Aclarando el devenir socialista

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Hay escritos del ideario socialista que son impactantes en aclarar ideología. En este caso, presento una selección de Leo Huberman publicada en la revista de investigación de política internacional “Monthly Review”, Nº 11, Volumen 1 de la edición norteamericana, publicado en diciembre 1964. Recomiendo su buena lectura y el permanente recuerdo de estas aclaraciones.

Veamos:

“PREGUNTAS SOBRE EL SOCIALISMO”, de Leo Huberman (1964)

“Se desparramaron tantas mentiras, tan a menudo, acerca del socialismo, que la mayor parte de la gente está convencida de que es un invento del demonio, o bien que no puede funcionar, o que significa la destrucción de todo aquello que les es preciado. Pero nada de esto es cierto.

Una forma de llegar la verdad del socialismo es responder a las preguntas que más frecuentemente se plantean en torno de él. Sean buenas o malas, profundas o superficiales, formuladas por honestos investigadores de la verdad o basadas en una falta de información o en la incomprensión de hechos elementales, aquí presentamos algunas de ellas:

¿TRABAJARÁ LA GENTE SIN EL INCENTIVO DE LA GANANCIA?

La mejor respuesta a esta pregunta es que actualmente la mayoría de la gente trabaja sin el incentivo de la ganancia en la sociedad capitalista. Preguntadle al trabajador de una planta de acero, o de un taller textil, o de una mina de carbón, qué ganancia recibe por su trabajo y le dirá, por cierto, que no recibe ganancia alguna, que la ganancia va al propietario de la planta, taller o mina. ¿Por qué, entonces, trabaja el trabajador?

Si la ganancia no es su incentivo, ¿cuál es? La mayor parte de la gente en la sociedad capitalista trabaja porque tiene que hacerlo. Si no trabajara, no podría comer. Así de simple. Trabaja, no por ganancias, sino por salarios, a fin de obtener el dinero necesario para sustentar, vestir y albergar a él mismo y a su familia.

Bajo en socialismo existiría el mismo apremio; la gente trabajaría a fin de ganarse la vida. Se daría una diferencia importante, sin embargo, en la aplicación de este principio a todos aquéllos con capacidad de trabajo (naturalmente, los niños, los enfermos y los ancianos serían eximidos). A diferencia de la sociedad capitalista, no habría eximición de trabajo para quienes poseyeran los medios de producción, por la sencilla razón de que tal gente no existiría.

En una sociedad bien organizada, no basta que la gente meramente trabaje; es importante que haga todo lo que pueda, que trabaje tan eficientemente como sea posible. El capitalismo se esfuerza por lograr este propósito recompensando con salarios más altos a todos aquéllos que poseen las mayores habilidades y a aquellos (particularmente trabajadores a destajo) que trabajan más duro. El socialismo, asimismo, usaría el incentivo de las promociones y los mejores salarios para el trabajo especializado y para la mayor producción. Existiría, sin embargo, esta fundamental diferencia: bajo el capitalismo, el sistema de incentivos adicionales frecuentemente se desmorona y los trabajadores especializados se encuentran con que deben realizar tareas no especializadas por salarios más bajos. No solo cuando hay una reducción en la producción, los ingenieros se encuentran trabajando en una línea de montaje de producción en masa, o los jóvenes universitarios están deseosos de aceptar trabajar de lavaplatos; esta es la situación normal bajo el capitalismo. Solo en circunstancias anormales, como en tiempos de guerra o de preparación para la guerra, todos los capitanes se encuentran a bordo; pues, de ordinario, muchos capitanes matriculados no desdeñan trabajar como pilotos o aun como marineros.

Esta necesidad no aparece bajo el socialismo, donde el problema es, siempre, cómo incrementar al máximo la producción. En una economía socialista planificada, el incentivo de tareas especializadas mejor pagadas es real, no ilusorio. Los trabajos están siempre allí, buscando al hombre, en lugar de ser al revés. Y ya que el socialismo enfatiza la igualdad de oportunidades, el trabajador capaz, ambicioso y laborioso no encuentra barreras en el camino hacia la obtención de las tareas mejor pagadas.

