Chávez, ¡y a mí qué me importa!

A mí qué me importa que hayas reaparecido con voz temblorosa, si no necesitas gritar para que tu obra sea escuchada en el mundo entero; a mí qué me importa que hayas estado a punto de llorar: ¿acaso los hombres no lloramos al nacer cuando el vientre de la madre nos expulsa al combate? ¿quién dijo además que las lágrimas de varón son manantiales de flaqueza y debilidad?

A mí qué me importa que digan que ese bello e imponente mono tricolor te queda grande: mientras más holgado es mejor, porque allí podrás reservar espacio a las mil y una tareas que seguramente sigues planificando desde ese refugio colorado de La Habana.

Qué me importa que digan “sí está flaco”: ¿acaso flaco no estabas aquel legendario 4 de febrero de 1992, cuando supimos al momento que eras el enviado de los dioses de la filosofía transformadora? ¿acaso flaco no eras cuando las arañas de Sabaneta salían de tus manos para caminar hasta la de tus clientes? ¿o es que algún confundido cree que tu obligación está sobre las ridículas pasarelas de la moda internacional y barata del superficialismo burgués y maldito? ¿recuerdas a “Tribilín”? jamás fue gordo. Además, ¿qué gordo conecta triples, jonrones y lanza la rabo ‘e cochino por todo el centro del plato? Difícil tarea, compadre.

A mí qué me importa que haya quien esté sacando oscuras cuentas necrofílicas, si eres de alma inmortal como inmortales son Bolívar, el Che y Fidel; qué me importa que me vean con cara de incredulidad, si grito una consigna donde se menciona a Dios, aún siendo ateo convicto y confeso: “Si Dios con Chávez, ¿quién contra Chávez?”.

Qué me importa que juren por allí, que las condiciones serán propicias para subvertir el orden revolucionario; ¿es que aún no se han dado cuenta que estaremos en cada calle, en cada esquina, en cada línea de fuego dándoles el frente como lo has hecho abiertamente durante los últimos 12 años?

Nada de ello me importa Chávez. Lo que verdaderamente me interesa es que sepas que no has arado en el mar. Que no habrá tumor ni terror que nos haga claudicar. Hasta la victoria siempre, camarada. ¡Venceremos!


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Ildegar Gil

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