¿Y es que los profesionales no merecemos viviendas?

Una caverna, un refugio, una cueva para guarecer… una vivienda. Antropológicamente el ser humano siempre ha necesitado un lugar para vivir; un espacio para hacer familia. De hecho, hacer familia se relaciona, también, con un espacio, con unas condiciones materiales y espaciales que permitan el desarrollo de aquélla. En Venezuela se han hecho a partir de 2011 esfuerzos realmente loables para dotar a la población más vulnerable en términos económicos y sociales de una vivienda, un “techo” que los guarde de los avatares de la intemperie, de la calle. Es así como el Gobierno Bolivariano, primero con el Gigante Chávez, ahora con Nicolás Maduro, ha construido más de 600.000 viviendas para el pueblo venezolano. Nunca en la historia patria gobierno alguno había realizado tal empresa; pero, sobre todo, nunca antes un gobierno se había preocupado tanto por atender las demandas más sentidas del pueblo llano, de los cientos de miles de Juan Bimba. Ese esfuerzo innegable por construir viviendas para el pueblo ha sido reconocido hasta por las fuerzas de la reacción, por los factores anti-patria.

Ahora bien, hay que reconocer también que las políticas públicas en materia de construcción de viviendas han sido poco efectiva en para los sectores profesionales, quienes han tenido que padecer las penurias de un alquiler cada vez más escaso (seamos realistas, la figura del alquiler está en extinción) y el que se consigue sencillamente está a precios estratosféricos, simplemente impagable. Pero existen otros elementos más que no pueden ser dejados de lado al momento de evaluar las condiciones en las que viven la mayoría de los profesionales de nuestro país. La figura cada vez más común del “arrimado” (de hecho, en alguno de los formatos del 0800Mihogar está expresamente esa figura: Arrimado) ya termina por institucionalizarse, por formar parte de un lenguaje cotidiano que da cuenta de esa realidad; una realidad que es cada vez más compleja para los profesionales que terminan por aceptar vivir arrimados con los padres, familiares o amigos. Los profesionales, ergo, terminan por resignarse, no les queda de otra que vivir en condición de arrimados o buscar un alquiler carísimo donde consigan (puede ser en una zona tranquila o puede ser en una zona altamente peligrosa); total, necesitan un “techo”, un lugar para hacer familia. El punto es que ese proyecto (hacer familia) ya viene algo truncado, pues esas condiciones de vida precaria no hacen más que incidir negativamente en todos los miembros de la futura familia.

La sociedad somos todos aquellos que aceptamos el “contrato social” y las instituciones establecidas para que ese contrato se cumpla. Los profesionales, al igual que otros miembros de la sociedad, cumplimos un rol importante dentro de la vida de un país. Un profesional sin vivienda propia, es un profesional que no cumple a cabalidad con su tarea específica dentro de la sociedad; por mucho compromiso que aquél tenga, ese compromiso y entrega se ve disminuido porque ese mismo profesional no tiene unas condiciones materiales de vida (una vivienda digna, entre otras cosas) que le permitan realizar su tarea para abonar en la construcción efectiva de un mejor país. O, peor aún, ese mismo profesional debe dedicar buena parte de su tiempo a buscar una vivienda en alquiler (pagar el precio que sea) para medio poder obtener unas ciertas condiciones de vida que le permitan continuar con su trabajo.

Un clamor a voces surge de las entrañas de los profesionales del país: ¡QUEREMOS VIVIENDA YA! No es posible que este sector, tan importante como el que más, deba estar a la espera de políticas que logren cubrir sus necesidades en materia de vivienda. Puedo hablar de muchos, muchísimos casos de personas que “sub-viven” (viven alquilados o arrimados) y que son profesionales de una altísima calidad y que además están comprometidos con la construcción de un país distinto al que pretendieron edificar las fuerzas de la derecha. Es más, quien escribe es profesional con estudios de IV Nivel, madre de dos hijos, tengo un esposo que también es profesional y no nos quedó de otra que optar por vivir arrimados en un cuarto. No voy a explicar lo obvio, solo me limitaré a decir que mis hijos, mi esposo y yo (perdonen la perogrullada) necesitamos un hogar, así como lo necesitan los cientos de miles de profesionales que hoy están viviendo en condiciones precarias (un alquiler impagable y criminal o arrimados). Nosotros también necesitamos de condiciones dignas para vivir, simple.

¡Qué duro resulta escribir un texto como este! Sobre todo porque uno siente que deberían existir unas condiciones normales para poder adquirir una vivienda, bien sea en el mercado privado o en las construcciones realizadas por el Estado venezolano. Pero no es así, camarada ministro Ricardo Molina. No puede un profesional HONRADO comprarse su casa, sencillamente no a los precios que impone el mercado especulador. Pero es que tampoco puede adquirir una vivienda por medio de las políticas públicas que acomete el Gobierno en esta materia. Un altísimo porcentaje de esas viviendas, más del 90%, están destinadas a los sectores más carenciados; cosa que además habla muy bien de la vocación popular del Gobierno Revolucionario-no podía ser de otra forma-. Sin embargo, también nosotros, profesionales de la patria, clamamos por atención, solo deseamos tener nuestro propio hogar, pagarlo, construir familia, ser mejores cada vez más y poder contribuir, como hasta la fecha lo hemos hecho, en la construcción de un mejor país. Hacerlo es también una labor de patria, no hacerlo significa “remar para atrás”, retroceder.


jsikium@yahoo.com




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