El socialismo ofrece al trabajador incentivos adicionales que el capitalismo no puede ofrecer. ¿Para beneficiar a quién se pide a los trabajadores que se esfuercen por incrementar la producción? Bajo el socialismo, el llamamiento al trabajo duro y bien hecho está basado en la justificada razón de que es la sociedad como un todo la que se beneficia. No es lo mismo bajo el capitalismo. Aquí, el resultado del esfuerzo extra no es para beneficio público, sino para el provecho privado. Uno tiene sentido, el otro no lo tiene, uno inspira al trabajador para dar de sí mismo tanto como sea posible, el otro, para dar tan poco como pueda; uno es un propósito que satisface el espíritu y excita la imaginación, el otro es un propósito que seduce sólo a mentes simples.

Esto explica por qué, en la sociedad capitalista, el trabajador, después de treinta años de servicio leal, el benevolente patrón le ofrece una cadena y un reloj de oro, es frecuentemente mirado como un pobre bobo por sus compañeros de trabajo, quienes sienten que no hay nada particularmente honorable o glorioso en haber trabajado tan duro para enriquecer al patrón; mientras que, en la sociedad socialista, el trabajador cuyo celo, energía y eficiencia son recompensados con medallas y honores, es considerado como un verdadero héroe.

En resumen: la gente trabajará sin el incentivo de la ganancia, trabajará para ganarse la vida; trabajará más duro para ganarse una mejor vida; y, lo más importante, trabajará tan duro como sea capaz, cuando su trabajo tenga significado en términos de beneficiar a sus compañeros tanto como a sí mismo, en lugar de beneficiar sólo al patrón individual.

La objeción se origina en que, mientras esto puede ser verdad para el trabajador medio, para quien el incentivo de la ganancia ha sido de cualquier forma ampliamente ilusorio, no tiene validez para el hombre genio, el inventor o el empresario capitalista, para quienes el incentivo de la ganancia ha sido real.

Tenemos, en primer lugar, a los científicos e inventores. ¿Es verdad que es el sueño de las riquezas lo que los mueve a trabajar día y noche para llevar sus experimentos a una conclusión exitosa? Hay pocas pruebas para sostener esa tesis. Por otro lado, hay amplias evidencias para sostener el argumento de que el genio inventivo no busca otra recompensa más que el goce del descubrimiento o la alegría que resulta del completo y libre uso de sus poderes creadores.

Hablemos, por ejemplo, de Remington, Underwood, Corona, Sholes. En seguida reconoce usted a tres de ellos como exitosos fabricantes de máquinas de escribir. ¿Quién es el cuarto, el Sr. Christopher Sholes? Fue el inventor de la máquina de escribir. ¿Le produjo el fruto de su inventiva la fortuna que le dio a Remington, Underwood o Corona? No. Vendió sus derechos a la Remington por 12.000 dólares.

¿Era la ganancia el incentivo de Sholes? No, de acuerdo a su biógrafo: “Raramente pensó en el dinero y, de hecho, dijo que no le gustaba hacerlo porque era demasiada molestia. Por esta razón prestó poca atención a los asuntos de negocios”.

Sholes fue sólo uno entre miles de inventores y científicos que están siempre tan absorbidos en su trabajo creador que “raramente piensan en el dinero”. Esto no quiere decir que no haya alguno para quien la ganancia no sea el único incentivo. Esto ha de esperarse en una sociedad hambrienta de riqueza. Pero aun en tal sociedad, la lista de grandes nombres para quienes servir a la humanidad haya sido el incentivo, es suficientemente larga como para probar que el genio científico trabajará sin el incentivo de la ganancia.

Si alguna vez hubo alguna duda acerca de esto, hoy no puede haber ninguna. Porque el día en que el científico individual trabajaba por su cuenta terminó hace mucho tiempo. Los hombres de ciencia más capaces son contratados en número cada vez mayor por las grandes corporaciones para trabajar en sus laboratorios, con salarios regulares. La seguridad, el laboratorio soñado, la gratificación que proviene del trabajo absorbente; con esto están satisfechos, y esto frecuentemente lo obtienen, pero ganancias, no. Supongamos que inventan algún nuevo proceso, ¿obtendrían ellos las ganancias resultantes? No, no las obtienen. El prestigio adicional, la promoción y un salario mayor, puede ser, pero ganancias, no.

