Una cuestión inflamable

En estos momentos se ha abierto la discusión relativa a la oportunidad y conveniencia de aumentar el precio de la gasolina, una cuestión que debe ser tratada con tiento dado el poderoso carácter inflamable del producto, tal vez más inflamable en lo político que en lo físico.

Sobre la conveniencia nadie duda, pues el enorme diferencial negativo entre el costo de producción y el precio de venta, salta como un intolerable disparate a los ojos de todos. Existe una inmensa pérdida continua que el país debe redimir.

Pero en lo relativo a la oportunidad hay demonios escondidos. Quienes plantean que sea ya, han logrado alinear a la mayoría tremolando con habilidad la diferencia (¡agua embotellada más cara que gasolina!, por ejemplo) y ofreciendo satisfacciones compensatorias a posteriori, de modo que es ir contra la corriente esbozar una opinión distinta.

No obstante, me siento temeroso de los demonios, por lo cual me animo a lanzarme contra el flujo, aunque reconozco la debilidad de mis brazadas.

Creo que el aumento de la gasolina en las presentes condiciones generaría una inflación abrumadora. Su impacto sobre el transporte de mercancías, amén del de pasajeros –parece poco sensato olvidarlo–, es una reacción en cadena, y si la regulación actual es descaradamente burlada, cómo lo será en el indicado caso. La botella de agua no influye sobre eso, la de gasolina sí. El ingreso adicional, por cuantioso que sea, no podrá compensar ni de lejos la herida que el pueblo recibirá. Y la demagogia politiquera encontrará buena cancha.

Es preciso preparar las condiciones que hagan viable y políticamente justa la decisión. Me parece, compartiendo el criterio de muchos firmes camaradas con quienes he conversado al respecto, que se deben adoptar previamente, entre otras y enfrentando los intereses que se opongan, medidas como las siguientes:

Reprogramar para gas, instalando por supuesto la red de servicio necesaria, el parque vehicular de carga y de pasajeros, dejando para gasolina solamente los automóviles particulares; repotenciar la capacidad del transporte público, automotor, ferroviario, marítimo y aéreo; restablecer el día de parada y prohibir la circulación diurna de grandes vehículos de carga en las ciudades; ganar todas las instancias de gobierno y las comunidades para el trabajo organizativo y el control de la gestión. Además, es preciso acelerar los avances productivos.

No se puede correr el riesgo de que una inflación desbordada, que se alimentaría también con eventuales movimientos en el ámbito cambiario (los cuales pueden ser a su vez inoportunos), más el eléctrico, eche en brazos del oposicionismo a gruesos sectores populares hasta ahora fieles a la revolución. ¿Que no es posible? ¿Entonces por qué varios partidos del otro lado han cambiado su posición, que fue siempre la del aumento, preparando su arremetida demagógica para salir a convertirse en campeones del pueblo agobiado por el acoso inflacionario?

Lo que no es oportuno, de ningún modo es revolucionario. Prepárese el camino, y entonces, solo entonces, podrá justipreciarse el combustible, ahora liberado de su inflamabilidad política.

¡Hasta la victoria siempre!


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Freddy J. Melo


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