La inscripción de Hugo Chávez ante el Consejo Nacional Electoral, CNE, no puede catalogarse como un acto protocolar cualquiera. No es la merienda por la rebatiña del poder lo que está en juego, como siempre ocurrió hasta 1998. Este lunes 11 de junio de 2012 queda ante la historia del país, más que como el registro de un nombre y un apellido en acta, como la ratificación de la confianza de las mayorías hacia el hombre que demuestra desde el siglo pasado saber interpretar tanto las necesidades del pueblo como los mecanismos a aplicar en el tránsito a la solución de las mismas.
De nuevo acude Chávez, por vía legal, a consignar su aspiración de continuar al frente del timón tricolor. Al contrario del carácter dictatorial que le atribuye la derecha genocida y golpista, lo hace como uno más que debe llenar los extremos institucionales que dicta la ley.
Sus acciones desde Miraflores –exitosas la mayoría, dignas de corregir otras– lo convencen de que no ara en el mar; que bien valen el sacrificio de la soledad, el aislamiento y hasta el odio enconado e incomprensible de algunos ingenuos, equivocados y manipulados.
La inscripción de Hugo Chávez ante el CNE, con la mira puesta en el Plan 2013-2019, no es un capricho malsano, egoísta e individual de quien persigue usufructuar el poder en beneficio propio. Es una inscripción que le pedimos que hagan quienes nunca fuimos convencidos del fin de la historia ni la aplicación de estúpidas teorías sifrinas que sólo caben en el aserrín que plena los cerebros de la oligarquía vendepatria y sus adláteres.
Si algo queda claro este lunes 11 de junio, es que no habrá libro oficial alguno que pueda resumir en tantas y tantas páginas las miles y millones de firmas que quisieran acompañar a la que estampe Chávez en el CNE. Es él la justificación de los sueños. Es su inscripción el derecho a continuar soñando por mejores amaneceres y grandes soles de esperanzas.
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