Una sociedad socialista sabrá cómo alentar y honrar a sus inventores y científicos. Les dará las recompensas monetarias y la veneración debidas. Y les dará la única cosa que más aprecian: la oportunidad de desarrollar su actividad creadora en la más completa extensión.

La ganancia era realmente el incentivo para el empresario capitalista de tiempos pasados, pero se ha borrado de la escena industrial. Ha sido reemplazado por un nuevo tipo de ejecutivo que se adecúa mejor al cambio de la industria competitiva al monopolio. La temeridad, la osadía, la agresividad que caracterizan al empresario del viejo estilo no son deseadas en la industria monopolista de hoy en día. Las grandes corporaciones han reducido el riesgo a un mínimo; su negocio está mecanizado y planificado; sus decisiones ya no están basadas en la intuición sino en investigaciones estadísticas.

Estas corporaciones no son dirigidas por el empresario propietario de ayer. No las dirigen, para nada, sus dueños; en lo principal, están dirigidas por ejecutivos asalariados que trabajan, no por ganancias, sino por salarios.

Sus salarios pueden ser grandes o pequeños, pueden incluir grandes primas o no. Además, puede haber otras recompensas: fama, prestigio, poder, placer en hacer bien el trabajo. Pero, para la mayoría de los hombres que dirigen los negocios norteamericanos, el incentivo de la ganancia se ha marchitado desde hace tiempo.

¿Trabajará la gente por otros incentivos que no seas la ganancia? No se necesita conjeturar. Sabemos que la gente lo hace.

¿EQUIVALE EL SOCIALISMO A LA EXPLOTACIÓN

DE LA PROPIEDAD PRIVADA?

El término medio de la gente no posee mucho, pero todo aquello que posee le es preciado. Su casa, automóvil, radio, (televisor, equipos del hogar como nevera, cocina, lavadora, secadora), etc., no fueron adquiridos fácilmente: tuvo que ahorrar y pasar privaciones para conseguirlos. Por eso, la acusación de que el socialismo significa “quitarle a la gente la propiedad privada” es, probablemente, el arma más efectiva que tienen sus enemigos. Asusta a la gente, no solamente a aquéllos que poseen mucho sino también a los que poseen muy poco.

La acusación, por supuesto, no es cierta. Por el contrario, el clamor por el socialismo surgió, precisamente, debido a que la mayoría de las personas tiene muy poca propiedad privada. En lugar de querer quitarle a la gente la propiedad privada, los socialistas quieren que más gente tenga más propiedad privada que hasta ahora. Por eso están contra el capitalismo, en el cual la clase trabajadora es despojada de la parte del león (de la mejor parte) de las riquezas que produce; por eso están por el socialismo, en el cual la clase trabajadora NO es despojada de la parte del león (de la mejor parte) de su propiedad privada.

Hay dos clases de propiedad privada. La mencionada anteriormente: casas, autos, radios, (televisores, muebles, enseres y equipos del hogar), comida, ropa, libros y la lista sigue. Esta es propiedad personal por naturaleza; son los bienes de consumo empleados para uso privado. Además está el tipo de propiedad privada que no es personal por naturaleza: la propiedad de los medios de producción. Este tipo de propiedad no es empleada para usufructo privado, sino para producir los bienes de consumo que sí están destinados a ese uso. Un ejemplo de del primer tipo de propiedad es un traje; un ejemplo del segundo tipo de propiedad es una fábrica de trajes.

En lo que los dueños del segundo tipo de propiedad privada han tenido éxito, es en atemorizar a quienes solo tienen el primer tipo de propiedad, haciéndoles creer que el socialismo significa quitarles su propiedad. Han hecho esto omitiendo convenientemente cinco palabras importantes del programa socialista. Dicen que los socialistas sostienen “la abolición de la propiedad privada”, pero lo que los socialistas realmente sostienen es “la abolición de la propiedad privada de los medios de producción”.

