Odien: ¡hártense de poesía!"1

Se los voy a decir clarito: no voy a creer en estos intelectuales u opinadores de oficio; le voy a creer al pueblo con toda y su “ignorancia”. Y es que los intelectuales u opinadores de oficio (creo que es mejor llamarles de la segunda forma) son pesimistas por naturaleza. Sus argumentos, según ellos mismos, se revisten de un manto sagrado y, también dicen, los emplean para “corregir el rumbo de los errados”. Sus argumentos, siempre se emplean en tono lento, como de sabios, y se direccionan con “la buena intensión”  de los que apoyan de forma “más comprometida y seria” a una causa. A sus argumentos les llaman critica, cuando bien sabemos que nada de critica tienen, solo para ufanarse a sí mismos de tener un pensamiento lo suficientemente abstracto, lógico, universal y totalizador como para empinarse hasta el podio de los escenario del pueblo. Yo no. No puedo creerles a ellos.

Yo le creeré al pueblo, más allá del lugar común que esta frase pueda representar. Yo le creeré a los que sientes y miden a diario, a los que la escaza economía conduce a analizar a diario, a planificar a diario, a debatirse a sí mismos a diario. Yo les creeré a los que ciertamente miden el pulso en el cerro, en el campo, con “los nadie” y los cronopios. Les creeré a los que opinan sin pena, a los que gritan sin pudor, a los que hablan con la boca abierta porque no pueden dejar ni un minuto de silencio para esputar la palabra sentida. Le creeré al pobre de siempre, al jodido de la vida, al que el análisis “limitado y finito” le conduce al compromiso fanático, a la entrega absoluta, al resteo sin miramientos por una causa; su causa.

Nuestra historia es muy larga. ¡Puta que si es larga! Más allá de lo que te haya dicho el payaso de Elias Pino o Carrea Damas. Nuestra historia es larga, y largo han de haber sido los gritos de los pobres. Pero no, en esa historia larga lo que preló, los que hablaron, los que opinaron y fueron escuchados, fueron esos mismos opinadores de siempre, esos que hoy se levantan, con nuevo rostro y traje, a decirnos que esto es una mierda. Y hoy, aprendiendo de esa historia larga, y viendo los caminos por el cual esos putos nos condujeron, debemos decidir escuchar y atender a los que gritaron más fuerte pero cuyo eco fue ahogado en las fauces del poderoso.

Esto es más que una apostura política, más que una “intensión” intelectual. Esto es parte de una convicción profunda dentro del emprendimiento de algo nuevo. Esto es como una selección de fuente, en donde, como toda selección, se desecha en el mismo proceso lo irrelevante. Ahora, en este caso, lo irrelevante es, precisamente, la punta de lo piramidal. Esta apuesta a la fuente alternativa, a la fuente nunca consultada, materializa una convicción que trata de desmontar lo que mediáticamente se ha venido imponiendo desde los espacios de “análisis, critica y opinión” que a diario se consultan.

Hay que buscar un método, una forma, en la cual los “maleables” de siempre pasen a ser los moldeadores de hoy, del mañana; lo constructores del futuro. Esto es, incluso, una tarea utópica, un paso en falso cuyo riesgo hay que tomar. Se trata de decirle al “pendejo” de siempre que deje de confundirse por las palabras de los pendejos mayores. Pregúntense, ¿quién está confundiendo más hoy, el que hace o el que interpreta la acción? …Entonces, repito, creámosle al pueblo.

Esto es como el “yo no sé filosofar” de Alí primera, o como “Mi abuela” de Gualberto Ibarreto; esto es también como el “Credo” de Nazoa, o como instar nuevamente a los “poderes creadores del pueblo”. Pero esto en una nueva instancia, no solo del “hacedor” sino del intérprete, esa instancia a donde el hacedor no llega o no le han permitido llegar. No puede ser que no creamos en lo que hacemos, y que el pueblo se confunda y se cuestione ante lo que ve, siente, vive y construye con su participación. Y que no vengan con el revestimiento vacio y simplón que reza que “hay que cuestionarse todo y ante todo” cuando el garrote está que toma impulso y nos desbarata la cabeza, otra vez, como lo acostumbra desde hace más de 500 años. 

 

Déjenlo todo, nuevamente láncense a los caminos.”  
Roberto Bolaño

1 Chino Valera Mora



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Francisco Ojeda


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