La responsabilidad personal

Es indudable que el proceso revolucionario venezolano pasa por momentos difíciles. No sólo en lo político, en lo económico y en lo social, sino incluso en cierta afectación humana. Existen evidentes agresiones externas, sostenidas con una campaña comunicacional internacional de descrédito, al igual que existen evidentes errores e indefiniciones políticas internas… Algunas pocas personas, quizás con buena voluntad, han asumido la conducción de la revolución, dejando poco espacio para la participación. Mucho menos para la discusión y el debate. Es mucha la retórica participativa pero escasa la concreción real de ella… El mundo intelectual de izquierda se ha vuelto poco crítico, más bien acompaña la dinámica política, de manera callada y, a veces, pareciera incluso de manera excesivamente cómoda. Es poco o insuficiente el compromiso. Y, a veces, pareciera haber cierto acobardamiento para el ejercicio de la crítica.

Todo esto contrasta con la inmensa responsabilidad histórica que todos y todas tenemos, desde el 4F de 1992 o, en todo caso, desde hace 16 años. Nos hemos identificado, de manera irrestricta, con un proceso político. Hemos creído y seguido la conducción y el liderazgo del Comandante Chávez, liderazgo que, por lo demás, ha trascendido nuestras fronteras y se ha extendido, muy particularmente, por toda América latina. Eso acrecienta nuestra responsabilidad. No hay marcha atrás posible, viraje hacia la derecha, mucho menos. Las ideas que se plantearon a partir del 98 o antes, y que empezaron a concretarse con la promulgación de la Constitución Bolivariana de Venezuela, siguen estando vigentes. La imperiosa necesidad de la inclusión social que se fue materializando, sigue siendo válida.

¿Y entonces? Hay que reencontrar el rumbo, hay que reorientar la brújula. En opinión de quien esto escribe, las desviaciones y contradicciones se empezaron a manifestar desde la época en que Luís Miquilena, en ese entonces segundo hombre de gobierno, después del Presidente Chávez, aprovechándose de la inmensa confianza legítima que el comandante tenía en él, alejó el ejercicio de la política y del gobierno de su dimensión moral, indispensable en revolución, y lo transmutó por un ejercicio del poder por el poder. Así fue comprometiendo su destino.



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Reinaldo Quijada


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