¿Quién ganó el Diálogo-Debate?

Antes de entrar en el cuadrilátero de boxeo los contendientes siempre estudian las previas confrontaciones que ha librado sus próximo contendiente para anticipar sus movimientos y estrategias, creyendo así poder neutralizarlas y lograr vencerlo. Aún cuando este tipo de confrontación boxística parezca a los ingenuos e idealistas espectadores inapropiada usarla comparativamente con el diálogo-debate que sostuvo el gobierno con la oposición, no lo es tanto cuando éste lució como una confrontación sin cálculo previo alguno (un improvisado toma y dame) entre dos bandos.

Hoy día, cuando los politólogos reconocen por su naturaleza social conformadora a la democracia prevaleciente a nivel planetario como Democracia Conflictiva, los estilos e intereses pugnaces por contrapuestos deben ser apreciados como algo constitutivo de su dinámica contemporánea, en la que cada sector en pugna trata de sacar partido o provecho para sí, sobremanera cuando se trata de una rivalidad escenificada ante los medios de comunicación.

Nicolás Maduro fue el único que pareció un poco desprendido de su propio bando y trató de situar trascendentemente pero infructuosamente (porque sus compañeros no reforzaron reiterando el planteamiento) en estas primeras de cambios, la temática que debió imponerse en la primera reunión (el compromiso de la oposición con el cese de la violencia ilegítima para derrocar el gobierno y respetar los cauces constitucionales para relevarlo).

Sin duda este posicionamiento obedeció a su investidura de Presidente de la República. No obstante, la realización de este diálogo-debate es trascendente por una sola razón: se evidenció que existe la confrontación democrática a puertas abiertas promovida por el propio gobierno sin temor a los señalamientos críticos a su gestión por parte de la oposición. Aspecto este que desdice la maliciosa y perversa predica manipulada por los medios informativos internacionales reaccionarios de que en la nación no existe ni libertad de expresión para la oposición, ni posibilidad de su participación en los ámbitos mediáticos públicos. Y esto es relevante estratégicamente a nivel internacional para afianzar la imagen de la existencia de una democracia política real en Venezuela, contrarrestando de este modo, la campaña infame de la derecha mundial dirigida por el gobierno estadounidense.

En este terreno debemos recordar el pensamiento democrático guía de la revolucionaria insigne Rosa Luxemburgo hecho praxis en la Revolución Socialista Bolivariana: el reconocimiento del ejercicio de la libertad política es principalmente para quien se opone democráticamente. Aquí se fue más allá, se le reconoció ese derecho a quienes actúan antidemocráticamente.
No obstante lo dicho, hay algo que estuvo en juego de manera solapada o subyacente que hay que poner de manifiesto para las próximas confrontaciones y que puede ser decisivo para evaluar el resultado favorable de estos diálogos-debates. Esto es ¿quién tiene más legitimidad para disentir del otro?

En la representación común de la democracia usualmente se asocia únicamente el derecho de disentir a quienes se oponen al gobierno de turno. Sin embargo no es así en absoluto. Tanto el pueblo puede disentir de su gobierno como ambos de quién se les opone y no los reconoce, por cuanto disentir es siempre una posición relativa respecto al otro. Así el gobierno y su pueblo pueden disentir de la oposición cuando ésta actúa antidemocráticamente contra ambos con base en el uso de sus poderes económicos (burguesía mediática, financiera, industrial y comercial que manipula, especula, encarece y desabastece) y político-militares extranjeros aliados (gobierno yanqui principalmente que chantajea diplomáticamente y amenaza con su intervención bélica). La disensión del gobierno por eso es legítima en la actualidad. Pese a que lo dicho semeja un juego retórico, no lo es. Hay que reivindicar el derecho a disentir democráticamente con más legitimidad para el gobierno y su pueblo chavista en este momento respecto de la oposición por su evidente talante fascista-terrorista.

Debemos abrogarnos el derecho legítimo a disentir de sus prácticas prodictatoriales por querernos imponer con la fuerza (guarimbera) y por la violencia (golpe de estado) su gobierno-régimen capitalista de facto, como lo hizo en el pasado reciente con la brevísima dictadura derrocada popularmente de Carmona Estanga. El derecho a disentir es más nuestro que de ellos.


diazjorge47@gmail.com


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Jorge Díaz Piña

Doctor en Ciencias de la Educación (ULAC), Magister en Enseñanza de la Geografía (UPEL), Licenciado en Ciencias Sociales (UPEL). Profesor universitario de la UNESR

 diazjorge47@gmail.com

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