Chávez, nuestro hermano

Cuando murió Ernesto “Che” Guevara, Cortázar escribió en un poema “Yo tuve un hermano”. Hoy somos muchos los que sentimos algo parecido. Porque, desde hace más de una década y hasta ahora, Chávez fue la principal personalidad para el campo progresista y de izquierda en todo el mundo. Fue ese hermano que, como decía Julio, anduvo mostrándonos detrás de la noche su estrella elegida.

Chávez llegó a la presidencia hace catorce años. Y en un tiempo en el que todavía se escuchaban los ecos del “There is No Alternative” que había pregonado la neoliberal Thatcher, convirtió a un país con un 70% de pobreza en el menos desigual de América Latina. En un tiempo en el que teóricos celebrados por el New York Times como Toni Negri hablaban de un “imperio” democrático e invencible en el que no existirían diferencias entre países ricos y países pobres, Chávez desarmó la estrategia de dominación estadounidense diciéndole “No al ALCA”, revitalizó la retórica y la práctica antiimperialista e impulsó una integración latinoamericana sin opresores ni excluidos, que tuvo su mayor expresión en la Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América (ALBA). Y en un tiempo en el que todavía algunos, frente a toda evidencia concreta, se aferran a un supuesto “fin de la historia”, Chávez renovó la utopía y el proyecto de la izquierda al hablar del “socialismo del siglo XXI”, ganándose el indudable mérito de reinstalar en el debate público una palabrita que había sido bastardeada y olvidada.

Mientras tanto, hubo quienes, con su ceguera habitual, gritaron “autoritarismo” para hacer referencia a un presidente que, junto a su partido, ganó 15 elecciones en 14 años, que convocó a un referendo revocatorio de su mandato y que sancionó una Constitución que permite la revocación por voto popular de todos los funcionarios públicos. Hubo quienes gritaron “clientelismo” para hacer referencia a un Estado cuyo presupuesto es administrado en su mitad por los Consejos Comunales, verdadera muestra de “democracia participativa”. Hubo quienes gritaron en defensa de la libertad de expresión en un país en el que el medio informativo más leído es un periódico virtual, alternativo, que no es una empresa ni tiene fines de lucro y en el que cualquiera puede publicar noticias y escribir sus opiniones, Aporrea. Hubo quienes gritaron “populismo” para hacer referencia a un presidente que eligió cumplir sus promesas electorales, dialogar con su pueblo y darle dignidad en vez de darle la espalda. Hubo por último cierto seudo-progresismo que desde siempre criticó todas las revoluciones por inhumanas, violentas y sangrientas. Pero esta vez, que se encontró frente a una revolución que (por ahora) no salió de los cauces institucionales, frente a una revolución pacífica (“pero no desarmada”, como decía Chávez), esta vez, entonces, ese seudo-progresismo decidió no apoyarla.

Al mismo tiempo, Chávez sufrió la crítica de una izquierda dogmática que, de tanto imaginar febrilmente los exactos detalles de una soñada revolución, es incapaz de reconocer una real cuando ésta ocurre. Para estos sectores, Chávez habría representado el “dique de contención” de las energías revolucionarias del pueblo venezolano. Lo que ignoran, sin embargo, es que es en estos momentos que una parte enorme de la población venezolana se considera socialista. Y no antes de 1999. Y no antes de la profunda revolución en las conciencias que Chávez y el chavismo implicaron y que tan a menudo cierto economicismo ramplón deja de lado.

A partir de ahora va a haber años difíciles para los venezolanos. Seguramente, muchos, desde afuera y desde adentro, van a intentar torcer el camino de la Revolución Bolivariana. La muerte de Chávez fue no sólo una buena noticia para la derecha y el imperialismo; también para la “boliburguesía”, para los burócratas y para los arribistas y oportunistas de todo tipo que anidan dentro del régimen. No fueron ellos los que sostuvieron el proceso político en Venezuela, ni mucho menos fueron ellos los que salieron a la calle a defender a Chávez en el golpe de Estado de 2002. Fueron los movimientos sociales y fue el pueblo organizado. Fue ese pueblo, según recordó alguna vez Roland Denis, el que parió a Chávez (y no al revés) y esperamos que sea ese pueblo el que siga construyendo esa revolución popular y plebeya que es un faro orientador para toda América Latina.

Hoy, entonces, hay una razón para estar tristes y también hay una razón para estar preocupados. En este momento es oportuno recordar que, según decía Mariátegui, la fuerza de los revolucionarios no reside en la fe, sino que es una fuerza espiritual y mística. “Es la fuerza del Mito”, escribió El Amauta. Hoy Chávez, nuestro hermano que nos volvió a hablar de revolución y de socialismo, que corrió el “límite de lo posible”, se ha vuelto Mito. Y entonces la razón para estar tristes y preocupados se vuelve también una razón para seguir esperanzados.


abi_vega_92@hotmail.com


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