Vigencia de la escuela actual

En la actualidad, casi el primer regalo que los padres y madres hacen a sus hijos, es un teléfono de esos que llaman “inteligentes”, en una suerte de atribuirle una cualidad casi suprahumana con la que automáticamente es entronizado en la cotidianidad de esos sujetos. Y es precisamente ese aparato, junto al auge avasallante de hardware, software y diversas redes de comunicaciones, son los que rivalizan con las estrategias y contenidos de aprendizajes que ofrece la escuela de hoy, y terminan imponiéndose.

Ingenuamente toda la familia celebra los precoces aprendizajes de esos “chicos bajitos” como los llama Johan Manuel Serrat en su canción. “Ya tiene whatsapp, lo maneja mejor que yo; me enseña”, dicen los adultos; y si estos son maestros, ya han olvidado que así como en la temprana edad es más fácil aprender una nueva lengua, por cuanto la estructura cognitiva está menos comprometida y tiene menos prejucios, así también se comporta el cerebro de los niños al enfrentarse a la nueva tecnologias con sus altas definiciones.

Y el aprendizaje rápido de esos pequeños miembros de la familia, que algunos osados “expertos” llamarían “niños indigos” (que la escuela acepta como muchas otras etiquetas en muchos casos sin profundizar) es gratificado. Seguidamente vienen las exigencias de planes con muchos megas para navegar, y pronto el cambio y renovación del tele por otro con más y mejores funciones para “aprender más”, solicitudes que siempre responden oportunamente los que más pueden… De ese modo privilegian a sus chicos ante los demás en acceder a informaciones diversas. Con la falsa creencia de que se comerán el mundo más rápido, lo cual pareciera inverso, porque si bien es cierto que facilita el acceso a nuevas informaciones con las que desarrolla destrezas que en la escuela podría lograrlo tardíamente, también es bastante cierto, que acceden a contenidos para los que no están preparados, intelectual, cultural ni biológicamente para asumirlos, por añadidura los hacen dependientes, sacándolos horas del día de la realidad, sobreviniéndoles conflictos afectivos.

Y la escuela casi indefensa ante la avasallante tecnología que impera más allá de sus muros, termina siendo un centro de recepción de muchachos donde se reproduce lo que la inductria de la tecnología impone. Las tics utilizadas por los centros educativos, en la mayoría casos tristemente cumplen con ese papel.

J.J. Roussea, cuyas obras fueron claves en la formacion de Simón Rodríguez, al reflexionar respecto al rol de la incipiete ciencia que se desarrollaba en su época, siglo XVIII, que cada vez más se subordinaba al servicio de unos pocos que la empezaron a usar para lucrase, advertía en el “discurso sobre las ciencias y las artes”, que las mismas entorpecía y alejaban a los humanos de la virtud. ¿Estará pasando algo similar ahora?

¿Cuál es el reto de los educadores de hoy? El de siempre: responder a las necesidades de aprendizaje de los educandos; pero en ese contexto escatológico que amenaza con desaparcer la escuela, reitero, no es replicando lo que solicita la industria de la tecnología.

Por eso, ese es un reto amplio y a lo mejor complejo, pero necesario asumir. Y una de las tareas es estudiar más, tal vez como nunca antes se ha exigido, en todos los contenidos y estrategias. Urgente es revisar las teorías pedagógicas, psicológicas contemporáneas y desmontarlas. Por ejemplo, discutir la vigencia de los planteamientos de J. Piaget y elaborar insumos para nuestras propias teorías, de lo contrario la escuela como la que tenemos será mofada por las generaciones que vendrán. Y en ese marco tener mucho cuidado con lo que se puso muy de moda, eso de estar a tono con el avance de la tecnología, pues habría que preguntarse desde la óptica cualitativamente, cómo se ha de estar a tono.

Desarrollar más la creatividad, el espiritu de investigador, son parte de ese desafio, que se torna más sublime si se asume como prioridad la necesidad de deslastrarse de la cultura del consumo, de su culto, clave para que el docente tribute con su vocación a la construcción de un mundo más humano.



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Aquileo Narvaez Martínez


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