El socialismo no significa quitar a la gente el primer tipo de propiedad privada, por ejemplo, su traje; significa quitar el segundo tipo de propiedad privada, por ejemplo, su fábrica de trajes. Significa arrebatar la propiedad privada de los medios de producción a la minoría, a fin de que haya más propiedad privada de los medios de consumo, para muchos. Esa parte de la riqueza que es producida por los trabajadores y que les es arrebatada en forma de ganancias, sería de ellos bajo el socialismo, para comprar más propiedad privada, más trajes, más muebles, más comida, más entradas al cine, etc.

Más propiedad privada para uso y usufructo. Nada de propiedad privada para la opresión y la explotación. Eso es el socialismo.

FALTA DE COMPETENCIA, ¿EXISTIRÁ ALGÚN INCENTIVO PARA EXPERIMENTAR, ARRIESGAR Y PROBAR NUEVOS MÉTODOS?

Cuando Herbert Hoover era presidente de los Estados Unidos, su respuesta a esta pregunta fue un rotundo no. En su mensaje al Senado, en el cual vetaba la proposición del gobierno de los Estados Unidos en cuanto a la producción y distribución de energía eléctrica y producción de fertilizantes en Muscle Choals, Hoover dijo que ello “anularía la iniciativa y el espíritu de empresa del pueblo norteamericano”.

Franklin D. Roosevelt y la gente común pensó de otro modo, y se adoptó un extenso plan de regeneración de todo el valle del Tennessee. El TVA llegó a ser, más que un plan de producción de energía, un plan para el correcto uso de la tierra y las aguas, en un área del tamaño de Inglaterra y Escocia.

El principio de las compañías privadas de vender menos energía a altos precios fue desechado a favor del principio del servicio público, de vender más energía a bajos precios; se detuvo la erosión del suelo y se inició su conservación; el daño causado por las inundaciones, que sumaba una pérdida anual de millones de dólares, fue detenido tan pronto como se puso en funcionamiento el control de las inundaciones y el poderoso río se convirtió en una vía de comunicación permanente en el transporte de mercancías desde el valle; la contaminación de las aguas se redujo y se mejoró su abastecimiento; se abrieron al público lugares de vacación ideales para camping, navegación, balneario y pesca, a bajos precios, en los lagos y parques del TVA.

¿Se justificaron aquí los temores de Hoover sobre la anulación de la iniciativa y espíritu de empresa del pueblo norteamericano? Por el contrario, el TVA probó que la propiedad pública y el desarrollo cumplen una tarea que la carencia de espíritu de empresa privada no puede realizar.

Y el descubrimiento de la energía atómica lo probó nuevamente. La bomba atómica fue un anteproyecto del gobierno. Fue el gobierno de los Estados Unidos el que tomó los riesgos, dirigió los experimentos, llevó a cabo los nuevos métodos. De hecho, el trabajo en la escala de investigación de algunos proyectos científicos ha crecido tanto que ni una sola corporación, por más gigantesca que sea, puede proporcionar el desembolso de las enormes sumas de dinero requerida. Costó casi dos mil millones de dólares al gobierno de los Estados Unidos la producción de la bomba atómica.

La teoría de que la industria capitalista está en constante actividad buscando nuevos caminos para servir al público, tratando siempre de complacer a sus clientes, no se confirma en los hechos. Tomad los ferrocarriles como ejemplo. El señor Robert Young, dueño de empresas ferroviarias, y, por lo tanto, autoridad competente en la materia, afirmó exactamente lo contrario. La serie de anuncios pagos publicados en los periódicos ha demostrado lo que todos los pasajeros saben por experiencia, que los métodos de administración del ferrocarril son tan anticuados como su material rodante. Son un monopolio privado en situación de decir al consumidor: “Esto es lo que tenemos, si les gusta… bien y si no…”. Y esta no es una actitud privada de los ferrocarriles. Otros monopolios particulares hacen lo mismo. Hay dictadores económicos interesados, no en el bienestar del consumidor, como nos harían creer sus propagandistas, sino en su propia ganancia.

