Alquimia Política

El plagio académico como excusa rebuscada

"…para ser plagiario hay que ser muy humilde y yo no lo soy…"

CAMILO JOSÉ CELA

En varios escritos he destacado que el "plagio", en cualquiera de sus causas y efectos, es una postura rebuscada de quienes, no teniendo talento ni capacidad intelectual para ser académicos o investigadores, se desviven en una alegría morbosa cuando, por alguna razón, ya sea por descuido u omisión de algún investigador, se cuela la "duda razonable" sobre la autenticidad de sus escritos. Y hacer el cuestionamiento da "pena ajena", porque pareciera que quienes acusan de "plagio intelectual", no terminan de entender que el plagio intelectual es subjetivo la mayoría de las veces, y esas poquitas ocasiones en que prospera, por la vía de la experticia, la comprobación y la verificación científica, lo cual devela que hay textos en una investigación que han sido copiados de manera descarada por parte de un escribiente, ha prevalecido la justicia solamente cuando encarándolos no tienen argumentos de peso que sustenten que esas ideas son de ellos. Es decir, la acusación de plagio afecta es moralmente, en algunos países donde el derecho de autor tiene mayor jurisprudencia, afecta monetariamente, pero no es una acusación que trascienda o descomponga lo valioso de la condición humana de una persona.

Valgan las palabras de René Avilés Fabila, en un estupendo ensayo titulado "Plagio, luego existo", en el 2012: "… Yo veo el plagio como un difícil arte donde todo consiste en que los lectores no se percaten de la sustracción intelectual… Para evitarnos tales vergüenzas, lo correcto es decir que se trata de afinidades o coincidencias, en todo caso, de influencias… La ausencia de creatividad atrae la necesidad del plagio… No es fácil evitar que unos párrafos hermosos o ideas renovadoras pasen a nuestra literatura, piensan los plagiarios: pillos que incluso suponen haber mejorado a los autores originales. Por último, para qué escribir una obra tan grande como Don Quijote (quien también tuvo problemas al respecto), si es fácil copiarla... Ah, este artículo es un plagio a mí mismo, ya estaba publicado, sólo lo actualicé".

A todas estas, desde mi punto de vista (que no he sido cuestionado al respecto pero que opino sobre el tema ante la avalancha de ignorancia manifiesta de quienes fungen como acusadores), la acusación de plagio intelectual es una postura muy delicada y debería manejarse con extrema prudencia porque se hiere la sensibilidad y motivación intelectual de quienes son víctimas de este tipo de acusaciones. Sin ir muy lejos, nuestro Arturo Uslar Pietri fue acusado de plagio, igual Gabriel García Márquez, y hasta Camilo José Cela, tuvo la sospecha del plagio. Y uno de los autores más cosmopolitas latinoamericano, Carlos Fuentes, recibió la acusación de plagio en 1995, por parte del también escritor Víctor Celorio, quien argumentó que la novela "Diana o la cazadora solitaria" (1994), de Fuentes, había unas 110 coincidencias textuales y varios personajes excesivamente similares a los de su obra "El unicornio azul", de 1985; un juez Federal de entonces, desechó el caso y dio la razón al escritor Carlos Fuentes y a la editorial Alfaguara.

En fin, se ha tomado el camino de la acusación de plagio intelectual de una manera muy alegre, exageradamente ligera, sobre todo en los ambientes universitarios. Recientemente, uno de esos acusadores ligeros, en una universidad privada de Venezuela, argumentó su "duda razonable" y paralizó por un determinado tiempo la presentación de un trabajo Doctoral; al comprobarse que el doctorante había parafraseado y no "utilizado el texto" de manera directa sin la debida cita o mención del autor original, el acusador solamente hizo un guiño de asombro, y dijo: "Ah, ok, bueno, pero tengo derecho a dudar". Al encararlo y pedirle que hiciera una nota pública de rectificación y disculpas para restituirle el daño moral causado al doctorante, el académico-jurado se limitó a reírse y a manifestar que "eso no se estila en un jurado". Seguidamente, en el ámbito penal, por la vía de la difamación e injuria, fue acusado y recientemente sentenciado a cubrir una gruesa cantidad de dinero por los daños psicológicos y morales que afectaron al acusado y tuvo que hacer una nota pública, en un diario de circulación nacional, donde pedía disculpas y reconocía el trabajo académico de quien fuera víctima de su acusación silvestre y alegre, porque si no hacia eso iba a cumplir una larga sentencia de privación de libertad.

Como puede verse, no está quedando impune esa actuación irresponsable de algunos académicos que, por el hecho de tener una duda en un momento determinado, pueda actuar contra la condición humana de una persona. Voy más allá, pongan ustedes el caso de una persona que evidentemente se copió ideas de otra, y ese docente hace la denuncia, si el que denuncia no cuenta con el aval de la persona a quien pertenecen, supuestamente, esas ideas, su acusación es infundada y no tiene asidero alguno. Lo que sucede es que en gran parte de las universidades se manipula esta situación y se busca perjudicar, por la vía que sea, al acusado, llevándolo en ocasiones a reelaborar su escrito ante la sospecha de plagio. Debe activarse las normas y leyes de la República para que estos acusadores de oficio, sin talento ni valores académicos, sean castigados con todo el peso de la Ley. Soy de los que piensa que el "plagiador intelectual" es un ingenuo que merece, al ser comprobada su culpa, invitarlo a que vuelva a intentar crear ideas, pero desde su propio espacio, cuidando, metodológicamente, no caer en el agravio del plagio. Pero a los acusadores no les doy el mismo tratamiento, su actitud egoísta, morbosa y pedante, debe ser castigada con pérdida de libertad y alto costo monetario para restituir el efecto dañino causado al espíritu creador de quienes siendo inocentes se les colocó en el paredón de la duda razonable.

