“Échele los pies al barro que ya cogemos calor"

El desarrollo agrícola y el campesino son dos componentes de una totalidad que no pueden separarse, el campesino es el elemento sustancial y protagónico en la elaboración de cualquier tipo de política que dirigida desde el Estado, pretenda mejorar la producción de alimentos, pues no puede haber desarrollo rural sin campesinos.

Pero ¿qué tipo de campesinos se requiere para que las políticas en materia agrícola impacten positivamente en la economía de Venezuela? Evidentemente, el campesino del que hablamos no es aquel personaje de los años cuarenta caricaturizado en la figura del tristemente célebre “Juan bimba pata en el suelo”.

El campesino al cual hay que reivindicar históricamente, o mejor dicho, la clase social que debemos reivindicar es aquella clase revolucionaria organizada, es el movimiento social de los hombres y mujeres del campo que durante siglos han mantenido en alto las banderas de la independencia político-económica de la nación. Esa clase social que a pesar de ser presa de las malas políticas que durante años no han hecho otra cosa que sostener el éxodo rural, se ha mantenido apegada a la tierra con su cultura firme, y dispuesta a defender sus legítimos derechos a ser propietaria del pedazo de tierra de la cual forma parte y de la cual ha recibido el sustento.

Mantener los campesinos apegados a sus costumbres y tradiciones es un problema fundamental del socialismo, es un tema cultural tal vez muy mal comprendido por el planeamiento educativo del país, el aparato educativo pareciera no formar parte de las políticas de desarrollo integral del campo en Venezuela y en el mundo. Ello obedece a una lógica equivocada de la forma como miramos la vida campesina; se parte del increíble reduccionismo de ver a los campesinos como simple productores, cuya vida se resume en un número de toneladas métricas de alimentos que pueden producir y aportar al Producto Interno Bruto.

Cuando se discuten las políticas y planes dirigidos al sector agrícola, pareciera que entre las variables manejadas por los planificadores se escapara un pequeño detalle: los y las campesinas que producen y con ellos la vida campesina, es decir, su cosmogonía.

Este campesino al que hacemos referencia y queremos encontrar, no es una cifra que expresa el número de habitantes por kilómetro cuadrado, o el hombre y mujer que puede ser beneficiado por uno que otro plan productivo, no. El campesino en primer lugar es un cultivador y no un productor, muchos dirán que es un problema semántico, pues pudiera serlo porque una palabra es el instrumento con el cual designamos el mundo, las palabras son los elementos más importantes de la vida, son las que definen nuestra inteligencia. A través de ellas nos comunicamos y hacemos saber al otro lo que pensamos del mundo, de las cosas y de nosotros mismos; si definimos algo mal, nuestras actuaciones serán erráticas porque nuestro objeto o sujeto no estará bien caracterizado. Es por ello que los campesinos no son productores, en dado caso, sí la tierra y las plantas, pero el campesino es el sujeto que vive en el campo y establece ciertas relaciones con la tierra, además conjuntamente con sus camaradas de trabajo se definen como una comunidad socialmente determinada en el tiempo y en el espacio, son miembros de una sociedad históricamente conformada, cambiante y transformadora.

Los campesinos constituyen la médula del desarrollo agrícola integral y esto implica que cualquier plan de desarrollo agrícola debe contener necesariamente el mejoramiento de las condiciones de vida de los campesinos, la satisfacción de sus necesidades tanto materiales como espirituales, de recreación y esparcimiento, respetando su visión del mundo y manteniendo la vida campesina como una cultura que ha establecido un modo de vida entre la gente que puebla nuestros campos.

¿Será posible lograr el desarrollo agrícola integral (tal como está contenido en la Ley de Tierras y Desarrollo Agrario) con las instituciones actuales del sector agrícola? Con la burocracia enquistada en los edificios construidos en las grandes ciudades y colmados de gente que quizás muy pocas veces ha visitado los lugares donde se producen los alimentos que ellos mismos consumen.

El verdadero cambio en materia de revolución agrícola, ocurrirá cuando las instituciones del agro y los campesinos como sujetos históricos y protagónicos asuman las riendas en la condición de los grandes temas del campo y del campesino venezolano.

Seamos claros, como decía Alí Primera: "la sabia para ser fruto debe entrar por la raíz"; no se pueden dirigir verdaderas pláticas sobre desarrollo rural si uno está sentado en las cómodas oficinas ministeriales de los centros urbanos. Como dice la leyenda llanera, la burocracia debe: "Echarle los pies al barro que ya cogemos calor".

Por lo menos, cada ente adscrito como se le denomina a: FONDAS, Banco Agrícola, INIA, CIARA, INTI, INSAI, Agropatria, CEVAL, INSOPESCA, entre otros, deberían tener grandes espacios productivos para que a través de la emulación socialista, se predique con el ejemplo; a la hora de pedirles cuentas a los campesinos, hay que tener estatura moral para hacerlo. Estos elementos forman parte de la revolución productiva, empecemos por allí, ahora esperemos a ver ¿quién tira la primera piedra? y dejemos de culpar a los campesinos de nuestros errores. Saquemos primero la viga que hay en nuestros ojos, antes de ver la paja en el ojo ajeno.


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Arnaldo Guédez


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