¿Por qué tenemos que suponer que los empleados del gobierno deben ser menos capaces de intentar nuevas ideas y nuevos métodos? Los científicos, técnicos y trabajadores, una vez librados del peso que significa la obtención de ganancias, tendrían más oportunidad, y no menos, de cumplir con su trabajo eficientemente. Usted puede verificar estos por sí mismo si vive en Nueva York. En un día caluroso de verano, viaje a Coney Island, después vaya a Jones Beach. Compare los lugares. Uno pertenece a una empresa privada, el otro es público. ¿Cuál está mejor organizado? ¿Cuál de ellos ofrece facilidades más adecuadas para la seguridad, el confort y la conveniencia del “consumidor”? ¿Cuál era más limpia, más hermosa? ¿Cuál demostraba más experimentación, más imaginación, más conocimiento de las nuevas técnicas? Piense en Coney Island y Jones Beach la próxima vez que le cuenten horrores de la empresa gubernamental.

La lucha de clases debe existir mientras la sociedad esté dividida en clases con intereses opuestos. El capitalismo, por naturaleza, crea esta división. La lucha de clases debe terminar en cuanto la sociedad no esté más dividida en clases hostiles. El socialismo, por naturaleza, crea una sociedad sin clases. Los socialistas no “predican” la lucha de clases, describen la lucha de clases que ya existe. Llaman a la clase trabajadora a ayudar a transformar una sociedad dividida en clases en una sociedad donde tal división no es posible. Instan a que una hermandad, universal, que solo puede ser un sueño bajo el capitalismo, se transforme en una realidad bajo el socialismo.

Los que los socialistas predican es el evangelio de la Cristiandad, de la confraternidad humana. Eso es lo que la Encyclopedia Britannica dice acerca de sus enseñanzas: “Las éticas del socialismo están estrechamente emparentadas con las del cristianismo, si no identificadas”.

La estructura de la sociedad capitalista es tal que las éticas del Cristianismo profesadas el domingo no pueden practicarse el lunes debido a que la explotación, la injusticia, y la competencia son la esencia del capitalismo. La estructura de la sociedad socialista es tal que los valores espirituales y morales profesados el domingo pueden practicarse el lunes porque la cooperación, la fraternidad, y la ayuda mutua, son la esencia del socialismo. En el primer caso, el medio propicia los mayores éxitos a quien actúa contra los intereses de su compañero; en el segundo caso, el medio es tal que los grandes éxitos son logrados por aquél que actúa con su compañero para el interés de todos.

El pueblo de los Estados Unidos no está

en mejores condiciones que el de la unión soviética,

¿y ello no prueba que el socialismo es mejor que el capitalismo?

Suponiendo que estamos de acuerdo en que la mayor parte del pueblo de los Estados Unidos está en mejores condiciones económicas que el pueblo de la Unión Soviética, ello no prueba que el capitalismo sea superior al socialismo. El capitalismo en los Estados Unidos tiene más de 160 años, el socialismo en la Unión Soviética tiene solo 44 años (en 1964). Compararlos, por tanto, es tan injusto como comparar la fuerza de un hombre con la de un niño que recién empieza a caminar.

Además, la Unión Soviética era en su nacimiento un país industrialmente atrasado, hambriento, devastado por la guerra; comenzaba a crecer cuando se vio agotada por segunda vez con la Segunda Guerra Mundial. Obviamente, el mérito relativo del socialismo y del capitalismo no está probado por la elección que surge de comparar al país capitalista más rico del mundo, al más avanzado industrialmente y al menos afectado por la devastación de la guerra.

Una comparación más ecuánime sería la del capitalismo de la Rusia Zarista con el socialismo de la Unión Soviética. En este caso, todo observador imparcial concuerda en que el socialismo es superior en todo aspecto.

Del mismo modo, una comparación más ecuánime sería entre los Estados Unidos como sociedad capitalista y la Unión Soviética como sociedad socialista. En ningún otro país están tan maduras las condiciones materiales para el socialismo. En ningún otro lugar se logrará el pasar de la inseguridad, la necesidad y la guerra, característicos del capitalismo, a la seguridad, la abundancia y la paz, propias del socialismo, con la misma rapidez y una parte tan mínima de caos y disconformidad. Mientras que otros países, en su camino hacia el socialismo, deben hacer grandes sacrificios para obtener sus conocimientos industriales, científicos y técnicos, nosotros los tenemos a mano. En otros países, como la Unión Soviética, el pueblo debe privarse temporalmente, a fin de crear la capacidad de producir abundancia; en los Estados Unidos, las fuerzas productivas han sido construidas, sólo hace falta liberarlas. El capitalismo no puede hacerlo, el socialismo sí.