Estas ideas han venido a mí ante la acusación, también superficial, al Presidente de México Enrique Peña Nieto, a quien se ha acusado de que plagió parte de su tesis universitaria para obtener su licenciatura en Derecho, según la voz de la periodística Aristegui, quien no es la persona más apropiada para dudar de esa manera porque es una periodista que hace banderas por el respeto a la dignidad humana. Con esa actitud está sumándose a quienes usan la excusa del plagio como una vía para el descrédito y la manipulación de situaciones. El reportaje que acusa, dice que en un 29 % del contenido del texto de Peña Nieto, presentado en la Universidad Panamericana, fue "…robado de obras de otros autores". Es decir, 197 de sus 682 párrafos provienen de textos de, al menos, una decena de autores a los que el Presidente no cita o ni siquiera menciona en la bibliografía del trabajo. Esta acusación ha sido contestada de manera oportuna por Peña Nieto: "Nadie me puede decir que plagié mi tesis. Que pude haber mal citado o no bien citado a algunos de los autores que consulté, es probable que sí. Tendría que aceptar que es un error metodológico, pero no con el ánimo, de ninguna manera, de haber querido hacer mías las ideas de alguien más".

Me di a la tarea de revisar la fulana Tesis de Peña Nieto, titulada "El Presidencialismo Mexicano Álvaro Obregón" (1991), donde el autor interpreta la conformación del presidencialismo contemporáneo mexicano, la vigencia y evolución, de sus estructuras de poder, en la segunda mitad del siglo XIX y las primeras décadas del siglo XX, y puedo expresar, con una lectura superficial que hice de la misma, que es un documento auténtico, mal parafraseado en algunos puntos del trabajo y metodológicamente con un manejo muy pobre de la técnica y del estilo literario científico, pero no creo, no me genera sospecha de plagio intelectual. Visualizo que la denunciante sometió el texto a algún software de hipertextos comparativos (plagios 2.0, por ejemplo) para hilvanar coincidencias de estructuras o frases, y esos software, como lo han dicho los propios programadores, tienen un amplio margen de error porque ellos buscan coincidencias entre seres humanos y para que sea cero (0) el número de estructuras de pensamiento parecidas en intención y letra, se debería comparar con el escrito de un extraterrestre o un animal irracional que alcance desarrollar su lenguaje y lo pudiera expresar en algún formato comprensible.

Ahora bien, cuando uno lee que la parte acusadora es la misma que por la vía de una investigación periodística acusó al Presidente Peña Nieto de haber comprado un inmueble con dinero de dos empresas que son contratistas del Gobierno, ya la acusación de plagio intelectual pierde seriedad y objetividad, porque se aprecia una manifiesta intención, por parte de esta periodista, de perjudicar la condición humana de Peña Nieto.

No defiendo al Presidente de México, él por sí solo sabe cómo hacerlo, pero si cuestiono el hecho de manipular una acusación de plagio intelectual y mostrarla como algo que en extremo puede tener algún asidero legal y moral, en la visión de mundo global e interactivo que hoy se vive. Lo comento para que sirva como ejemplo de lo que no deben hacer los académicos, no deben caer en actitudes bajas y sectarias, no deben aplaudir las caídas de quienes como seres humanos pueden fallar en algún momento de sus vidas; la actitud ante la sospecha de plagio es encarar al acusado, en confianza y camaradería, mostrarles nuestras dudas, sin hacer de eso una fiesta, e invitarlo a que nos la aclare o en su defecto, de tener razón nuestra duda, que le dé un sentido nuevo para asegurar criterios de autenticidad. Esa es la actitud, vanagloriarse con el dolor y la debilidad ajena, es una postura de imbéciles, de seres humanos pequeños, con deficiencias emocionales y humanas inmensas, y si fueran docentes, con carencias de liderazgo, de moral y de principios básicos que le hacen estar siempre en la sombra y en el más oscuro lugar en la historia del mundo civilizado. Una persona que cometa un plagio intelectual es una persona que necesita ser encarrilado, reorientado, apoyado, ayudado; un acusador de plagio intelectual, es un ser humano que merece todo nuestro aborrecimiento porque buscó la fama pisando el alma y la consciencia de otro ser humano. No merece mayor reconocimiento que el olvido y la anulación de su credibilidad como persona.



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Ramón Eduardo Azócar Añez

Doctor en Ciencias de la Educación/Politólogo/ Planificador. Docente Universitario, Conferencista y Asesor en Políticas Públicas y Planificación (Consejo Legislativo del Estado Portuguesa, Alcaldías de Guanare, Ospino y San Genaro de Boconoito).

 azocarramon1968@gmail.com

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