El Sócrates de Caracas

Simón Carreño Rodríguez (Caracas, 28/10/1769 - Amotepe, Perú, 28/2/1854), quien hizo universal su segundo apellido, radicalmente distinto a Bello en la concepción del mundo, la educación y la vida, está más cerca del hoy que del ayer, condición que sólo muy contados seres ostentan y de la cual es ejemplo señero su discípulo más ilustre.

Lo saludamos al arribar ahora al 245° aniversario de su primer vagido.

Todos desde la escuela amamos a don Simón y lo reverenciamos como el maestro de Bolívar. Pero a la hora de auscultar lo que sabemos nos topamos con un muro de ignorancia y debemos reconocer nuestra deuda.

Autodidacta que llegó a nutrirse de colosal sabiduría –“filósofo consumado (…) el Sócrates de Caracas”, lo llamó el Libertador–, unió talento y probidad en grado tal, que trató de transformar la sociedad venezolana mediante la educación y haría de ello luego en el ámbito nuestramericano la esencia de su búsqueda vital; rompió con las tradiciones anquilosadoras en que se formó; desechó su primer apellido, por roce familiar, y después usó el seudónimo de Samuel Robinson, por revolucionario; participó como líder ideológico en la conspiración de Gual y España; plasmó todo su genio en un hombre al que independizó de la maraña colonial y le dio las herramientas para convertirse en creador –“Usted formó mi corazón para la libertad, para la justicia, para lo grande, para lo hermoso. Yo he seguido el camino que usted me señaló”–; se lanzó al mundo a consolidarse (catorce años en Europa, aprendiendo, entre otras cosas, idiomas, oficios prácticos, pedagogía, filosofía y socialismo utópico), y murió fabricando velas como metáfora de las luces que no pudo prender entonces, pero que mantendrían el rescoldo para ser luminarias hoy.

Simón Rodríguez, como se sabe, es una de las raíces del árbol de la revolución. El filósofo, humanista, pedagogo, hacedor de luces y revolucionario, igual que su discípulo genial, no se detuvo en su tiempo, padeció la frustración de su obra pero la sembró para los siglos.

Crítico y denunciador del sistema capitalista, imbuido de las nociones de que la revolución económica ha de seguir a la política y la satisfacción de las necesidades de los seres humanos es la condición de la vida en sociedad, cualquier pensamiento social avanzado de nuestra época se reconoce en sus ideas. El capitalismo, un sistema que no existe para satisfacer necesidades de la gente sino para producir ganancias, es exactamente lo contrario. De modo que la concepción de Simón Rodríguez se afinca en el presente y se proyecta al porvenir, asentada en los planteamientos claves de economía social (organizada partiendo del campo hacia la ciudad), educación popular integral (social, corporal, técnica y científica), sociabilidad como cemento de las relaciones humanas, originalidad para la construcción de la nuevas repúblicas y percepción de las contradicciones de clases. Un pensamiento cabalmente contemporáneo, que viene a reencontrarse con el torrente revolucionario de hoy y a nutrirlo con su gloriosa savia imperecedera.

La mayor parte de su obra escrita se perdió en un incendio ocurrido en Guayaquil. Conocemos apenas Sociedades Americanas, Biografía del Libertador, Luces y virtudes sociales, Educación Popular, El suelo y sus habitantes y poco más.

El impar maestro, quien según Bello tenía “la pasión y el genio de la enseñanza” y, hasta donde le permitieron, enseñó “haciendo” y “divirtiendo”, lanzó sus ideas al futuro como flechas que aún siguen en vuelo.

Reposa cerca de Bolívar en el Panteón Nacional.


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Freddy J. Melo


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