La crisis del país es la misma de la universidad ¿o viceversa?

Tal como lo dice Juan Carlos Tedesco, la crisis contemporánea es sencillamente de percepción. En este momento asistimos a una irreductible miopía que dificulta darnos cuenta lo que ocurre a nuestro alrededor, en consecuencia casi todos los pasos dados hacia el enfoque de problemas y sus soluciones encuentran con facilidad el camino del fracaso. La soberbia, la arrogancia, la escasez cultural, aliados perfectos para una errada toma de decisiones, unido a esto está el caudillismo enánico que se instaló en todos los niveles de la estructura organizacional, ni la más minúscula unidad funcional escapa a esto.

El hiperactivismo partidista estrafalario todo lo que toca lo daña y que por desgracia ha invadido a la Universidad. Ahí está la nuestra, por ejemplo, la que depende directamente del Estado. En su seno es donde se han cometido las mayores tropelías. Y por supuesto el ruido que se hace es mucho más intenso, pues es casa de los saberes, pero donde pareciera que éstos no tienen cabida. Hay una escandalosa ausencia de democracia, y un uso abusivo de la palabra revolución, a la que se le está modificando su connotación semántica. Para la recuperación de la validez del vocablo revolución, ésta debería ser colocada en un sistema de ecuaciones, y colocar al frente la otra ecuación con sus componentes: poder popular y la democracia participativa y protagónica. Es simplemente un sistema complementario; seguir nombrando la palabra revolución sin contenido es una estafa. Las mafias y el extravagante nombramiento de personajes en cargos directivos, sin las credenciales mínimas, pareciera un ataque a la meritocracia, a la formación contínua de docentes en los postgrados, ¿desprecio por la inteligencia?; la falta de planes académicos consustanciados con las urgentes necesidades del desarrollo socioeconómico. Todo esto ha hecho perder el rumbo, el sentido común.

Tal vez convenga citar el pensamiento del filósofo Jacques Derrida: la Universidad vista en su misión de producir conocimientos prácticos como utilitarios, y por otra parte, la Universidad tras el conocimiento por el conocimiento y el ejercicio desinteresado de la razón. Dos posiciones irreconciliables, en apariencia; pero donde ha habido gran facilidad para fijar la segunda, con una derivación inmediata: la Universidad desgastándose en sus repeticiones. Pero es posible la salvación, para lo cual habrá que ponerle pausa, por lo menos durante cincuenta años, a la metáfora derridiana. Quizás podría empezarse con un ensayo en el Núcleo de Monagas de la UDO, y sus Escuelas de Agronomía, Zootecnia y Tecnología de Alimentos; en sus bibliotecas existe cualquier cantidad de investigaciones sobre ganadería, producción vegetal y procesamiento alimentario. Una alianza Universidad-gobierno regional-productores, con toda seguridad sería la plataforma para una gigantesca producción agropecuaria, que pondría en jaque la hambruna que se nos viene encima. Y la UPT “Ludovico Silva” tiene una carta que la puede volver mágica si ensaya una coalición con PDVSA para la reactivación de la refinería de Caripito, recuperando el acertado negocio que consiste en exprimir el crudo, en vez de venderlo en barriles. A la vez, asociar esta actividad con la recuperación de las operaciones portuarias del Caño San Juan, con el consecuente dragado y aprovechamiento de esos fértiles lodos. La Escuela de Mecánica con sus profesores, estudiantes y los tornos numérico, petrolero y revólver, entre otras cosas sería la maquinaria nuclear para estos emprendimientos. Dejar de hacerlo es, por lo menos, tener miedo. Las dos Universidades citadas tendrían que autodeclarar estados de excepción en su funcionamiento para la obtención de esos logros. Acompañantes les sobra.


pytriago@hotmail.com



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