La agricultura familiar, ¿hacia una nueva civilización?

Es importante ejercitarnos en ver más allá de lo familiar, de lo que parece evidente. Un fenómeno cotidiano, si lo miramos en profundidad, puede anunciar grandes posibilidades (¿o riesgos?). Por ejemplo, la agricultura familiar –que siempre ha estado allí, casi invisible-, si le damos la relevancia que merece, puede ayudarnos a resolver problemas concretos y a la vez mostrar atisbos de esa nueva civilización que soñamos estar construyendo. ¿Cómo puede ser esto?

Miremos antes la agricultura como gran empresa, hondamente capitalista. La agroindustria supone que la producción agrícola debe ajustarse a las supuestas leyes del mercado, es decir, ha de existir en la medida que genere grandes ganancias. Más, estas ganancias pudieran estar no necesariamente en la producción de alimentos para el consumo humano, sino para fabricar combustible, como de hecho ocurre. O para establecer mecanismos de dependencia en la propiedad de la semilla, o la alteración genética vegetal, con riesgos mortales para los seres humanos (Recordemos los llamados transgénicos)… La agroindustria mundial supone también que ante las inmensas necesidades alimentarias de la población mundial, hay que montar grandes fábricas por todas partes, lo que nos lleva a un nefasto impacto ambiental para la vida en todas sus variantes. Más, si las soluciones no están en el capitalismo activo ni en la industrialización creciente, ¿dónde iremos a buscarlas?

Y volvemos la vista hacia la agricultura familiar, que ha estado con nosotros tal vez desde que nos convertimos en seres humanos. Pero, ¿no es la agricultura familiar demasiada reducida, demasiado localizada, demasiado atrasada para pensarla como una solución planetaria? Y la respuesta es un rotundo NO. La agricultura familiar, hoy día (aún bajo las difíciles condiciones que debe transitar), aporta más del 50 % al comercio mundial, es decir, más que las grandes corporaciones agroindustriales. Es una práctica sostenida, viva, palpable, que agrupa altos porcentajes de familias y de producción agrícola en todo el mundo.

Es tanto así que los organismos internacionales como la Organización de las Naciones Unidas para la alimentación y la agricultura (FAO) y también nuestro Mercosur desarrollan políticas y estrategias para potenciarla como medio de combatir el hambre y la miseria. Pero es también cierto que entes capitalistas multilaterales como el Banco Interamericano de desarrollo (BID), están volviendo la mirada a la agricultura familiar como inversión confiable para una alta retribución de capital.

O sea, que es posible ver la agricultura familiar (millares de familias productoras en millares de lugares del planeta) como una forma de generar fuentes de trabajo, de crear espacios socioeconómicos sostenibles y de combatir situaciones de hambruna e inopia. Pero esto lo sabe el capitalismo, y hacia allá dirige sus tentáculos, para arrebatar las ganancias a los pequeños productores. Entonces, ¿cómo miramos la agricultura familiar y nos proyectamos con ella al futuro?

La agricultura familiar llevará las semillas de la nueva estación en la medida que favorezca la búsqueda y el acceso de los pequeños productores a una vida plena, a los servicios básicos, a la creación tecnológica adecuada, a la educación y los bienes culturales, a dignas retribuciones... Ello implica una acción de protección y fomento por parte de los Estados para incrementar progresivamente la producción agrícola, a la vez que implementan estrategias para elevar el nivel de vida de los productores. Implica también una acción coordinada entre la gran economía (nacional, internacional) con los rubros y las posibilidades productivas de las familias, en respeto pleno del ambiente. Pero ello sólo será posible en la medida que las familias productoras asuman la acción directa en la generación de espacios de alta autonomía, de creación de redes de apoyo, protección, cooperación, con otras y otros productoras/es, apuntando hacia un movimiento social mayor, imbricado con entes estatales.

Así, la agricultura familiar nos invita a participar en su desarrollo, apuntando a la construcción de una nueva civilización. Cambiemos la mirada de las grandes industrializaciones hacia las familias productoras, en su aparente pequeñez, heterogeneidad, en su complejidad. Recordemos el libro de Schumacher, Lo Pequeño es hermoso, que no nos vendría mal volver a leer. Ver la pequeña producción (diversa, potenciadora de las vocaciones productivas locales, empleadoras de tecnología intermedia, de intensivo trabajo cooperativo), como algo inmensamente relevante (con impacto económico, social, cultural mundial). Pero ello implica un gran esfuerzo y unas convicciones auténticamente firmes, que debemos preguntarnos si estamos dispuestos a asumir.

juliovaldez055@gmail.com


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