La habilidad para el “ascenso industrial”

Especial atención merecen los juicios en torno al juego de las fuerzas políticas, a la vida en simbiosis de gobernantes y tecnócratas y al desgaste de la oposición persistente, que corre el riesgo de transformarse en “anti-sociedad”. Sus consideraciones a este respecto, así como las que emite en relación con la justicia social, “condición del dinamismo industrial” dentro de una economía en expansión, deben invitar a una profunda reflexión a muchos, ligados a unos esquemas mentales firmes en sus raíces, pero posiblemente poco dúctiles de cara a nuevos conceptos y prácticas políticas en las que no basta un mero soporte ideológico, sino que es preciso también dominar la técnica de la administración de cosas. Sólo un acto político podría liberar nuestra actitud, prisionera de una mentalidad estrecha y anacrónica, canalizando nuestros esfuerzos hacia, única fórmula que por basarse en la regla de las mayorías.

Proclamar que la réplica a la aceleración de la inversión americana será un día la “nacionalización”, es una reacción típica del país subdesarrollado que no comprende la naturaleza del problema.

Incluso suponiendo que, después de la nacionalización, la nueva empresa lograse recuperar la totalidad del caudal de conocimientos de la empresa gringolandia en nuestro suelo, se vería privada de la corriente de creación continúa, y decisiva, que emana de la casa matriz. Se quedaría atrás en pocos meses. La nacionalización de las inversiones gringolandia, por producirse en un cuadro de liberación mundial de los intercambios, llevaría rápidamente a la ruina a las empresas afectadas. Entonces, los Gobiernos que hubiesen cometido esta locura no tendrían más remedio que cerrar sus fronteras y prohibir la importación de los progresos realizados en el exterior.

Pero la ilusión de la nacionalización es agradable. Permite evitar la reflexión. Uno imagina poseer la solución para el futuro, y lo único que tiene es un arma contra el desarrollo del país.

¿No existe un método menos brutal, consistente en que los Gobiernos más voluntariosos y más ambiciosos para sus países obligaran un día a los inversores extranjeros a efectuar un mínimo de investigaciones tecnológicas en territorio nacional? Es una política que merece ser estudiada y que tendría indudablemente consecuencias positivas; pero debemos darnos cuenta del carácter limitadísimo de las ventajas a plazo que obtendría Venezuela.

De surte que, aunque los inversores gringos efectuasen un día un volumen de investigación más importante en Venezuela, la frente esencial de rentabilidad para las empresas, y de desarrollo para la nación, seguirá hallándose en el lugar donde se encuentran los centros de decisiones integradas, es decir, en las sedes centrales de los Estados Unidos.

El centro de decisión utiliza los servicios del medio financiero constituido por sus principales accionistas, por sus banqueros y por su mercado de capitales. Sus razonamientos se basan en las reacciones previsibles de su mercado principal, que es gringolandia. Trabaja, sobre todo en el caso de las grandes empresas, en estrecha relación con la autoridad política dominante, la del Estado Federal, que, por sus pedidos y sus contratos para la investigación, orienta la estrategia de la empresa. Por último, hay que añadir a todo esto el papel del medio intelectual directo y, en especial, de las relaciones entre la empresa y la universidad local.

Todos estos elementos, integrados en la estrategia de las empresas modernas, demuestran que las relaciones entre la casa matriz en gringolandia y su filial en Venezuela no vienen determinadas por una simple ley económica, sino por un complejo sistema de relaciones muy jerarquizadas. En caso de conflicto de intereses entre el país donde radique la sede social y los países en que están instaladas las filiales, evidente y forzosamente será el centro quien triunfe.

 

¡Chávez Vive, la Lucha sigue!

¡Viviremos y Venceremos!



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Manuel Taibo


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