Algo de política y religión

Política y Religión no son incompatibles preliminarmente hablando. La historia ha dado muestras de ello en varias oportunidades. Por ejemplo, en tiempos pre modernos, uno que otro Monarca lograba aglutinar para sí el poder terrenal y ser, a la vez, el representante de Dios en la tierra. También el ejemplo de Gandhi puede ser ilustrativo en ese sentido; claro está, las motivaciones y contextos son diferentes en un caso y en otro. Asimismo, y como observan y coinciden Jean-Yves Calvez y Antonio María Baggio, hay en la política varios sentidos que son homologables (no me siento cómodo con este término en este contexto textual) a la Religión. En primer lugar, Dios (o la idea de Dios) tiene un sentido monárquico en tanto líder único y supremo, conductor del universo, organizador de la vida.

La propia visión de Dios confiere un orden, una organicidad, asociación coordinada por Él (Dios). Muchas son las culturas que ven en la figura de Dios a un Rey del universo. Entre tanto, ¿no eran acaso los dioses griegos lo suficientemente políticos stricto sensu? Claro que sí. De igual manera, Política y Religión comparten, en amplio sentido, la misma vocación redentora y liberadora del hombre. En ambas, el telos parece ser la salvación, la construcción de un destino mejor para los humanos y la vida en general. La idea de un Dios “político” no es descabellada, por el contrario, esta idea sirve de base a las religiones en general.

Sin embargo, lo que ocupa mi atención es la forma como los políticos de oficio (hablo de quienes ostentan responsabilidades de Gobierno o de quienes públicamente adversan la gestión acometida por aquéllos), en su visión electoral-partidista, instrumentalizan las emociones populares, las creencias, el orden mítico-religioso instalado y naturalizado socialmente por la lógica Judeo-Cristiana hegemónica, en función de parcialidades partidistas. Lo que critico, y de alguna forma combato, es la utilización de ese orden religioso con fines electorales. Este pragmatismo electoral va muchas veces en detrimento de la propia acción política. Ahora bien, estas apelaciones extra sensoriales, meta materiales propias del orden mítico-religioso, se corresponden al sentido de la feligresía religiosa. Eso no lo discuto. Si alguien cree en Yemayá o en La Iglesia del Espíritu Santo, es un asunto personal de cada quien; entiendo que esa relación profunda, mística y misteriosa es comprensible desde el ámbito de la creencia religiosa.

En el ámbito político, los asuntos de la fe (“Es, pues, la fe la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve”. Hebreos 11:1) poco o nada tienen por decirnos. La política es mundana; sin que ello implique un renunciamiento a las aspiraciones del ser humano, a lo ficcional-posible, a las utopías. El asunto es que lo ficcional posible, el universo extra sensorial inmanente a lo humano, no debe ser “confundido” con la acción política. La política transcurre en el universo de las relaciones humanas, de allí su carácter conflictual, dilemático y, a veces, contradictorio. Las relaciones sociales son complejas y dinámicas; así, lo propio de esas relaciones es el conflicto de variada índole y con diferentes intereses. Hay acuerdos mínimos, pero esos acuerdos, pactos sociales, “contratos sociales” se establecen a partir del desacuerdo; incluso, a partir de la animadversión de un grupo a otro.

Si usted se precia de ser político, entonces usted discute, cuestiona, indaga, relativiza, duda, máxime si es de izquierda. Ahora, si usted dice estar politizado y no cuestiona, no relativiza, no indaga, no discute, no duda; y por el contrario, usted está muy conforme, a gusto con el estado de cosas, incapacitado para discutir porque “no es el momento camarada, hay que ser estratégicos; no hay que darle armas al enemigo”… y un largo etcétera de justificaciones y explicaciones para expiar las culpas gubernamentales, entonces, estimado camarada, usted no está siendo consecuente con la política. Usted está atendiendo a otro orden, uno que lo invita a ver la realidad político-social desde un solo prisma, con unos anteojos de corto alcance que le impiden ver, cuando menos, lo complejo de las relaciones humanas mediadas por intereses de poder. Usted es, a lo sumo, un “feligrés político-partidista”, una especie de autómata incapacitado para las conjunciones adversativas (pero, sin embargo, no obstante, empero, mas) tan necesarias para la discusión y el debate de los grandes asuntos públicos. En resumidas cuentas, usted no piensa (no por lo menos en el orden de lo político); usted marcha, grita arengas, se concentra; usted es un “evangélico político”.



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Johan López


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