancia, única en la historia de las revoluciones, de concentrar pacíficamente el poder ejecutivo, el legislativo y el militar en un solo liderazgo) y la confusión ideológica llevó al extremo de fusionar la política energética en una sola unidad empresarial (eliminando de hecho al Ministerio de Energía y Petróleo y el conflicto creativo entre el diseñador y el ejecutor del proyecto energético), a la supresión real de un ente planificador central y la aberración de confundir al arte con la cultura al crear un Ministerio para la Cultura, que realmente era y es, un ente para el espectáculo simplón en todas sus facetas.

Con la derecha sufriendo derrotas en Venezuela y en toda América por la irradiación de las ideas bolivarianas, perdimos el sentido de las proporciones y de rumbo cuando la renta petrolera se incrementó a niveles no imaginados. Nos lanzamos a un plan energético ilógico que privilegió las inversiones, tanto en el gas costa afuera como en los mejoradores de la faja petrolera, bajo la sola visión de “negocios” pensando solo en el incremento de la renta por extracción e insistiendo en el modelo rentista de sustitución de importaciones, manteniendo la red financiera, productiva y distributiva en manos de la empresa privada tradicional (la misma institucionalidad), con lo cual reforzamos la conexión dependiente con los países centrales del Sistema Mundo; nos dedicamos a inventar “misiones” (un estado dos sistemas) para la redistribución de bienes y servicios nacionales e importados, sin sustentabilidad y conducidas con dudosa gerencia, que no pudo o no quiso sustituir al modelo capitalista en su sistema financiero y distributivo, dejándolo incólume y con pleno dominio de los capitalistas en el suministro a la población, pese a que en esos momentos se insistió en un modelo financiero público bajo el manto del BANDES, de tal manera que bajo la conducción del Ministerio de Planificación, creáramos un nuevo modelo productivo y distributivo territorial financiado por el Estado. Ese era y es el camino si queremos hacer una revolución impulsando nuevos emprendedores que emerjan del territorio y no de las oficinas de la banca con mentalidad capitalista, pues bien sea esa banca estatal o privada la mente que genera es la misma si la institucionalidad permanece igual. El sistema financiero debe ser público dialécticamente centralizado/descentralizado, cuidando que sus métodos de dirección y estilo de trabajo sean conductualmente matrizticos.

Si definimos la economía como el ámbito de la socio/cultura donde se producen, distribuyen y consumen bienes y servicios, el asunto central a resolver es quien decide qué es un bien o un servicio y cómo se produce y distribuye; esto es un tema cultural y político (emociones, valores y símbolos) que debería apoyarse en necesidades reales bioculturales y en la concientización de las verdaderas y profundas necesidades del país. Es realmente una guerra, pues si nos atenemos al viejo aforismo de Clausewitz «la guerra es la continuación de la política por otros medios», es claro que las transformación de las estructuras socio/económicas sistémicas es una guerra, entre quienes quieren conservarlas –los que históricamente las crearon y se benefician de ellas, incluyendo los gerentes que aprendieron economía en la academia y en su ejercicio profesional en empresas capitalistas nacionales o trasnacionales– y quienes tratan de transformarlas para que la economía sirva a la socio/cultura revolucionaria. Es un tema político y tiene que ver con el Proyecto Nacional que se necesita, desea y conviene implantar. Esa es realmente la Revolución. Una trasformación de las relaciones, patrones y símbolos estructurales que en Venezuela pudimos y aún podemos establecer, buscando, eso sí, la unidad de los revolucionarios bajo una nueva y moderna percepción del Mundo.

Por eso creemos que el “diálogo” no es una conversación o negociación político/ideológica sobre la aplicación de los parámetros que definen a la “democracia” liberal –No– los dirigentes de la Revolución tienen que poner en la mesa y ante el país, su moderno Proyecto Nacional concreto y territorial, con definiciones y acciones precisas sobre los nueve ámbitos de la Reproducción Social, esto es, «la red cultural donde se adelantan las actividades productivas, se instrumenta la gestión social y económica, se realizan los servicios sociales que se requieren y se compone la intermediación comercial y financiera que el tiempo histórico permite y demanda, enfrentando al Capital y apoyándose y articulándose con el espacio natural, al cual se adapta y modifica mediante el manejo de las cinco infraestructuras territoriales: el agua, la energía, los transportes, las comunicaciones y los asentamientos humanos (patrón espacial de organización y su equipamiento)».

La especie humana en general y mucho menos la parte de ella que existimos en Venezuela, no puede continuar viviendo en un mundo de abstracciones cuando se requieren cambios estructurales profundos, que reviertan las condiciones y expectativas de vida que hoy reinan en nuestra población. No. El discurso tiene que ser sobre el diseño de la nueva sociedad con medidas concretas, inteligibles, medibles y sujetas a control social. La práctica de la democracia participativa y protagónica debe profundizarse y no conciliar con la “democracia liberal” manteniendo sus instituciones y sus valores culturales.

Por eso creemos que el momento demanda, primero una conversación honesta entre los revolucionarios sobre los aciertos y errores cometidos, estableciendo responsabilidades personales que deben ser castigadas, para buscar, dentro de esa limpieza, la unidad sobre un proyecto político que impulse la revolución y, segundo, dejar claro que el enemigo principal y fundamental son los partidos y dirigentes de la IV Republica y sus excrecencias neofascistas. Los mayores responsables de nuestras fallas no deberían insistir en permanecer en el poder justificando sus terribles desaciertos, pero todos los demás deben buscar una salida honesta, responsable y considerada para esos compañeros. Hace falta un esfuerzo titánico de amor a la revolución, para demostrar si tenemos o no madera para conducir un proceso revolucionario, en estos momentos de crisis terminal de una hegemonía capitalista y de una civilización patriarcal a la cual no somos ajenos, somos, pasiva o activamente, actores del movimiento político: porque la música no es fruto únicamente de las notas sonorizadas, también lo es de los silencios.


joseluispachecos@yahoo.com


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