El futuro en juego

Ya llevamos quince años de gobierno revolucionario. La continuidad del gobierno de Maduro respecto del gobierno de Chávez es patente: se sigue la senda de el Plan de la Patria que el Comandante dejó como legado. Es decir, hay continuidad. Yo quisiera solamente referirme a la educación pública.

En la IV República había básicamente dos modelos de educación primaria, secundaria y universitaria: la educación pública y la educación privada. La educación pública, que hasta los años 60 del siglo pasado había tenido una alta calidad (pero era poco masiva), empezó un proceso de abandono a partir de los años 80 por parte de los gobiernos de turno.

La educación pública, en ese entonces, empezó a concebirse como parte de una política asistencialista, es decir, es un ámbito destinado solamente a los más pobres, quienes no se podían permitir las matrículas de la educación privada. Por otra parte, a la educación privada no solamente ingresaban los ricos o la clase media-alta, sino también los hijos e hijas de las clase media-media y media-baja, inclusive. No es de extrañar que los padres y madres quieran el mejor futuro para su descendencia, y ello determinaba que hicieran todo lo posible para darle a sus hijos e hijas la educación que tenía mayor calidad, es decir, la privada.

Es decir, para el esquema heredado de la IV República, el sistema educativo gravitaba alrededor de la educación privada. En el marco de una total indiferencia hacia la educación pública por parte del Estado, quienes querían darle una educación con calidad a sus hijos e hijas debían acudir a la educación privada, lo que generaba beneficios económicos a dicho sector. Ahora bien, como no todos podían alcanzar tal educación privada, el Estado mantenía una educación pública sólo para los más pobres (los que no podían pagar educación privada), donde la calidad era notoriamente más baja. Con lo cual, el sistema educativo público, que debería ser superador de la pobreza, se convertía en un perpetuador de ésta: ¿qué futuro le podía esperar a un joven que salía de un sistema educativo con una baja calidad? Si lograba ingresar a la universidad o en el ámbito laboral, estaba en desventaja con quienes habían ido a colegios y liceos de mayor calidad educativa, generalmente ubicados en el sector privado.

Cuando se redactó el contenido de los artículos 102, 103 y 104 de la Constitución de la República Bolivariana de Venezuela, el constituyente pretendía darle un vuelco a la situación anterior. Se quería rescatar la calidad de la educación pública, porque la educación se concibe ahora como un derecho humano que le corresponde a todas las personas que viven en Venezuela, ya sean ricas o pobres, escuálidas o chavistas: la educación pública es un componente igualador de la sociedad, no diferenciador. La igualdad, que es el valor fundamental que le da identidad a la izquierda, está sustentada en la buena calidad de la educación (y salud) pública. El secreto de las sociedades más igualitarias, como la escandinava, reside en la buena calidad de la educación y salud públicas.

En este sentido, una mejora sistemática en la calidad de la educación pública haría que a ésta asistieran no solamente los pobres, sino también las clases medias (y los ricos que la quisieran), mientras que la educación privada se reduciría a los ricos o a quienes valoran otras cuestiones adicionales. Simón Rodríguez, en su proyecto de escuela republicana y educación popular, deseaba que en el aula de clase se sentaran de igual a igual ricos y pobres; blancos, negros, indígenas y mestizos; hombres y mujeres. En este esquema, la educación pública sería el centro de gravitación de la educación en general, es decir, sería una instancia de identidad nacional y de cohesión social. La educación privada quedaría como una alternativa si el sistema público tuviera una buena calidad.

El rector de la Universidad de Chile, Ennio Vivaldi, hace una interesante analogía en este sentido: Si el agua potable -de Hidrocapital, por ejemplo- es buena ¿para qué yo voy a comprar agua embotellada? Si yo, en este escenario, comprara agua embotellada es porque ofrece algo distinto que yo valoro. Pero tranquilamente puedo beber agua de la cañería sin ninguna consecuencia perjudicial para mí. El problema se presenta si obligas a tomar agua embotellada y para el productor de agua embotellada es un buen negocio que sea mala el agua potable de Hidrocapital.

Lamentablemente, luego de quince años la calidad de la educación pública no ha mejorado. Es verdad que se ha construido a lo largo y ancho del país Simoncitos, Escuelas Bolivarianas y Liceos Bolivarianos. Eso es bueno, pero, ¿y la calidad?, ¿ha mejorado tanto como para que los hijos e hijas de las clases medias dejen de verse obligados a enriquecer a los dueños del sistema educativo privado? No es lo que se percibe, si consideramos que los hijos e hijas de buena parte de la clase política de la izquierda estudian en el sistema privado de educación. Para la educación privada es un muy buen negocio que la educación pública siga siendo de mala o baja calidad.

Si no se mejora la calidad de la educación pública, no seremos más iguales y libres como sociedad. ¿Será necesario que por ley se obligue a quienes ostenten cargos públicos de elección popular que deben inscribir a sus hijos e hijas en escuelas, liceos y universidades del sistema público, para que se mejore su calidad?



rsilvamedina@yahoo.com.ve



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