Cambiar de nombre para no cambiar nada ¿Política gatopardiana?

 “… estamos caminando hacia el futuro arando con los bueyes del pasado…”  Ernesto Che  Guevara.      

El nombre puede ser entendido como la denominación individual de una entidad o existencia, su importancia es de resaltar tanto en lo sicológico, sociológico, cultural y otros ámbitos del saber humano actual o remoto. En tiempos antiguos (e incluso aún en ciertos contextos actuales) ciertas concepciones esotéricas plantean que el nombre es la representación del ser, a tal grado que al conocer el verdadero nombre se puede controlar completamente su existencia. Se atribuye a la cultura egipcia la frase de que "Hasta que algo es nombrado, no tiene existencia", en el caso de tradiciones semíticas la creación misma se deriva de la enunciación de nombre, ya en planos culturales más recientes, simplemente el poder del nombre y el convencimiento de la efectividad de lo que se convoca crea un efecto extraordinario. Sin embargo, no es únicamente en estas prácticas donde el nombre cobra relevancia, en disciplinas históricas, antropológicas, sociológicas y otras, el valor y significación del nombre puede ser determinante para el cumplimiento del rol o el desempeño de una función.

El nombre no sólo es un atributo que afecta a personas naturales, sus efectos son equivalentes cuando se discute de personas jurídicas. Dentro del proceso de cambios  y transformaciones que estamos viviendo en nuestro país, hay algo que se está haciendo como rutinario o normal, específicamente dentro de los organismos públicos (llámese ministerio, fundación, instituto, universidad, entre otros) “el cambiar de nombre a esas instituciones con la finalidad de hacerlas más cónsonas con el proyecto de patria que se está construyendo”. En verdad que uno no termina de sorprenderse cómo, de la noche a la mañana, desaparecen instituciones y dentro de ellas se crean “otras” con la misma finalidad y estructura, como si compráramos un edificio viejo y solamente lo pintáramos para cambiar de apariencia la fachada, dejando su organización y funcionamiento vetustos.

Como revolucionario comprometido con un proyecto en proceso de realización, comprendo y apoyo los cambios necesarios en las instituciones, las estructuras y las relaciones, pero no podemos conformarnos con  cambalaches cosméticos. Es cierto que determinados nombres empleados para los nuevos espacios de participación y creación necesitan una constante revisión y adecuación, pues estamos inventando nuestro propio proceso y en tal camino la rectificación es una demostración de compromiso, valor y entereza; pero no es suficiente con simplemente cambiar nombres, porque hacer esto sin transformar la esencia es un acto incompleto, algo inútil que solo cubre las apariencias sin afrontar las raíces del mal.

¿Qué ocurre cuando el cambio de nombre no persigue sinceramente transformar la realidad? En estos casos los resultados no son prometedores. Podemos considerar como ejemplo a la Universidad Iberoamericana del Deporte (UID), actualmente llamada Universidad Deportiva del Sur (UDS). En este caso nos podemos detener un poco y hacer unas consideraciones: 1-Es que una Universidad con cinco (5) años de fundada y que cuenta con más de 1200 estudiantes y entre ellos aproximadamente 200 son estudiantes de Centro América , el Caribe, América del Sur y África. La nominación de dicha institución fue cambiada por decreto, argumentando que el término “Iberoamericana” tiene tintes de dominación, que es mejor colocar del Sur, ya que se identifica  con la política internacional del gobierno.  2- Asimismo se pone la palabra deportiva para hacer énfasis en su naturaleza y el objetivo de su creación. 3-Se anunció un cambio de paradigma en la formación de sus estudiantes, así como la actualización de su misión y visión. Esto incluiría un nuevo perfil de sus profesores y del currículo que se imparte, amén de otras ofertas que se prometieron a su comunidad y que no se han cumplido.

Sería extenso seguir enumerando los cambios que se ofrecieron con motivo de la  substitución del nombre del la UID por la UDS, pero la verdad es que todo sigue igual. Pensando en voz alta uno se pregunta si es lo mismo Universidad del Deporte o Universidad Deportiva, en analogía se podría decir también si hay sinonimia entre los términos “Médico del Deporte” y “Médico Deportivo” o quizá entre “Ministerio Deportivo” y “Ministerio del Deporte” , “Instituto Nacional de Deportes” e “Instituto Deportivo”. En realidad la diferenciación puede resultar muy sutil para un lector desprevenido, pero basta con recordar las diferencias entre un sustantivo (deportiva) y un adjetivo (Deporte), el primero es un complemento que marca o indica un atributo de un referente a entidad fija, en cambio el segundo término es directamente una palabra que enuncia a la entidad fija en particular. Al decir deportiva solo marcamos un atributo, no al objeto en sí, pero al nombrar deporte estamos hablando del conjunto de actividades en la realidad que tienen las características propias de estas actividades físicas competitivas.

No negamos que toda institución debe revisarse periódicamente. Es más, ello es sano, necesario y deseable en el contexto de un proceso revolucionario como el que hoy vivimos, ya que por sus características, la construcción de una nueva institucionalidad no es algo que pueda realizarse inmediatamente, ni mucho menos de forma infalible. Nuestra crítica apunta en otra dirección. Al final, vemos con estupor como una simple sustitución de nombres y siglas –UID por UIS–, en el ejemplo que nos ocupa, finalmente, es un barniz semántico hábil empleado para ocultar anquilosamiento y poca disposición a la transformación institucional que debería caracterizar a toda revolución.

Así como no es posible trasformar la realidad por decreto, las cosas no cambian sólo por llamarlas por otro nombre, puede considerarse eso como un primer paso, pero se necesita mucho más, se requiere compromiso, trabajo, conocimientos sobre el área, competencias gerenciales y una firme acción para superar las etapas y lograr la consecución de una realidad que honre el nombre que se le atribuye. Todo lo dicho es aplicable al caso de la Universidad Deportiva del Sur, pero también a otros muchos órganos públicos en los que se necesita del cumplimento de un punto básico del criterio de Verdad Argumental: La coherencia entre lo dicho y lo hecho.  

*Docente- Investigador Titular de la U.C.V.

Ex-Rector de la Universidad del Deporte

pedro_garciaa@yahoo.es  
 



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Pedro García Avendaño*


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