Más que apartar los aliños de la comida

Los hábitos de alimentación de muchos venezolanos, expresan en buena medida las costumbres gastronómicas de la población, así como también, las preferencias por ciertos alimentos a los cuales no fuimos acostumbrados a consumir, por ser éstos de consumo exclusivo de ciertas clases sociales; "la gente come lo que es".

Quizás la expresión más clara de la dominación y la imposición de la ideología alienante, se puede notar diáfanamente en las comunidades campesinas; si observamos un día de trabajo, posterior a la cosecha en las inmediaciones de un predio campesino, notaremos cómo desde algunas zonas productoras de hortalizas, por ejemplo, se despachan una cantidad de camiones cargados de diversos rubros (ajo porro, ajo, acelgas, calabacín, pepinillos, albahaca, diversas variedades de lechugas y todo tipos de hojas verdes, vainitas, pepinos, remolachas, zanahorias, yuca, batata, papas, apio, ñame, cebollas, cebollín, repollo, y muchos más). Ahora bien, si visitamos las casas de los campesinos, notaremos con asombro, que éstos no consumen muchos de los productos que cosechan, y en algunos casos, los adquieren luego en los mercados locales donde los expenden, y a unos precios verdaderamente inasequibles para aquéllos que lo produjeron.

Igual fenómeno ocurre en el caso de las especies marinas, notándose más acentuadamente en el consumo de ostras, mariscos, moluscos, cangrejos, langostas, camarones, entre otros; llegándose a considerar delicatessen que sólo pueden consumir determinados grupos sociales.

La pregunta que cualquier investigador debería hacer, es ¿por qué en su mayoría nuestros campesinos y pescadores no consumen lo que producen? ¿Será por problema de desconocimiento y costumbre, o, porque en ellos opera una lógica alienante que funciona en el subconsciente, inhibiéndoles de consumir algo que para ellos ha sido prohibido durante años?

En ciertas empresas de producción capitalistas, castigaban a los trabajadores que osaban consumir algún producto por ellos elaborado, es decir, una galleta, chocolate, bebida malteada, entre otros. Éste es el principio fundamental de la propiedad que conlleva a la separación del trabajador, del producto de su trabajo. Igual lógica opera en el caso de los campesinos, habría que agregar en el caso de la agricultura, los productos que el campesino cosecha desde su germinación.

En cuanto a esto, valdría la pena, recordar el pasaje de la canción Juan albañil (Cheo Feliciano y Tite Curet Alonso), donde un domingo, el viejo maestro de obra pasea de la mano de su pequeño hijo por la avenida, miran los edificios que él construyó y el niño le pregunta ¿por qué a los edificios que él construyó no puede entrar...? ¿Lógica o alienación?

Ya a estas alturas de la vida, la ciencia ha escrito suficiente sobre cómo actúan en la psique, los mensajes que enviamos al subconsciente, y la manera cómo, éstos actúan en nuestras conductas; es evidente que la memoria de nuestros trabajadores están inundadas de información y mensajes que, intermitentemente se utilizan para colocarlos en situaciones de inferioridad o alejamiento de sus propias creaciones. Es así como, en el campesino ocurre el fenómeno de la inhibición a consumir lo que produce, es el caso de apartar los aliños de ciertas comidas, por ejemplo, uno de los más recurrentes es quitarle a las hallacas los aliños usados para su preparación, entre ellos: la alcaparra, pimentón, ají dulce, pasas y aceitunas; los cuales son separados del resto del alimento, llegando a consumir únicamente la masa de maíz y el tocino del marrano. Valga acotar, que este plato es el preferido por los venezolanos en navidad, y se dice que su invención se debe a que los esclavos recogían los restos de alimentos sobrantes de las comidas, fundamentalmente de las cenas de las familias potentadas, y los guardaban envueltos en hojas de cambur y plátano para lograr conservarlos.

Ésta es la mayor prueba del fenómeno alienante, “eso no es comida para pobres” es la frase odiosa que se ha utilizado para designar ciertos tipos de comidas que sólo se permitía deglutir a las clases dominantes. Con estos mensajes intermitentes nos han sometido a hábitos alimenticios precarios, y a veces realmente miserables.

Vale la pena analizar estas consideraciones, discutirlas y preguntarse el porqué de nuestro comportamiento y actitud ante tales referentes. ¿Es que tenemos mal gusto por los alimentos que producimos? O ¿en verdad opera en nuestro subconsciente una especie de rémora prohibitiva que no nos permite consumir los alimentos que producimos? ¿Será que en algún tiempo de nuestra historia, fueron de consumo exclusivo de algunas clases elitistas de la sociedad? También puede ser que, primen en nuestro pueblo hábitos completamente inadecuados sobre el gusto y las costumbres –o malas costumbres- a la hora de alimentarnos.

¿Hay un mensaje subliminal en ello? Y de haberlo, estaremos conscientes de que: "estos aspectos subliminales de todo lo que nos ocurre puede parecer que desempeñan escaso papel en nuestra vida diaria. Pero (…) son muy importantes porque son las raíces casi invisibles de nuestros pensamientos conscientes” (Jung, C., 1997). La cita habla por sí sola.

¿Cuántas veces le decimos a un niño: ¡cómete los aliños! Éstos son alimentos también, pero como hemos apreciado, éste no es un acto instintivo o de malos hábitos alimenticios, detrás de este rechazo existe un mundo de privaciones, de alienación y de cultura que algunas veces pareciera una acción de manera involuntaria.

Apartar los aliños de nuestras comidas va más allá de ciertos hábitos alimentarios, hay que hacer una revisión de lo que consumimos y desaprender para aprender a comer.

 



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Arnaldo Guédez


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