Cuando la muerte entró al teatro: a 35 años del homicidio de Marco Antonio Ettedgui

Marco Antonio Ettedgui

Marco Antonio Ettedgui

Credito: Panorama Digital

03-09-16.-La escena decía que moría. No, no. Decía, expresamente, que lo mataban. Esa noche, el libreto trascendió el papel. Voló, desde lo escrito, el carácter fantasioso de la escena. “Todo lo que ven aquí es falso”, proclamaba Javier Vidal, el director, al subir el telón,  tres cuartos de hora antes de que Marco Antonio Ettedgui cayese malherido sobre el mil veces pisado escenario de la Sala Rajatabla de Caracas. 

Eran, cerca de las 9:30 pm del 2 de septiembre de 1981, tres décadas y media atrás. Sobre el accidente —porque esa fue su calificación oficial— se tendió un manto de un tono oscuro penetrante: poca gente habla de lo que, el gerente cultural marabino,  Régulo Pachano, califica de “caja negra, una mancha en la historia del teatro nacional”.  

Julie Restifo levantó el arma, un arcabuz —suerte de fusil de la época colonial—  antiguo y peligroso. Encendió la mecha con una vela y disparó. Una ballesta voló y atravesó a Marco Antonio Ettedgui. Moriría, 11 días después, en el Hospital Clínico Universitario de Caracas. Tenía, apenas, 22 años. 

Eclipse en la casa grande era el montaje. Una obra escrita y dirigida por  Vidal, líder del Autoteatro, una de las compañías escénicas  que surgió en la Caracas de inicios de los años ‘80. ​

 

El cartel de Eclipse en la casa grande, la obra del Autoteatro, en el Ateneo de Caracas

Pachano, presidente de la Fundación Amigos del Centro de Arte de Maracaibo Lía Bermúdez, ilustra el papel del teatro en ese momento. “En esos años, la preponderancia de los actores de televisión y teatro era la misma”. Él colaboraba con Rajatabla en Maracaibo.   

Ettedgui había nacido en la ‘provinciana’ Caracas de 1959.  De niño, al salir de misa, iba con sus padres y hermanos a las galerías de arte. Su padre, Marcos Ettedgui, es pintor. Su estilo fue definido por la curadora Bélgica Rodríguez, como “figurativo y expresionista”. 
 
Bajo esa influencia, artística, creció Marco Antonio, y ya a partir de 1975, Horacio Peterson lo recibió en su taller: vio de inmediato que el púber actor era un diamante en bruto. Firmaría, después, una columna semanal de teatro en El Universal. Estudiaba comunicación social en la Universidad Católica Andrés Bello. Allí daba clases Javier Vidal. 

Ettedgui, en uno de sus performances. Foto: cortesía Berenice de Ettedgui

Y con Javier  andaba Julie Restifo. Y se armó el Autoteatro. Eclipse en la casa grande mostraba  las desventuras de una familia decimonónica del pueblo fantástico de Euzpania. Amparo era el nombre del personaje que encarnaba Julie. Marco Antonio repetía su nombre en el rol, apellidado Valleverde. Era la quinta obra de Autoteatro y la ópera prima de Vidal.   

Un montaje que a Marco Antonio no le gustaba. Se lo confió a su madre, Berenice Daes de Ettedgui. “Aunque le duela  a Javier Vidal, Marco Antonio iba a dejar el grupo: no le gustaba la obra, ni lo que estaban proponiendo. Se había quemado, en las nalgas, con la explosión que se hacía al disparar el arma. Seguía con ellos, por  el compromiso de    la temporada”, revela, serena, 35 años después. 

Ese  2 de septiembre era la decimonovena puesta en escena de Eclipse en la casa grande. De nuevo, Amparo y Marco Antonio protagonizaban la decadencia de una familia del siglo XIX. De nuevo la cábala, el parentesco con lo mágico. 19.  Fueron 18 funciones completas. A la última, la cortó la muerte.

La parca se paseaba en la tramoya. Se había pedido prestado, a Venezolana de Televisión, el arcabuz, de fabricación argentina, del siglo XIX: una réplica perfecta y operativa.  Bajo el cañón se sostenía una varilla. Una baqueta con la que se presionaba la pólvora al cargarlo.

“Una violación de las reglas. Yo no soy experta en teatro, pero Marco Antonio se quejaba del uso de esa arma, propiedad del canal ocho”, confirma Berenice.

Amparo levantó el mosquete. Sería la muerte la  que acabaría con Marco Antonio Valleverde. Ettedgui debía levantarse, después de caído el telón, y reaparecer con el grupo  a recibir la ovación.  Lo habían hecho 18 veces. La muerte, sentada en la Sala Rajatabla, se levantó de su silla, avanzó sin ser vista por la escalera,  y extendió su larga mano a la escena que se volvió enigmática.