¿NO ES IMPOSIBLE EL SOCIALISMO DADO QUE

“ES INMODIFICABLE LA NATURALEZA HUMANA”?

El argumento de la “naturaleza humana” sostiene que el hombre “nace para ser” un cierto tipo de persona y no puede cambiar. Si el razonamiento es correcto, resulta lógico pensar que los seres humanos de todo el mundo se comportarán de la misma forma, de acuerdo con su naturaleza humana.

Pero éste no es el caso. Los seres humanos no se comportan de la misma manera en todo el mundo. No han nacido necesariamente para ser este o aquel tipo de persona. Ellos “crecen” hasta convertirse en lo que son y ese ser difiere en los distintos lugares según el medio ambiente.

En nuestra sociedad, por ejemplo, los hombres son considerados como el sexo fuerte; las mujeres, como el sexo débil. El hombre es masculino, la mujer es femenina. Se entiende que el hombre no está tan interesado en su apariencia como ésta. La vestimenta del hombre es relativamente simple comparada con la de la mujer; es ella, no el hombre, quien emplea más tiempo en su arreglo personal. Encontramos, por supuesto, excepciones a esta regla, pero no se consideran como seres humanos “normales”.

¿Qué pasa, sin embargo, con los argumentos sobre la naturaleza humana si encontramos una sociedad donde los papeles de los hombres y de las mujeres (no de algunas, sino de la mayoría) son lo contrario de los nuestros? Los Tchambuli, en Nueva Guinea, constituyen el ejemplo. Allí las mujeres tienen una apariencia y actúan de una manera que podríamos llamar típicamente “masculina”. Se afeitan la cabeza, se visten simplemente y no están ni lejanamente tan interesadas como los hombres en su “arreglo personal”. No son las mujeres, sino los hombres, quienes encuentran tiempo para complicados tocados. En las ceremonias de los Tchambuli son las mujeres quienes se presentan sin adornos, mientras los hombres usan tocados muy coloreados y profusamente decorados con plumas.

En la familia Tchambuli, la mujer es la figura dominante. Son ellas las que constituyen el grupo digno de confianza, que hace el trabajo de la huerta, pesca y trenzado del mosquitero. Son las responsables de la conservación del hogar, mantienen a sus maridos y producen para que sus maridos gasten.

En resumen, lo que en nuestra sociedad consideramos como naturaleza humana con respecto a los papeles del hombre y la mujer, está invertido en la sociedad Tchambuli. Y los antropólogos nos aseguran que éste no es el único caso en el cual, lo que nosotros consideramos naturaleza humana, se convierte en algo totalmente distinto, cuando las condiciones bajo las cuales viven los seres humanos difieren de las nuestras.

Las personas que argumentan que “no se puede cambiar la naturaleza humana” caen el error de suponer que porque el hombre en la sociedad capitalista tiene cierto tipo de comportamiento, ésa es la naturaleza de los seres humanos, y no existe otro comportamiento posible. Ellos ven que en la sociedad capitalista el hombre es adquisitivo; sus motivaciones son la codicia egoísta y el avanzar por cualquier medio, lícito o no. Concluyen, de allí, que éste es el comportamiento natural “natural” de todos los seres humanos y que es imposible establecer una sociedad sobre otra base que no sea la lucha competitiva para provecho privado.

Los antropólogos, en cambio, sostienen que esto es un absurdo, y lo prueban refiriéndose a distintas sociedades que existen actualmente, donde el comportamiento del hombre no es en nada parecido al del hombre bajo el capitalismo. Y a ellos se unen los historiadores, quienes afirman también que el argumento es absurdo, y lo prueban refiriéndose a la sociedad esclavista y al feudalismo, donde el comportamiento del hombre no era como es bajo el capitalismo.

