Nuestra fidelidad es con la Revolución, con el pueblo y con la patria de Chávez y Bolívar

El affaire de la corrupción y la irrenunciable ética revolucionaria

"La Corrupción es la peor lacra de la condición humana, quién roba al pueblo se roba a sí mismo, y debe ser declarado como un traidor a la Patria… Muerte al corrupto"
Simón Bolívar


Una revolución auténtica –y la nuestra lo es- tiene que caracterizarse por su estricto apego a los valores éticos y morales. Si algún ámbito debe formar parte de su predilección es el que tiene que ver con la honradez en el manejo de los asuntos públicos. Un gobierno revolucionario que apenas echa a andar sobre el camino de siglos sembrado de corrupción por el viejo sistema no puede garantizar que en sus predios no se produzcan brotes de mala hierba, pero sí está obligado a mostrar la mayor solicitud, diligencia y dureza a la hora de atacar esos brotes. En esto no puede hacer la más mínima concesión. El pueblo y el mundo entero tienen que saber que no hay misericordia con el corrupto. Ser intransigente en este tema blindará al gobierno revolucionario frente a uno de sus más letales enemigos.

A ningún funcionario, dirigente político o aliado del proceso revolucionario puede permitírsele modos de vida que ofendan la pobreza del pueblo protagonista y dueño de la revolución o los postulados de igualdad del socialismo. Nadie puede justificar en modo alguno que por sus “agotadores esfuerzos” al servicio de la revolución deba recibir beneficios que lo coloquen groseramente por encima del modo de vida del común. Es inmoral y debe ser denunciado y castigado. A la revolución se le sirve con generosidad, entrega y a todo riesgo –como siempre fue para quienes ser revolucionario significó cárcel, torturas, persecución y angustia- y nada puede justificar prendas lujosas, hospedaje en hoteles cinco estrellas, carros de lujo, chequeras abultadas, banquetes opíparos, güisqui 18 años, negocios, haciendas, palacetes y escoltas grotescas. Absolutamente nada puede justificar eso para un revolucionario, sin que las palabras se le caigan en cascada envueltas en excremento.

La revolución es del pueblo y nadie tiene derecho a colocarse por encima del pueblo arrogándose fueros que no sean conferidos por ese mismo pueblo. Servirle a la Revolución es servirle al pueblo y no colocarse por encima del pueblo. Ser revolucionario es una vocación apostólica, no un negocio. El pueblo necesita –para su organización y formación- la presencia de misioneros, no de comerciantes. Nadie puede justificar en nombre de la Revolución haber saltado como por arte de magia del desempleo o subempleo a la opulencia. Este punto central tiene que ponerse clara y contundentemente sobre el tapete le duela a quien le duela y me atrevo a decir, caiga quien caiga.

Ahora mismo estamos viendo el manejo lamentable que hemos dado al affaire del audio de Mario Silva. Un manto de silencio poco menos que sospechoso se cierne sobre las gravísimas denuncias contenidas en ese audio. Igual está ocurriendo con el rifirrafe entre el gobernador Tarek El Aisami y Alberto Nolia. Ver el intercambio de acusaciones por las redes sociales da náuseas. Para que todos lo sepamos: la idea que tiene el pueblo humilde es que tanto Silva como Nolia dijeron la “verdad” y por eso fueron suspendidos.

El gobierno Revolucionario no puede dejar que la derecha le robe la iniciativa en esta materia. Hemos debido ser nosotros los que –caiga quien caiga, pero de verdad- saliéramos con contundencia y sin anestesia a poner la luz sobre estos y otros episodios. Hemos debido ser nosotros precisamente por bolivarianos, por revolucionarios, por socialistas, por cristianos y porque somos distintos a la burguesía y sus tropelías y componendas. Hemos debido volar –literalmente- hasta donde haya la menor sospecha de algo ilícito y actuar con contundencia y transparencia revolucionaria. Lo contrario es tener un pueblo confundido que se hace preguntas y no obtiene respuestas.

Haber dejado que los medios y los reyes de la corrupción agrupados en la MUD hagan fiesta arrojando excremento sobre la buena fama de la Revolución de Simón Bolívar, de Zamora y de Chávez es imperdonable. Correr a responder en un pobre sainete de miserias echándole la culpa a todo el mundo sin correr a despejar todas las dudas dice muy poco –o más bien dice mucho, ¡cuanto!- de la moral y la ética revolucionaria de quienes lo hicieron. ¡Nadie debe ser más duro y diligente en la investigación que nosotros mismos!, ¡nadie!, ¿con quién o quienes es nuestra fidelidad? Advierto, no anticipo absolutamente nada, no supongo nada, sólo sé que apresurarse invisibilizar nuestras pústulas apuntando a los Mardos y compañía no es leal con la Revolución. Leal con la Revolución es no dejar títere con cabeza cuando hay el menor asomo de corrupción y no permitir que nadie toque la imagen de la Revolución ni con el pétalo de una rosa. Eso es lealtad, lo otro no se lo que es, pero se parece mucho a vagabundería y oportunismo. Como poco, para decirlo con palabras de Cabrujas, “causa mala impresión”. Nunca hemos debido dejarnos robar la iniciativa.

Vamos a poner las cosas en su lugar, vamos a jugárnosla por la verdad porque la Revolución lo exige. Vamos a morir, si es necesario, por salvar a nuestra Revolución de negociantes de la miseria y ladrones de sueños. La Revolución, el Comandante Chávez y hoy el líder Presidente Nicolás Maduro máximo conductor del proceso no merecen verse salpicados por estas fábricas de excremento. No es justo, no es patriótico y no debemos permitirlo. Investiguemos los intríngulis de la corrupción roja o amarilla o del color que sea, hagámoslo nosotros, que nadie nos gane en diligencia para buscar la verdad; es un asunto de verdadera fidelidad revolucionaria y en eso no puede ganarnos nadie, y a quienes –sus razones tendrán- eluden ir a la médula del problema y más que aclarar oscurecen: ¡No nos ayuden compadres!

¡PATRIA SOCIALISTA O MUERTE!
¡VENCEREMOS!


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Martín Guédez


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