Populismo contra el elitismo

Aceptemos de una vez y sin reparos que somos populistas, y se­llemos el significado del término lingüístico "populismo". A fin de cuentas no figura en el diccionario. Nos toca a nosotros de­finirlo. Veamos, podría ser más o menos ésta la definición: “Teoría y práctica política que promueve la idea de pensar en las personas y no en el interés de grupos que patrocinan o practi­can el expolio de lo público”. Así haremos un servicio a la Real Academia de la Lengua que se resiste a elaborar una de­finición, y destruire­mos de paso la estrategia de los pícaros que hacen de la idea un concepto denigratorio y malicioso...

Y todo porque, temerosos los dos partidos principales -principa­les hasta ayer-, de que la más importante de las dos for­maciones emergentes que ha ganado significativas cuotas de po­der en las elecciones autonómicas y municipales se alce con el poder central, recurren a toda clase de argucias, imposturas, ca­lumnias y acusaciones, empleando como mantra el sustantivo populismo y el adjetivo popu­lista. Lo mismo que en pasados tiempos los indeseables que manejaban la dictadura gritaban: ¡es comunista! o lo mismo que en Holanda se asustaba al niño díscolo con: ¡que viene el duque de Alba! (las barbaridades, por cierto, que debió cometer ese sujeto...).

El caso es que mientras el término populismo no viene en el dic­cionario de la Academia y lo utilizan minorías para denigrar lo popu­lar, la palabra elitismo sí viene y se define como "sis­tema favore­ce­dor de las élites", y élite como "minoría selecta o rec­tora". Esto es, la élite política y social practicando el eli­tismo. Esto, cuando no roban miem­bros de los que representan el poder en ambos partidos. Por otro lado, el partido del go­bierno lleva en su sigla la palabra po­pu­lar. Lo que no deja de ser un sarcasmo, pues precisamente lo que hacen sus principa­les es odiar "lo popular" y continuos llamamientos al pueblo para que se una al odio hacia sí mismo. Un juego semántico lle­vado a lo psi­cológico aprovechando la ambigüedad en el sen­tido político de esas dos palabras que al fin y al cabo no pue­den tener relación con algo que no sea “lo popular”...

Pero el significado que se pretende difundir es demagogia, otro concepto ambiguo que va desde prometer utopías, hasta hala­gar los sentimientos de la masa para hacerla instrumento de do­minio; término que, al igual que populismo, los dos partidos principales manejan con repulsivo oportunismo.

En todo caso todo esto está repleto de paradojas. Porque si el gobierno y su partido se caracterizan por algo (aparte el expolio de las arcas públicas a que se han dedicado algunos de ellos lar­gos años) es por ser campeones de la demagogia: no han hecho nada de lo prome­tido al pueblo; han retorcido el lenguaje haciendo prestidigita­ción de la frustración, y sus políticas preci­samente son antipopu­lares al ir en contra de los derechos adquiridos por el pueblo. Con similares mimbres, aunque no con el daño ni en la misma proporción del número de los facine­rosos, el otro par­tido, el primero de la oposición, ha incu­rrido en numerosas imposturas e incumplimientos. De modo que am­bos, si están ahí es porque se han servido de la demago­gia y han consumado el peor de los populismos en el sentido que ellos le dan a la palabra: son ene­migos del pueblo, de sus de­rechos y de sus necesidades, disfra­zando de “popular” sus pro­pias siglas, el uno, y revistiéndose con el manto de la solem­nidad de “socialista”, el otro.

Lo que quiero decir con todo esto es que todos los partidos euro­peos y americanos que sojuzgan al pueblo con sus discur­sos, con sus políticas y con sus medidas son elitistas hasta la abe­rra­ción. Y el elitismo va asociado a la prepotencia, al dogma y al sentimiento de superioridad, algo propio justamente de los necios. El elitismo es el peor de los modos de gobernar. Desgraciadamente es el que desde siempre ha domi­nado en to­dos los países del mundo, hasta que llegó el comu­nismo que no obstante aún perdura en tres países del planeta y uno de ellos lleva camino de derrotar al imperio y al capitalismo con sus pro­pias armas. Y des­pués, al emerger en España formacio­nes políticas dispuestas con toda determinación a hacerle frente...



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Jaime Richart

Antropólogo y jurista.

 richart.jaime@gmail.com      @jjaimerichart

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