Es ciertamente una visión distorsionada de la naturaleza humana la que sostiene que el egoísmo y el deseo de avanzar a expensas de otros en una lucha competitiva hombre a hombre, son instintivos y forman parte de la constitución biológica primitiva. Es probablemente cierto que todos los seres humanos nacen con el instinto de conservación y reproducción. Su necesidad de alimento, ropa, vivienda, amor sexual, es fundamental. Eso bien puede admitirse como “naturaleza humana”. Pero la forma en que se mueven para satisfacer esos deseos no es necesariamente la forma habitual de la sociedad capitalista; ésta depende más bien de la manera en que se adecúa mejor a la cultura determinada en la que nacen. Si las necesidades fundamentales del hombre pueden ser satisfechas sólo derribando al prójimo, entonces podemos suponer que los seres humanos se derribarán unos a otros; pero si las necesidades básicas del hombre pueden ser mejor satisfechas mediante la cooperación, entonces puede suponerse también que los seres humanos cooperarán.

El ansia instintiva de auto-conservación, de alimento, ropa y vivienda significa que el hombre debe interesarse necesariamente por sí mismo. Pero ese interés no tiene por qué adoptar la forma egoísta tan típica de la sociedad capitalista. El profesor Barrows Dunham, en su excelente libro “El hombre contra el mito”, aclara esta distinción: “Supongamos que se afirma que todos los hombres tienen deseos, que se esfuerzan por satisfacerlos, y que de esta manera manifiestan constantemente su interés por sí mismos. Así es, indudablemente. Ningún hombre tiene otros deseos que no sean los propios y al satisfacerlos puede decirse que exhibe interés por sí mismo. Pero esto no es egoísmo. Es la satisfacción de los propios deseos; el egoísmo, en cambio, es la satisfacción de los deseos de uno a expensas de los de otros. Podemos afirmar que el interés por nosotros mismos es una parte esencial del ser humano. Creo en realidad que lo es. Pero estamos muy lejos de poder deducir de esto que el egoísmo es una parte esencial de la `naturaleza humana´”.

El interés por uno mismo es natural, es parte de la naturaleza humana; el egoísmo se adquiere, es parte de un esquema cultural determinado. El socialismo no puede ni intentará suprimir el interés por uno mismo; puede y tratará de suprimir la forma codiciosa y voraz de estimular ese interés en uno mismo que el profesor Dunham denomina egoísmo y que es característico, no de los seres humanos, sino de los seres humanos en la sociedad capitalista.

El interés del hombre por sí mismo se expresa en su deseo de obtener más y mejores alimentos, más ropa y viviendas; en su pasión por la seguridad. Cuando aprenda que estas necesidades no pueden ser satisfechas para todos bajo el capitalismo, tan bien como pueden serlo bajo el socialismo, efectuará el cambio. Y lo hará a despecho de la persona que sostiene que si bien el socialismo puede ser un sistema más justo, más racional, más deseable que el capitalismo, no funcionará, y esto es precisamente lo que dice siempre el hombre que se enorgullece de ser concreto y práctico acerca de cualquier sugerencia de reforma cuando fracasan todos los demás argumentos. “Por supuesto, sería algo maravilloso, pero es imposible hacerlo”; este es siempre el último refugio para esta persona “realista”. Es lo que opinó en el pasado sobre la propuesta de abolir el trabajo del menor, de proporcionar un seguro a la vejez, de pagar el seguro por desocupación, y de la propuesta de hacer cualquier transformación destinada a ayudar al hombre común.

Lo que es, es porque debe serlo. Esto lo dirían quienes sostienen que el socialismo es imposible porque no se puede cambiar la naturaleza humana. No es verdad. John Dewey, el famoso filósofo norteamericano, así lo afirma en un artículo sobre “La naturaleza humana” publicado en la Enciclopedia de Ciencias Sociales: “Las actuales controversias entre los que afirman la inmovilidad de la naturaleza humana y aquéllos que creen en la capacidad de cambio, se concentran fundamentalmente en torno al futuro de la guerra y al futuro de un sistema económico competitivo impulsado por la ganancia privada. Se puede decir, sin dogmatismo, que la antropología y la historia justifican a aquéllos que desean cambiar esas instituciones. Se puede demostrar que muchos de los obstáculos para las transformaciones, que han sido atribuidas a la naturaleza humana, se deben en realidad a la inercia de las instituciones y al deseo voluntario de las clases dominantes de mantener el “status existente”.

(No se remitió correo electronico del Autor)


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