De marcha en marcha

Hoy me vacilé la marcha de punta a punta, desde Chacaíto a Miraflores; sin escaparme por las tangentes calles en busca de “centros de hidratación” con los compañeros que van descompactándose para crear solapados caminos alternativos por calles donde abundan otros camaradas, compatriotas y demás especies de colectivos express alegrando los caminos de la ciudad. No, esta vez me mantuve recibiendo el sol parejo, renuente él a disminuir su poder de quemadura y enrojecimiento sobre pieles curtidas y no tanto; porque me atrajo la vinculación con el camino, en solitario, pero entre mucha gente. La calle tiene su poderío, su propio sonido y fortaleza; a veces el asfalto guarda silencio para que se oigan los pasos, los bailes y la música. Me di cuenta que seguimos siendo un pueblo fuerte, aunque algunos quieran pensar que cada vez disminuimos. No; nada de eso. La marcha es disciplina, tenacidad, resistencia; y el mejor ejercicio de todo eso ha sido la demostración de ser un pueblo en movimiento, tanto como estoico.

Cuando uno camina esas calles calurosas, llenas de un sol viviente y retador, siente que no solo no puede uno vivir sin la belleza de los edificios grises de nuestra ciudad, no puede uno vivir sin la belleza de los árboles que se transparentan en esta época en que sueltan sus hojas; es que tampoco puede uno vivir sin el lenguaje crudo de otros que a nuestro lado van haciéndonos el favor de insultar al odioso Imperio, y van dejando mensajes de invitación a los gringos de irse al coño porque lo dijo Londoño, y mil palabras más, dichas en todos los tonos posibles que van dejando un pentagrama sólo visible en el aire por quienes amamos oír esas odiosos sonidos retadores en distintos niveles, desde los leves, emitidos por las viejitas revolucionarias, hasta los potentes gritos de los muchachos que corren cada tanto para dejar atrás a los menos jóvenes pero igual de contentos chavistas que no se cansan de bailar y caminar. Caminar… caminar… marchar… marchar… disciplina, resistencia, tenacidad… compartir recuerdos del Comandante Chávez… oír esas canciones de cuando la última vez que lo tuvimos sobre estas calles calurosas o llenas de agua…

La marcha anterior me dejó mojada de tanta lluvia, y también de risa y disfrute. Hoy marcho y escucho aquellas canciones de ska… “Adelante, Comandante…” Y me da nostalgia mientras otros bailan, también con nostalgia. Entonces sé que no es la debilidad de las carencias de productos o la endemoniada inflación lo que parece que nos hace perder el compás histórico o arrecharnos una que otra vez. No, nada de eso es lo que sirve de excusa al presidente de Copei a decir con cara de trance por la televisión que Venezuela debe entregarse al FMI y producir más petróleo para que los gringos tengan una gasolina más barata y menos excusas para invadirnos; él solo tiene en su cabeza una tonelada de asfalto. Nada de todo eso que imaginan es lo que nos molesta; pero Maricori no lo comprende y se imagina que con dos viejas gritando en una cola para que despierten los demonios de la escasez, basta para que se dé la “transición”. No, tampoco es nada de eso. Lo que da rabia es que, con tanta fuerza y pasión, con tanto pueblo en movimiento, con tanta gente disciplinada, tenaz y perseverante que espera reciprocidad, resulte que cuatro flojos aburguesados no hagan caso en su trabajo de poner orden y castigar tanto bandidaje suelto, entre bachaqueros y malandros. Es que este pueblo fue aprendiendo a tener disciplina y perseverencia, y la tendrá para exigir el cumplimiento del deber.

Esa disciplina hace que uno se burle de las denuncias de escuálidos sobre el montón de autobuses estacionados en las vías: ¿qué creen, que uno llega desde Guatire a pie? ¿Qué uno marcha íngrimo y solo desde su casa? ¿Qué la gente del pueblo no se organiza por movimientos, frentes y círculos? ¿Qué los sin-dientes no aparezcan en fotos? Había gente a la vera del camino, disfrutando de su dictadura castrocomunista o castrochavista desde los restaurantes de la avenida Solano, que nos decían, “¡Échenle bastantes bolas, en sus colas, jalabolas!” y seguían disfrutando de su cruel dictadura en los restaurantes, mientras el rrrrrrégimen les impedía decir más groserías entre sí porque sencillamente no se les ocurría nada más que decir. Aquí el sonido es apegado al zapato y a la calzada; lo hace la gente cuando se ríe por cualquier tontería o mira las combinaciones fantásticas de ideas en los afiches. La marcha de los chavistas no tiene relación con el número de personas, sino con el sonido de la música que nos hace comunes, con la ordinariez de los tonos de piel mezclados sin ton ni son y que crean colores distintos cuando se juntan con el del asfalto que tanto daño nos ha hecho.

Para los chavistas el asfalto está bajo los pies, no sobre sus cabezas, como idea fija de riqueza innoble. Para los chavistas el canto común es Chávez y punto, es un sentimiento que se recuerda cuando caminamos en la marcha que nos ha dado con los años el tamaño de nuestra disciplina, perseverancia, resistencia y, ¿por qué no? Identidad. Yo esperaría que este país se desarrollara cuando por fin dejemos el petróleo como la renta del dinero fácil, y lleguemos al fruto bien ganado por el esfuerzo de la productividad de todos, gracias al valor de la perseverancia y la disciplina. Por eso, ¡resteados con Maduro!

 

saracolinavilleg@gmail.com



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Carolina Villegas

Investigadora. Especialista en educación universitaria

 saracolinavilleg@gmail.com

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