Sonia Nobre De Melo era, en ese tiempo, estudiante de la Universidad Central de Venezuela. Ayudaba en cuanto  montaje de teatro, danza,  y plástica podía. “No me quedaba quieta. Actuaba, bailaba, hacía de todo por amor al arte”, narra. Conoció a la gente de Rajatabla, a Carlos Giménez, al movimiento del teatro nacional y a Marco Antonio. 

“Un tipo enigmático”, ilustra. “Una persona con un mundo interior muy amplio, que iba más allá de nuestras fronteras. Brillante, muy inteligente. Entregado al teatro. Conversé con él, en dos contadas ocasiones”, evoca. 

“Lo recuerdo en su máquina de escribir, preparando la columna. Reunía su plata y se iba a Nueva York. Allá quería estudiar. Siempre, siempre fue adelantado, muy precoz”, añade Berenice.

Virginia Urdaneta, Aleska Díaz Granados, Valentina Párraga… Todas estaban en el escenario.  Dicen que Urdaneta fue la primera que salió corriendo. Párraga  vio todo... La baqueta, con punta de flecha, cortando el aire, atravesar a Marco Antonio de extremo a extremo. Lo vio agarrarse del decorado,  trastabillar, oyó el grito, ahogado. “Me muero, me muero”. Ella también habría gritado, pidiendo un médico. 

Julie Restifo  es esquiva al tema. En 2011, dijo a la periodista Ayleen Cabas: “No lo he podido superar. Vivo con eso todos los días”. “Sale rápido del tema y habla de su relación con Javier Vidal”, escribió en la entrevista, la reportera.     

 “Él había decidido separarse del Autoteatro, hacer sus performances. Yo vi la obra (suspiró). Dos días antes de aquel día. Si no la han llevado más a escena, es problema de Javier Vidal”, agrega Berenice. Ningún teatro ha vuelto a ver ese eclipse, apagado para siempre. 

No era la primera vez que pasaba algo así en el teatro: Moliére murió de un infarto mientras actuaba en El enfermo imaginario, en el siglo XVII en Francia.   Volvería a repetirse, en Italia, en febrero de este año: el actor Ralph Schumacher, murió simulando que se ahorcaba.    

Luis Malavé Mexicano —actor y productor— también vio la obra. “Me encontré a Marco Antonio en la ‘Rajatabla’ y me preguntó si había visto la obra. Le dije que no. ‘Estas cordialmente invitado, no te la pierdas’, me respondió. Fui a verla”, explica. 

Urdaneta alcanzó la calle y pidió ayuda. Como pudieron lo montaron en un Dodge Dart. Julie estaba en shock. No entendía. Recorrieron el trecho, de tres kilómetros, en menos de diez minutos, hasta la clínica Luis Razetti.
 “No tenemos equipo para atenderlo”, les dijeron, apenas lo vieron. Lo estabilizaron y lo subieron a una ambulancia.  Tres kilómetros y diez minutos más, al Hospital Clínico Universitario. El último recorrido de Marco Antonio, consciente. Un retazo del cielo negro de Caracas por el vidrio del carro de socorro. 

 

La clínica Luis Razetti en la actualidad: la primera parada de Ettedgui, herido.

Ingresó a la clínica con los ropajes del siglo XIX.    Julie, Aleska, Valentina, Virginia, también lucían vestidas y maquillados como en escena. Sin las luces del escenario, los rostros se volvían macabros, surcados por las lágrimas del mal presentimiento. La Policía Técnica Judicial llegó. Había un homicidio frustrado. Los primeros llevados a declarar a la sede de  Parque Carabobo: Julie y Roberto Bresanutti, el encargado de utilería. 

A todos se les tomó declaración. Bresanutti se justificó. “Yo no le pasé directamente el arma, sino que la dejé en el suelo.  Julie la tomó de donde yo la había dejado”.  Ambos quedaron detenidos. 

Marco Antonio entró en coma en el quirófano y se diluyó en sus sueños. El 13 de septiembre, 11 días después, volaba a la eternidad. La PTJ no autorizó a los detenidos acudir a las exequias. El 17 de septiembre se había dado por finalizada la investigación.  

 

Marco Antonio murió 11 días después, el 13 de septiembre, en el Hospital Clínico Universitario de Caracas. 

La ballesta formaba parte del arcabuz. Iba sostenida, bajo el cañón, en unas argollas. No se sujetó adecuadamente. Y voló, movida por la fuerza irremediable de la pólvora. En su corto vuelo, destruyó a Marco Antonio, y con él al brillante  interventor underground del teatro nacional.



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La fuente original de este documento es:
Panorama (http://www.panorama.com.ve/experienciapanorama/Cuando-la-muerte-entro-al-teatro-a-35-anos-del-homicidio-de-Marco-Antonio-Ettedgui-20160902-0020.html)



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