Recientemente recibí, de un amigo, una caricatura que muestra un patio de juegos infantiles en dos tiempos: 1.984 y 2.012. En el primero se observan párvulos correteando por el parque, pateando una pelota, jugando a indios y vaqueros, armando legos, brincando y saltando y párvulas jugando con muñecas y cochecitos de juguete. En el segundo los mismos infantes están sentaditos, en silencio, alrededor de un frondoso árbol; cada uno con un diminuto aparatito entre sus tiernas manitas; sólo se escucha el tec tec tec tic tic tic del tecleo típico de los teléfonos móviles y el aleteo de las moscas.
Traer hijos a este mundo y criarlos en nuestra trepidante sociedad nos confronta con un nuevo reto cada día. El fenómeno comunicacional invade todos los espacios mediante las nuevas tecnologías que proliferan como la mala hierba. Éstas proveen a los niños y adolescentes acceso, casi ilimitado, a informaciones audiovisuales que su inmadurez no les permite asimilar apropiadamente, causando daños en sus tiernas mentes que aún no podemos cuantificar ni cualificar; sin mencionar toda la basura comunicacional contenida en la WEB, como la pornografía y el tiempo perdido en la faena de teclear y leer sobre estas herramientas asesinas del lenguaje.
Cada vez resulta más difícil a los padres mantener el ritmo de los cambios para proteger a su descendencia de las perversiones que pululan por doquier.
Sabemos que, preservar el pudor de los jóvenes el mayor tiempo posible y estimularlos a ejercitar sus cuerpos con regularidad, son elementos altamente enriquecedores en su formación como ciudadanos. Lamentablemente, ambas batallas parecen estar perdidas ante las huestes del mercantilismo, la electrónica y las telecomunicaciones.
Enseñar y educar predicaba Simón Rodríguez para tener republicanos que hicieran patria. ¿Qué pensaría nuestro Robinson si viera a través de una ventanita del tiempo nuestro tumultuoso mundo actual?
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